No desvelamos ningún secreto al afirmar que la industria musical se mueve a la velocidad de la luz y que todo lo que llega al mercado tiene una fecha de caducidad programada. Los álbumes nacen con la voluntad de impactar, de crear un ruido vacío, de venderse por partes en plataformas digitales y luego desvanecerse sin dejar rastro porque no hay sitio para todos los artistas en el olimpo del rock. Impresionar al público es la parte fácil cuando se tiene talento, lo realmente complicado es mantenerse en la cresta de la ola después de un exitoso debut y demostrar que las nuevas composiciones también aguantarán el paso del tiempo como los hits de antaño. Seguramente cada uno tendrá un listado con las honrosas excepciones que han trascendido los dictados de la industria, pero no hay duda de que uno de los casos más sobresalientes en nuestro país es el grupo sevillano Pájaro, que acaba de presentar su segundo larga duración bajo el sugerente título de “He Matado Al Ángel”. Andrés Herrera, Raúl Fernández, Paco Lamato, Pepe Frias, Roque Torralva, Kini Triana y los demás compañeros que se han sumado a esta cruzada sonora demuestran, una vez más, que las normas están para romperlas, siempre con la idea mística de alcanzar nuevas cotas de originalidad. Por este motivo, sumergirse en sus canciones es lo más parecido a emprender un viaje temporal y geográfico que nos lleva desde el blues fronterizo que simpatiza con el flamenco, los ritmos tropicales que nos despiertan una sonrisa, las guitarras surferas que nos remiten a las playas de California y también a los ecos de spahetti western que bien podrían ser la banda sonora de una película de los años 70. Todos estos ingredientes ya forman parte del universo personal que ha consolidado este grupo y que lo sitúa en una liga aparte en el panorama del rock n’ roll estatal. Aprovechando que Pájaro está de gira presentando su nuevo trabajo, hemos tenido la oportunidad de conversar con Andrés Herrera para descubrir el tortuoso camino que ha seguido la banda para llegar a este punto de ebullición fascinante. Todo lo demás son susurros y acordes rotos que se lleva el viento.
Después de la vorágine que supuso vuestro debut y de la extensa gira de presentación, ¿qué aprendió Pájaro a base de recorrer la geografía española? ¿Necesitasteis un parón para recuperar energía?
Ahora entiendo al campesino. Hemos recorrido casi todo el país sembrando con nuestras semillas y ahora sabemos lo duro del proceso, aunque la recompensa ha sido enorme. ¿Parón? Nunca. Tocar y rutar en furgoneta es nuestra vida. Cuando no lo hacemos, es como si nos faltara el aire.
Cuatro años es mucho tiempo y supongo que aparecen nuevas inquietudes y contratiempos. ¿En qué momento creativo se encontraba el grupo a la hora de afrontar el segundo disco?
Estábamos a punto de presentar nuestro segundo álbum en el festival Monkey Week, pero un día antes tuve un accidente y me rompí el peroné. Teníamos un buen proyecto de disco, incluso llevábamos preparada una versión de Quilapayum. Sin embargo, a veces, el universo conspira a tu favor y no hay mal que por bien no venga. Durante el proceso de rehabilitación, compusimos cuatro canciones nuevas… y resulta que son las que hoy marcan en este lanzamiento nuestro camino a seguir.
Se trata de un segundo trabajo discográfico en el que seguís ahondando en ese género fronterizo tan vuestro a base de guitarras surf, blues y ecos de spaghetti western. ¿Os asustaba repetir esquemas?
Igual que en el primero, volvimos a partir de cero. Nuestra intención, sobre todo, es siempre hacer buenas canciones sin mirar demasiado el estilo. No queremos repetirnos porque las cosas van cambiando, tanto a nivel personal como general. En un país como éste que se cae a trozos por la corrupción y el paro, eso afecta positivamente a la hora de hacer las canciones. Sin olvidar el estado mental y físico del autor. Creo que hemos mantenido la regla de dejar de lado los prejuicios a la hora de componer y así, libre de trabas, todo rueda mejor.
En el disco encontramos grandes temas instrumentales como “Costa Ballena” y “Danza del Fuego”…
“Costa Ballena” es, en gran parte, el resultado de un fin de semana que pasamos Raúl Fernández, Paco Lamato y yo mismo en Costa Ballena. Nos pusimos a tocar y esa canción salió mientras mirábamos como rompían las olas en la punta del espigón del Puerto de Chipiona. “La Danza del Fuego” fue una de esas mañanas en las que, antes de tomar el café, ya tienes la guitarra en la mano. Resulta que empecé a tocar un blues en mi mayor y, de pronto, empezó a sonar algo que me llevaba al “Fuego Fatuo” del maestro Falla. Después lo reinventamos y ahí quedó la cosa.
¿Cuánto hay de personal y de ficticio en las letras tan crípticas que forman el álbum?
Todo está sacado de vivencias personales. Las letras no son más que historias vividas con nombres ficticios y con cierto humor, como Pietro Comino y Juan Civil. Me resulta muy divertido el hecho de inventar personajes.
Por curiosidad, ¿os gusta improvisar en el estudio y grabar con la banda en directo como se hacía antaño?
Nuestra manera de trabajar no es nada convencional porque improvisamos más en directo que en el estudio. Suelo llevar una idea de canción al estudio y la desarrollamos hasta que nos gusta como suena. Nosotros tenemos que aprendernos las canciones después de haberlas grabado por el hecho de que antes de grabar no están ensayadas. Es como hacer una tarta, puesto que primero ponemos una base y vamos añadiendo ingredientes hasta que está lista para presentar y comer.
El disco también cuenta con colaboradores de excepción, como Guadalupe Plata…
Guadalupe Plata es la banda que más me gusta de este país. Somos buenos amigos y existe una gran admiración mutua. Es como pedir a otro equipo jugar un partido amistoso, aunque en nuestro caso nos llevamos el premio de poder contar con gente como Julián Maeso, Diego García El Twanguero, Los saxos del Averno, Los Quiero y Ángel Sánchez a la trompeta gitana. Más que colaboraciones, ellos forman parte de la banda… al menos como miembros honorarios.
Otra presencia destacada es la de Julián Maeso y su Hammond. ¿Cómo os conocisteis realmente y qué aportó en el disco?
Hace mas de veinte años que somos amigos. Conocí a Maeso siendo parte del público en un concierto que ofreció hace mucho tiempo en Sevilla y me lo recomendó Raúl Fernández, que era realmente era su amigo. Entonces me invitó a subir y a tocar un tema juntos. Y desde aquel día dejamos la puerta abierta para futuras colaboraciones en ambos lados… y vaya que sí lo hicimos. Soy un gran admirador de D. Antonio Machín, ante todo por los arreglos y sonidos de sus discos. Pues bien, cada vez que escucho alguna colaboración de Julián me recuerda a ese tipo de arreglos que hoy día pillan muy pocos. Sobre todo porque han tenido muchos prejuicios a la hora de escuchar y aprender de tipos que están fuera del Rock… pero no del Roll.
“He Matado al Ángel” es un título con una fuerte connotación espiritual…
Nosotros jugamos con lo divino y lo humano. Hay cierto misticismo en nuestro estilo, pero siempre desde el respeto.
Para terminar la entrevista, ¿a quién te gustaría conocer en persona si pudieras viajar en el tiempo?
Me habría gustado vivir en la época de la ilustración: Francia o Inglaterra. En esos momentos donde hubo la más grande revolución cultural. Me habría encantado conocer a Goya. Daría lo que fuera por escuchar su voz y le habría hecho tantas preguntas, que quizás me matara en algunos de sus cuadros. También me parece muy interesante el Siglo de Oro y Sevilla en la época en que Cervantes andaba por estos lares. Siempre detrás de alguna bonita mujer sevillana, lozana y ardiente o defendiendo los derechos humanos, hablándole a Rinconete y Cortadillo de por qué no tenían que asociarse con Monipodio.
PAJARO