Ciertas tradiciones se han convertido en un clásico de nuestro tiempo y parece que es un sacrilegio corromperlas sin motivo aparente. Cada inicio de año nos lanzamos buenos propósitos, nos planteamos retos asombrosos y soñamos en todo lo que haremos durante los próximos 365 días y sus respectivas noches. Mientras los más conformistas sonríen y apenas entran en este juego de superación personal, otros nos lo tomamos muy en serio e intentamos que cada pequeño logro sea un reflejo inequívoco de todas aquellas cosas que nos apasionan y que se han convertido en un estilo de vida, más allá de las modas que dictan las revistas, las redes sociales y los anuncios de televisión.
Toda esta disertación nos lleva irremediablemente a un lugar concreto. La playa. Ese sitio donde lo sólido se mezcla de manera promiscua con lo líquido, donde lo estático se convierte en movimiento y donde los sueños se transforman en libertad gracias a los ciclos de las olas. Poco imaginaban los nativos de Hawái hace tres siglos que aquellas pesadas tablas de madera que utilizaban para surcar los grandes oleajes se convertirían primero en un deporte y, más tarde, en una cultura que llegaría a los rincones más inhóspitos del planeta. Y como sucede en todas las culturas, el punto de inflexión se dio cuando algunos pioneros en los años 50 del siglo pasado quisieron inmortalizar detalles especiales de su día a día, gracias a la fotografía en blanco y negro, a los documentales amateurs y a las primeras revistas centradas completamente en el fenómeno de las olas. A partir de ese momento de autoconciencia y de reafirmación generacional, el surf dejó de ser un movimiento minoritario y aislado en ciertas playas del sur de California para expandirse por todo el mundo, crear una imagen de rebeldía e inocular su veneno a gente que nunca había pisado una playa en su vida. Seguramente este es el gran mérito de las modas, que logran romper esquemas de la manera más fascinante e inverosímil que podamos imaginar.
John Witzig
Actualmente el surf es un monstruo que se asemeja a los dragones de los cuentos de hadas, pero todavía quedan caballeros andantes que luchan contra viento y marea por mantener unos ideales bastante utópicos en los tiempos de crisis y de corrupción que nos ha tocado presenciar. Por un lado encontramos la comercialización y el mercantilismo al que esta cultura se ha visto arrastrada en las últimas décadas a consecuencia de la moda, de las marcas y de la idea de estrellato que todos tenemos en la cabeza. Sin embargo, la misma inercia mercantilista ha contribuido a que surja un movimiento inverso, que va en busca de los orígenes de esta escena para que vuelvan a brillar en plena siglo XXI ideales como el DIY, la artesanía, el arte y la ecología. Son dos caras de la misma moneda y no se puede entender el valor de una sin la repercusión mediática de la otra. No se trata de reducirlo todo al papel de buenos y de malos como en las películas de Hollywood, porque la variedad es lo que aporta sabor a este plato autóctono, pero cocinado con ingredientes de diversos lugares. Y es en esta encrucijada existencial donde hemos querido enmarcar el Mes de la Cultura Surf. Parte II.
Nuestro reto ha sido ofrecer una visión amplia y plural de la cultura del surf gracias al testimonio de unas personas que viven por y para las olas, pero cada uno siguiendo su propio camino. Algunos son estrellas internacionales y acceder a ellos significa hablar con marcas o representantes, aunque en el fondo son las cabezas visibles que lideran el cambio que estamos presenciando en la actualidad porque reciben toda la atención mediática y utilizan su fama para concienciar a la gente. Después están las leyendas, aquellos pioneros que dieron forma a la época dorada y hoy viven aislados del mundo por culpa del desengaño de la sociedad actual. Contactar con ellos es un ejercicio de paciencia, de poner en marcha la teoría de los seis grados de separación y de cruzar los dedos para que un día llegue un mail con su firma y su colaboración desinteresada. Y en ambos casos lo hemos conseguido con creces.
Andy Davis
Este Mes de la Cultura Surf. Parte II se alargará durante varias semanas y desde ahora mismo os garantizamos que traerá muchas sorpresas. Por este motivo preferimos guardarnos unos cuantos ases en la manga para más adelante y desgranaros únicamente los contenidos de esta primera entrega que ahora estrenamos. Igual que sucede con cada número de STAF, hemos reservado una entrevista al artista que nos hace la portada, en este caso un personaje tan relevante y al que hemos seguido durante tantos años como es Greg Galinsky. También hemos hablado con John Witzig, uno de los ilustres pioneros del surf Australiano en los años 50 y 60, y hemos compartido experiencias con Andy Davis, un famoso ilustrador que está redefiniendo el concepto de “surf art” con sus obras. Otra leyenda que se asoma en estas páginas es Nathan Fletcher, que reflexiona sin censura sobre su vida y qué significa hacerse mayor para un surfer profesional, y también nos adentramos en el mundo del ecologismo gracias al documental “White Waves” que justo ahora está rodando la directora alemana Inka Reichert.
En las próximas semanas tendremos más sorpresas en forma de entrevistas, portfolios de fotos asombrosas en distintos rincones del mundo, perfiles de artistas DIY estrechamente relacionados con la cultura de las olas y también nuestras nuevas playlist de PLAYMOSS con las recomendaciones musicales de personajes muy destacados de la escena del surf nacional e internacional.
Tal como relataba Tom Wolfe en su libro “La banda de la casa de la bomba”, los surfistas eran una tribu que podía vivir en cualquier pueblo de la costa mientras hubiera olas y no dudaban en apiñarse en un garaje para pasar las noches y organizar fiestas salvajes. Es evidente que los tiempos han cambiado para ciertas cosas (aunque otras se mantienen intactas), por este motivo esperamos que os gusten las propuestas que os lanzamos y que durante unas semanas STAF magazine sea el equivalente on-line de ese garaje tan utópico que mencionaba Tom Wolfe. Stay tunned.
Nathan Fletcher