Un Surfista de Leyenda.
Hubo un tiempo en el que el surfing era un deporte minoritario, practicado por un puñado de incomprendidos outsiders que se pasaban la vida en playas solitarias, de espaldas a una sociedad que los miraba como a bichos raros. Fue mucho antes de la aparición de las escuelas, de las masificaciones en el pico y de la popularidad casi ofensiva de este deporte. Era una época en la que no existían cámaras digitales, ni apenas testigos presenciales, y el surfista, como el replicante de Blade Runner que interpretaba Rutger Hauer, se resignaba a que sus gestas con las olas se perdieran en el tiempo “como lágrimas en la lluvia”.
Manel Fiochi (Santander. 1950) no ha visto atacar naves en llamas más allá de Orión ni rayos brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser… Ni falta que le hace. Pionero a la hora de surfear olas grandes, no en vano fue codescubridor de la derecha de Santa Marina, subcampeón de España… Si Manel destacó realmente por algo fue por ser el eslabón perdido entre el surfing clásico y el moderno en la Península; ‘El Surfer antecessor’. Atesora méritos más que suficientes para copar varias páginas en cualquier libro sobre la historia del surf en España que se edite, pero a Manel, como un día comentó el pintor Antonio Gómez Bueno, “todo eso se la trae floja”. Como los mitos, las leyendas, la verdadera historia de Manel no puede comprimirse en unas hojas, en unos caracteres tipográficos. El vehículo idóneo para ella es la transmisión oral, en los aparcamientos de la playa, en el line up, entre surfers, entre colegas de salitre. Como uno de esos solitarios personajes fordianos de los que el gran John Milius supo poblar su obra maestra El Gran Miércoles. Sin rigurosidad histórica, sin necesidad de contrastar fuentes documentales, siguiendo esa gran máxima que nos enseñó el western crepuscular El hombre que mató a Liberty Valance:
“Cuando la leyenda se convierte en realidad, publica la leyenda”.
A la hora de fijar la fecha exacta sobre sus comienzos en el surf, Manel se muestra con una contundencia arrolladora: “Fue 1.966. Lo recuerdo bien porque la canción de moda que sonaba era ‘Si yo tuviera una escoba’ de Los Sírex y porque me sumé un año después que mis hermanos Jesús y Rafa y mis amigos José Manuel Merodio y Carlos Beraza, por culpa de una seria lesión que me hice, en un brazo, haciendo barra fija en el colegio”.
El mismo destino que le negó la oportunidad de pasar a la historia, siendo de los pioneros del surfing en Cantabria, se quiso reconciliar con él, al poco tiempo, reservándole el honor de ser el primero junto a Merodio, Beraza y Novo en surfear la poderosa derecha de Santa Marina. Según las crónicas, ocurrió en el lejano 1.968, pero la fecha es lo de menos.
Jesus y Manel
“Recuerdo perfectamente que era en uno de esos días de Somo en que te tienes que trasladar bastante paralelamente hacia la península de la Magdalena, porque el mar estaba demasiado pasado. En esas circunstancias, Merodio y Beraza cayeron en la cuenta de que, a lo lejos, en la isla de Santa Marina, había una ola de derechas. Fuimos para allá. Al principio no me convenció mucho, porque me pillaba a contrapie, pues yo soy goofy. Además antes éramos muy kamikazes, pues nos metíamos sin mirar el coeficiente ni la marea. Luego, con la experiencia y la observación, ya fuimos aprendiendo cuándo había y cuándo no había que meterse; pero al principio era un poco ensayo-error. Lo que más me impresionó el primer día fueron las rocas que sobresalían. Tenía miedo a caerme y golpearme contra ellas. También recuerdo a Merodio, que, como hace siempre, te decía: “cógela, que es buena”; lo que traduzco inmediatamente en que es mala, porque la buena la quiere coger él y viene detrás”.
Creo que hoy en día no somos plenamente conscientes de lo que tuvo que ser surfear Santa Marina por primera vez con aquellas tablas (singles) y sin invento…
Cuando remas la primera ola de la serie y la pierdes… ¡Bueno es como si te pusieran por encima de un carrusel, suspendido en el aire y a mucha altura, viendo unos puntos que no son otra cosa que la punta del iceberg de una gran roca. Bueno, fatal si no la coges, porque la serie viene atrás con olas aún más grandes y te puedes asfixiar bastante, cuando buceas.
Repasando vuestra trayectoria, una cosa llama poderosamente la atención, y es vuestra progresión meteórica. En 1965 empezáis a surfear y 3 años más tarde Beraza y Merodio están haciendo tablas, y tú, junto a ellos, surfeando olas de más de tres metros en spots difíciles como Santa Marina. Es una evolución que hoy con toda la información que hay, Escuelas, practicantes en el agua… cuesta encontrar… Es muy difícil que un novato del s.XXI se inicie en el surfing y tres años más tarde haga sus tablas o esté metiéndose en spots tamañeros. ¿Los pioneros estabais hechos de otra pasta?
En el tema de las tablas era la necesidad la que mandaba. A la hora de adquirirlas solo había dos posibilidades: o comprarlas en Francia o comprárselas a alguno de los contadísimos americanos que pasaban por aquí. Por eso surgió la necesidad de hacerlas. José Manuel Merodio se atrevió a intentar hacerlas. Luego, Zalo Campa. Los materiales de los que se disponía eran nefastos. El poliéster era de pésima calidad, pues no era especial para tablas de surf, sino el que se encontraba por las tiendas de Santander. Pero que nadie se llame a engaño, al principio el resultado no era todo lo bueno que se deseaba. Era más bien malo.
Sólo tres años más tarde de los inicios del shape en España, con mejores materiales, importados muchas veces de Estados Unidos, y con más experiencia, los shapers peninsulares comienzan a realizar unos productos que no tienen que envidiar a los de fuera. Un salto cualitativo que Manel podrá comprobar en un viaje que emprende en solitario a Inglaterra a finales de la década de los sesenta.
Para la ocasión, Carlos Beraza y José Manuel Merodio me fabricaron una tabla expresamente para mí, para que la llevara y, de paso, enseñara las cosas que se hacían aquí. Al principio, parecía que la tabla no causó mucho interés. Mi amigo Tim Heyland, dueño de Tiky Surfboards, que hoy en día es el fabricante de tablas más importante de Europa, no sé si por ser demasiado orgulloso, no me decía “joder, vaya tabla más bonita que tienes” o “fabricáis buenas tablas en Santander”… No, callado como una tumba. Sin embargo, al día siguiente, en el jardín donde yo vivía, me lo encontré, a los ocho de la mañana, midiendo la tabla, haciendo plantillas (sonríe). Parece ser que, aunque no lo reconociera, valoraba las tablas que hacíamos en Santander.
Villa Piquio
Volviendo al tema de las olas… ¿A qué crees que se debió esa increíble progresión de estar empezando en 1.966 en El Sardinero a meterte en Santa Marina en 1.968?
En primer lugar, tanto mis hermanos como yo y mi grupo de amigos proveníamos del mundo de la natación. Competíamos y estábamos muy familiarizados con el agua. Pero en mi caso creo que resultó fundamental un hecho, y es que mi padre se empeñó en que aprendiese francés y comenzó a enviarme un mes todos los veranos a Biarritz.
El hecho de haber visto a los mejores me permitió evolucionar. Yo fui a Francia sin saber prácticamente nada. Nunca se me olvidará, parece que lo estoy viendo ahora, cómo cogía la ola Lartigau (Francois), se giraba muy tranquilo… En una palabra, ellos hacían el surf de una forma ‘fácil’, fluida. En contraposición a nosotros, que hacíamos un surf agarrotado. Allí –en Biarritz- en el agua había un amasijo de nacionalidades considerable; americanos, australianos… Era un ambiente muy enriquecedor. En este sentido, para mí experiencia, resultó más interesante sentarme en la orilla y observarles durante horas, que coger olas puramente con ellos.
Maldivas
Desde mi punto de vista, fuiste una figura clave en la evolución del estilo, en la transición del noseriding a un surfing más dinámico, germen del actual. Algo que hiciste primero, poniendo en práctica aquí lo que viste en Francia hacer a surfistas como los hermanos Lartigau, De Rosnay o al australiano Keith Paul, y más tarde trayendo de Francia, del taller de Barland, una de las primeras tablas cortas que se vieron en el Cantábrico…
Lo del estilo nuevo que me traje en la maleta de Biarritz no lo he dicho yo, lo dijo un gran observador que se llama ni más ni menos que Zalo Campa. Lo de la primera tabla corta es verdad. Solía ir todos los días a Barland a ver a los nuevos shapers y ver qué hacían. Barland era todo un personaje a respetar; era el ‘jefe’. Mi padre me envió dinero y pude hacerme una tabla del color y el tamaño que quisiera… Ese mismo verano los surfistas americanos y australianos habían empezado a traer unas tablas más cortas y Barland empezó a hacerlas. Yo encargué una de aquellas tablas cortas nuevas. La pedí en un color azul claro con ribetes finos a los lados negros y con una gran M en la proa y abajo para que se viera cuando cogía olas.
Javier Aracil in action
¿Te sientes suficientemente valorado por esa fiebre historicista que vive el surfing?
No es una cuestión de valorarme más, pero sí que tengo en parte la espina clavada de que mi hija, la juventud no vivieran como viví yo esas historias relacionadas con el surf. Los historiadores están poniendo al surf al nivel que se merece. Además, creo que yo mismo puedo ser el culpable de que esté en un discreto segundo plano cuando digo que “el pasado no se acuerda de ti (salvo cuando te hacen una entrevista –risas-), el futuro no existe, y mi patria es el ahora”. Hasta hace poco no le he dado mucha importancia a las cosas que viví en mi juventud, pero últimamente me siento un privilegiado por haber podido vivir en primera persona la evolución del estilo, de los materiales y de las propias tablas. Y creo que la clave fue el acortamiento de las tablas, que permitió que toda fuera más divertido, hacer más maniobras, el poder sentirte más identificado con la ola.
Javier Aracil y Manel Fiochi
¿Cómo simplificarías tu relación de casi cincuenta años con el surfing?
Empiezas a subir y luego alcanzas una meseta, hasta que por ley de vida bajas. Pero ésa es la historia de todo deportista y en todos los deportes. Y yo como no soy Superman me ocurre lo mismo.
Eso que mencionas me recuerda algo a El Gran miércoles, a una frase que dice uno de sus protagonistas, el shaper Bear; ¿crees como él que nadie surfea siempre?
Yo creo que hay que alargar la vida surfera al máximo, porque es intrínsecamente bueno. Lo que pasa es que la vida son fases, en las que vas cambiando unas cosas por otras más cómodas o confortables. Todos llegamos a una época en la que da más pereza meterse en invierno. Los años pueden hacer que pierdas la fuerza, pero lo que no se puede perder nunca son las ganas; eso es mental, y no hay quien te lo quite.
Manel y Merodio
Hossegor
Manel y Carlos