José I. Luengo afronta las tardes con una taza de café y una buena canción. No es costumbre, es actitud.
Con el mar en las entrañas, las olas mueven su mundo. Es incapaz de filtrar sus emociones, algo muy valiente que convierte en humano y visceral cualquiera de sus trabajos. Creció entre collages y música, disciplinas que une con personalidad para dar como resultado imágenes que guardan mucho más de lo que puedas imaginar a simple vista. Suele hablar de la similitud que guarda su vida y su trabajo con una montaña rusa. Pensamos que, arriba o abajo, nos da igual, nunca baja. Eso es fuerza.
Me llamo José I. Luengo y, depende de quien seas, me llamarás José, Luen o El Luengo. Mi apodo es Brutes, tengo 34 años y los camareros de los bares del centro me suelen conocer por el del Jhonnie con Red Bull. Nací en Málaga, crecí en Málaga, vivo en Málaga y, al parecer, moriré en Málaga, para bien o para mal. Me dedico al diseño gráfico desde 1999 y, a pesar de ser un pésimo ilustrador, lo sigo intentando. No tengo un estilo definido y me afectan mucho los elementos externos a la hora de ponerme manos a la obra con alguna ilustración o algún diseño. Tengo pánico a los espacios en blanco y a los colores planos, por eso hay veces en las que abuso de las texturas. Me manejo como pez en el agua con la cartelería y las carátulas, es donde me siento más cómodo y la música es lo que más me inspira a la hora de diseñar.
Formo parte del colectivo de diseñadores e ilustradores Born To Paint y en breve empezaré a publicar también en The Poster Collective.
Me gusta la música, el diseño, el surf, el verano, la playa, el fútbol, las mujeres, los perros, los amigos, los cubatas, las bromas y la paella.
Me gustaría vivir en una isla tropical comiendo cocos bajo una palmera y aparezco en Staf porque amenacé a Cucu una noche en el Drunkorama.
Empecé a dedicarme al diseño gráfico y a la ilustración un poco de rebote. Mi plan era estudiar diseño de interiores (no me preguntes por qué) pero, mientras me preparaba para el examen de admisión a la escuela de arte, me comentaron que existía una cosa llamada diseño gráfico que era “como dibujar pero con un ordenador”.
De pequeño era el típico caso perdido escolar, solo aprobaba manualidades y dibujo. Me pasaba las horas dibujando en libros y libretas, recortando y pegando collages en carpetas y haciendo mis propias carátulas de casete piratas. También hacía las portadas y los carteles de los grupos en los que iba tocando tirando de la fotocopiadora de la oficina de mi padre junto con unas tijeras y una barra de pegamento. Supongo que se veía venir.
Hice un curso de diseño y me di cuenta de que no solo se me daba bien algo más que beber copas sino que, además, me obsesionaba todo lo que rodeaba a ese mundo y encima me gustaba. Mi padre estudió Bellas Artes y tiene la pintura por hobby, fue el que más contento se puso al ver que al final no terminaría en ningún reformatorio o centro de desintoxicación y que haría algo medio útil en la vida. Desde entonces no he sabido hacer otra cosa.
No sabría definir mi trabajo, mi vida es una montaña rusa y me afectan mucho los factores externos a la hora de “crear”. Va por épocas, unas veces más caótico, otras más aséptico. No creo que tenga un estilo concreto y reconocible. Simplemente hago lo que me sale y cuando me sale según las circunstancias.
No pretendo conseguir mucho con mi obra, solo ganarme la vida y tener una válvula de escape. No creo que el arte pueda cambiar el mundo, pero sí puede ayudar a despertar a la gente y hacer que este mundo sea un poco más agradable. Yo no pretendo cambiar nada porque el mundo me cansa demasiado (risas), pero si mi trabajo aporta un granito de arena a que esto sea mejor ¡pues eso que me llevo para la tumba!
Creo que el trabajo más fuera de lo común que he realizado ha sido maquetar una revista porno-maso. Es lo más raro que he hecho nunca, aún así encargos catetos y sin sentido hago muchos a diario ¡hay que ganarse el pan!
Me inspiran muchas cosas, lo que más la música, el patín, el cine, la playa, los cubatas, los buenos amigos y el cachondeo en general.
Soy un tipo bastante inestable, puedo estar en el hoyo más oscuro a mediodía y a la media hora ser el hombre más feliz del mundo (no sé qué diría un psiquiatra de eso), así que mi banda sonora depende muchísimo de mi estado de ánimo, que pueden ser varios en el mismo día. A ratos algo de Airbag, The Queers y los Ramones, un poco de Weezer, Telekinesis o los Rentals. Después podemos seguir con Los Planetas, The New Raemon o Nueva Vulcano, pasar por Pavement, Built to Spill y Sonic Youth. Tampoco faltan Mogwai, Explosions in the Sky o Yo la Tengo. Del mismo modo en que me pongo a trabajar escuchando a José González, Junip, Jonquil, Iron and Wine me paso a mover la cabeza un rato con Elphomega o Violadores del Verso. Como ves depende de lo trastornado que me pille el día.
La imagen que no puedo quitarme de la cabeza es la de una botella de Johnnie Walker derramando su dorado contenido en un vaso de tubo con dos hielos (risas). Sin duda, la imagen está compuesta por los atardeceres en Cádiz esperando la serie en el agua rodeado de buenos amigos y con un magón de un metro de olas. El relax y la calma que me da eso no lo consigue ninguna otra cosa. Aún a riesgo de sonar a filosofía de hippie trasnochado, esos momentos de mente en blanco, paz absoluta y desconexión total del mundo y de las ruinas diarias no tienen comparación a nada en la vida ¡Y encima es gratis!
No creo que el arte de la calle tenga que estar reñido con el arte en los museos, cada cosa tiene su espacio. Lo bueno del arte es que tiene cabida en cualquier sitio y de cualquier forma. Para mí el arte puede estar en una mierda de pegatina que lleves dentro de la cartera, en lo impresionante de un cuadro de dos metros de Lichtenstein en una pared del Guggenheim, en un stencil en una pared meada del centro o en una escultura romana en una plaza de Florencia. Si tengo que elegir, soy más de calle que de museos.
Las aficiones que me han cambiado la vida han sido, sin duda, la música y el surf. No podría vivir sin esas dos cosas (topicazo). Bueno, en realidad seguramente sí que podría vivir sin ellas pero sería infinitamente infeliz. Una ciudad sin playa ni música, ¡¿estamos locos?!
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