EL AMOR ES UN ESGUINCE DE CEREBRO:
UNA CONVERSACIÓN CON JOAQUÍN CAMPOS.

13 October 2018 Texto: Grigori Grigoriev. Fotografía: Pablo Belice.

Quedar con Joaquín Campos en un aeropuerto es de lo más fácil. Casi siempre yendo y viniendo dice haber desarrollado una galopante claustrofobia, que a veces, comienza a dominarle el cuerpo en las propias terminales, incluso antes de montar en el avión. En el aeropuerto de Málaga, camino de Barcelona, se sienta a tomarse una cerveza porque ya llevo demasiado vino y tengo que volar. Dice haberse enamorado de la camarera. Aunque al instante comenta lo mismo de una clienta. Viste de negro, como su maleta, aunque esta vez se nos ha presentado con una camisa extraña: es lo único que me quedaba limpio, se justifica. Además, carga con varios libros, el portátil y una fuerza descomunal para afrontar las preguntas y sesión de fotos. A Campos ya le han publicado siete libros, cuando tres más, están en fase de preproducción. Asimismo, ya prepara lo de 2020: un poemario y un ensayo total, que ándense con ojo, se titulará Ajuste de cuentas (cómo ser escritor).

Tras once años en Asia y casi uno en África a Campos ya sólo le detendrá la muerte, el Alzheimer o la amputación de ambas manos y cuerdas vocales en lo que a la literatura se refiere. Si perdiera mis manos dictaría mis textos, aclara. Ha actuado en tres continentes aunque sean muy pocos los que le conozcan. En ese ir y venir continuo, ha sido invitado por universidades católicas colombianas, ha investigado asesinatos sin ser inspector, se ha enfrentado a cuerpos diplomáticos y bandas de matones –¡y a la vez!–, cuando vacila de su herpes genital como si se tratara de su perro entre trago y trago de cerveza. Para continuar con su rocambolesca vida se casará dos veces durante 2019 –recalca que con la misma mujer– cuando me indica que debería hacer mención al primer cero de su vida: hace dos semanas en Las Palmas de Gran Canaria, donde no es que no acudiera público a la presentación de su último poemario, Catres, sino que no se presentaron ni el librero ni la que debía ayudarle en el acto. A cambio, dice que comienza a gestarse la grabación de un documental sobre su obra. Y sí, nació en Málaga aunque nadie pudiera sospecharlo. Con todos ustedes: Joaquín Campos.

–Comencemos por el final. ¿Qué libro está leyendo?
–Leo tranquilamente Los enemigos del comercio, de Escohotado, y todos los poemarios que puedo. Acabo de finalizar la obra maestra que son las obras completas de Fonollosa editadas por Edhasa, y ahora comienzo a leer una seria de poemarios que editó Huacanamo, editorial que ojalá vuelva. Maleza,de José Ángel Cilleruelo, ha abierto la veda. Además, todo esto lo intercalo con los primeros versos vanguardistas del uruguayo Alfredo Mario Ferreiro titulados El hombre que se comió un autobús que editó muy acertadamente y en bellísima edición Renacimiento. Y como siempre, algo de filosofía; en este caso Contra el método, de Paul K. Feyerabend, ejemplar que adquirí en una librería de libros usados, de esas donde los herederos se desentienden de parte de sus herencias. Sólo les interesan a los muy traidores los ceros a la derecha, los inmuebles y las joyas. Son así de dignos.

–¿Se adscribe a alguna generación?
–Dios me libre de asociarme a otras personas. De vez en cuando me preguntan por el realismo sucioy trato de escabullirme. No sé, imagínate que escribes y te aseguran –los que dictan y sentencian– que perteneces a la generación nocilla. No sé ni quiénes son pero ese calificativo de nocilla aclara de manera crudísima en qué mundo de mierda vivimos.

 

 

–En su primera obra, Faltan moscas para tanta mierda, realza a las menores de edad calificándolas como menorazas. ¿Es esto legal?
–La edad mínima legal para poder practicar sexo en España es un chiste. Las mismas que follan por deseo, se tatúan sus ingles depiladas, se colocan pendientes en sus clítoris, se drogan hasta la extenuación, leen obras de Nietzsche, y en otros muchos casos, han dado a luz y trabajan, resulta que pueden convertir en preso a aquel que una vez les gustó sólo porque tienen dieciséis. ¿Y por qué no pisa el presidio el que le tatuó el pubis o el que le taladró el pezón con un zarcillo? Creo que este mundo en el que vivimos es un completo chiste sin gracia. Y sí, ateniéndome a su pregunta, menoraza no es más que un calificativo adecuado para aquellas menores que aparentan ser no sólo mayores de edad, sino milagros no cotidianos. Y además, aquello lo dijo Rodrigo Mochales, el personaje del libro.

–¿Es que acaso no es usted Rodrigo Mochales?
–¿Acaso quiere que le muestre mi pasaporte?

–De todas formas usted trata la prostitución de una manera un tanto extraña; como poco frívola. Parece como que no sólo la acepta sino que la defiende y promueve.
–Sin querer caer en el tópico de que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, cuando en realidad, follar es el deseo primigenio junto con el de comer y beber, sí querría aclarar que yo sí he cobrado por follar. Y eso ya no me lo quita nadie. No es que defienda la prostitución: es que todo el mundo debería irse de putas (y putos). Y el que pueda, que además cobre por tamaño placer. Tantos males de este mundo se arreglarían si todos pudieran desfogarse…

–¿Me está usted diciendo que ha cobrado por follar?
–Lastimosamente ya no puedo hablar en presente. Pero sí. Yo conseguí ver a señoras abriendo sus bolsos y depositando los billetes pactados en mesitas de noche de pensiones horribles de suburbios camboyanos. Las señoras, evidentemente, eran blancas caucásicas. La soledad arrasa más que cualquier tsunami. Créame.

–Entonces, ¿no creerá en el amor?
–El amor es un esguince del cerebro. Que como cada esguince dura escasas semanas, a lo sumo meses. Lo interesante es que lo hacen los chinos: buscarse parejas a las que nunca aman, con las que follan de vez en cuando y con las que son capaces de hacer negocios hasta la muerte. Se buscan socios, no amores complejos. Al final, es imposible aceptar que el amor, como la erección, dura toda la vida. ¿O es que cree que viagra y cialis son inventos contra las disfunción eréctil? Para nada. Porque son, claramente, los mejores tratamientos para mantener con vida a parejas desesperadas tras años sin rozarse. Usted se toma 20mg de tadalafilo y se folla a su perro aunque no sea animalista. Esos investigadores, a costa del priapismo, están salvando al mundo y jodiendo a los abogados matrimoniales.

–Le acusan de misógino.
–Sí, los que ni follan ni viven con dos mujeres, como es mi caso. Mi editora, además, también es dama. Así como tantas amigas serias, periodistas, publicistas, masajistas. La misoginia siempre tiene dos lecturas: la propia, en donde no me acepto como tal, sino por todo lo contrario; y la ajena, que tiene mucho o todo que ver con los traumas y defectos del acusador.

–¿Cree que el lenguaje explícito es literatura?
–¿Acaso un asesinato no es vida? ¿Por qué deben ocultarse ciertos diálogos? ¿Sólo porque contienen las palabras polla y coño? Por Dios. Parece mentira que en pleno 2018 seamos tan católicos encubiertos.

–¿No cree que la poesía actual, tan alejada de formas, conceptos, leyes y rimas ancestrales, es un completo timo?
–No lo creo, la verdad. Aunque entiendo su pregunta. Pero bueno, ¿acaso viste usted como Felipe II? Yo creo en la poesía buena o mala. Y claro, tiene tanto que ver con lo que uno siente al leerla.

–¿Pierde un escritor como usted dignidad cuando se decide a investigar asesinatos sin ser investigador? ¿Es La verdad sobre el caso Segarra su peor hijo, si entendemos por hijos a sus obras?
–No renuncio a ninguna de mis obras. Pero sí es cierto que es la única que nunca promociono en mis giras aunque siga siendo mostrada en mi web. Es una especie de hijo no deseado, que además, nació deformado. La verdad sobre el caso Segarra, que en realidad se debería haber llamado Las amistades peligrosas, es un desbarajuste de errores en general: de parte de la familia del asesinado por no haber querido reconocer que hay más implicados a cambio de aceptar que David no era un ángel alado; de la diplomatura española en Tailandia, colaboracionista con el mafioso enjambre policial/gubernamental tailandés; de los medios de comunicación españoles, que incluso cuando a día de hoy siguen llamándome para supuestos especiales sobre el caso, en su día fueron incapaces de investigar cuando sí disponían de los medios y la experiencia; de la policía tailandesa, un ente mafioso y extremadamente peligroso; de FronteraD, que aparte de cambiar el título de la obra y editarla, eso sí, muy bien –la había escrito por la presión de las fechas a la carrera–, se asustó cuando uno de los señalados por medio de su abogada nos amenazó; de mis consejeros, que incluso apoyándome con confidentes y datos a los que yo nunca podría haber tenido acceso, horadaron el camino equivocado, porque el libro es una obra de esfuerzo y errores casi a partes iguales; y por encima de todos y cada uno, el tremendo fallo que cometí al aceptar esa propuesta que me hizo crecer como persona, ser amenazado de muerte, escribir mi peor libro y sentir la enorme frustración de saber que muchos malos malísimos siguen campando a sus anchas por las calles de Bangkok. Juro, y repito, que crecí como persona. Pero aunque nunca me arrepienta de nada jamás volvería a caer en las garras de ese tipo de vida y literatura. Confío mucho en que los asesinos no pueden matar todo el rato. Y que salvo los enfermos mentales, que suelen estar o muertos o como mucho en la cárcel, nadie en su sano o enfermo juicio asesina a nadie por un libro que les metió bastante presión y algo de errores. Eso sí, acepto que si en vez de literato volcado en el ensayo y la poesía aún no supiera lo que querría ser ahora mismito estaría en Bangkok siguiendo los talones de todos los que o no salieron en el libro, o salieron, y se fueron de rositas.

 

 

–Mójese: cite a tres poetas malos.
–Luis García Montero, por jugar a ser poeta (malo y previsible; calculador y esnobista) cuando va camino de ministro; y algunos otros a los que, al no conocerlos ni en su casa, no querría yo hacerles famosos. Y me sumo al drama: la mayoría de los poemas de mi primer poemario son absolutamente prescindibles. Y claro, luego está Leopoldo María Panero, un ser comprensible con versos sin sentido. Sus seguidores se agarran a él como a un milagro. De nuevo, ese catolicismo que creíamos superado. Para paneros verdaderos Michi, para unas copas, o Juan Luis, para un recital poético. Pregúnteme, por favor, por los que me placen.

–…
–Al menos déjeme expresarme; porque yo no me llevo sus royalties: José Luis Parra, Ángel González, José Watanabe, Taneda Santoka, Paul Morand… Aunque el último no gran, sino grandísimo descubrimiento, ha sido José María Fonollosa: un puto escándalo, la lucidez hecha verso. Me lo recomendó Juan Bonilla, que aunque sea buen poeta es un prosista como yo querría serlo. Y si me deja añadir, me he topado con otros genios absolutos que no es que no escribieran, es que casi nadie supo a qué se dedicaron o aún dedican: Xavi Talavera y David Gómez Krapoola. Y luego está el marchenero Antonio Jiménez Castillo, un genio que sí existe, piensa, lee y escribe. Sobre todo piensa, desarrolla: se ametralla por dentro. Acepté que la humanidad marcha mal –ya lo intuía– desde que le conocí. Su cerebro vale por el de millones de transeúntes. Evidentemente (y afortunadamente), no todos somos iguales.

–Volvamos a la vida. Otro asunto más que sorprendente es su profunda defensa del sexo sin protección.
–¿Es acaso usted uno de esos subnormales que bebe cerveza sin alcohol o café descafeinado? Mire, follar con condón, y aunque la iglesia parezca decir lo contrario, es otro control más del catolicismo ciudadano que nos hemos montado. Damos asco. No es que tengamos miedo a la muerte, cuando hasta hace unas décadas tipos que leían a Nietzsche se alistaban para participar en guerras de las que o no volvían o lo hacían camino del suicidio; es que nos la enfundamos en un plástico, las escasísimas veces que follamos, por miedo a que nos brote una verruga en el glande, en sí una medalla al placer. Creo, de manera muy sincera, que no habrá más guerras tal y como las conocemos por falta de soldados. No es que nadie quiera morir tiroteado, es que nadie quiere ver una grieta temporal en su glande, siquiera acostarse con la duda de ese tomate consumido en ensalada variada, que según el prospecto de su caja, decía no ser ecológico. Ser los más longevos y llegar vírgenes de venéreas a nuestros propios sepelios tiene, otra vez, mucho que ver con la herencia católica. Es como un autosíndrome de Diógenes. Queremos quedarnos como estamos sin mover un músculo para luego quejarnos por no disfrutar, acumulando años de edad, en sí de pérdidas.

–He leído Doble Ictus y lo primero que me pregunto, asumiendo que todo lo que allí se cuenta es verdad, es si usted tuvo el permiso de su ex para escribir aquello.
–¿Aquello? Aquello fue poesía en vida a tiempo real. Y sí, aparte de cierta a pies juntillas fue escrito con su permiso. ¿Por quién me toma? Mire, si todos nos confesáramos en público nos iría muchísimo mejor.

–Le tomo por un tipo que cruza líneas rojas.
–Todo lo demás suele ser el vacío. Exactamente donde yo viví hasta unos años desde mi adolescencia y donde aún viven tantos y tantos millones de personas, que como si fueran robots, agotan en los supermercados más cercanos a sus hogares hipotecados de por vida cualquier productos que aparente ser sano aunque sea procesado. Y sí, son los mismos que aparte de follar poco, lo hacen con condón. Veganos, animalistas, antitaurinos… Si hoy comenzara la tercera guerra mundial se presentarían siete batallones de trescientos soldados representando a Europa dispuestos a defender siglos de historia, patrimonio… Y claro, todo desaparecería. Usted y yo incluidos.

–¿No cree que es demasiado crítico? En sus obras se aprecia un desprecio casi general a lo ajeno.
–Y a lo propio. Mis personajes no son mises cinco minutos antes de salir en antena mientras el presentador les pregunta por sus procedencias geográficas. Mis personajes soy yo mismo o lo que yo querría haber sido cuando no, directamente, lo que todos deberíamos ser.

–¿Haber vivido tanto tiempo fuera de España es la clave de su obra?
–La clave de mi obra es haberme dedicado en cuerpo y alma a un asunto complicado, cuando ni estudié ni tuve guía. Cada noche que llego a mi apartamento, en medio de una isla como un desierto, escribo, corrijo, preparo giras, busco traductores para mis poemas. Y nadie me paga por ello. Lo que sí que me ha aportado el vivir tanto tiempo fuera de España es saber que cada imbécil que cuelga consignas y banderas en sus balcones es un completo retrasado mental, que ni folla ni espera hacerlo. Si usted supiera cuántos problemas se arreglarían penetrando y siendo penetrado. Siento ser malhablado, y ya no digamos repetirme, pero no deseo perder más el tiempo con respuestas previsibles. Si en España se follara a destajo, ya no digamos a menudo, no habría tiempo para manifestarse por causas colectivas; el sueño del mediocre. Por eso defiendo al individuo. Su única meta es él y sus circunstancias. Y claro, cuando no hace nada en la vida más que trabajar, pagar facturas y aparentar que es mucho mejor de lo que en realidad es se une en una plaza con otros miles como él tratando de escapar de su pesadilla. Buscan héroes ajenos cuando sus fracasos hace tiempo que les humillan.

–¿Qué haría si fuera ministro?
–Inmolarme en mi toma de posesión, ante Felipe VI y ese ejemplar gordísimo de la Constitución. Amonal, trinitrotolueno y chinchetas, este detalle mucho más de la EGB. Antes habría malherido a mi mujer y su hija para que en vez de hablar de un ministro suicida se hablara de un ministro volcado en la violencia de género. Porque así está el mundo.

–¿Tampoco está con la violencia de género?
–Cuando se acepte que el suicidio es mil veces más real que la violencia de género las oenegés pedirán subvenciones para defender a los suicidas. Todo es una farsa. Créame. Un negocio. Se hace dinero con el drama ajeno. Y si este funciona, se exagera, se estira, se deforma hasta sus últimas consecuencias. Ninguna lucha social tiene sentido cuando está manchada de millones, sale en la tele y sus valedores son los mismos que protagonizan series, alineaciones y demás aburrimientos generales. Una exquisita revolución social sería secuestrar a todos los habitantes de un pueblo de menos de mil habitantes de nuestro aún país para obligarles a leerse a todos los clásicos, poesía y teatro, sin descanso. A los siete años les devolvería a sus hogares. Seguramente humillarían a los pueblos vecinos. La única libertad es la sabiduría. Todo lo demás es látex doble capa.

–¿Qué aconsejaría a alguien que quisiera ser escritor?
–Que escribiera… y que fuera auténtico. Y que nunca se apunte a un curso literario salvo que quiera conocer a escritores famosos para hacerles aún más ricos. Los talleres literarios son estafas. Nadie aprende a escribir libros. Se aprende a nadar, porque si no te ahogarías. Primero, hay que tener cosas que contar, normalmente porque te mueves. Y después, saber contarlas. He visto anunciados cursos de verano sobre poesía y me pregunto por qué no han detenido a los organizadores acusados de estafa. Nadie puede enseñar a otro a escribir versos. Nadie. O lees poesía hasta la extenuación… Y ni así.

–También ha escrito reportajes. Algunos durísimos, como el que trata la prostitución y consumo de ice en Phnom Penh que le publicó El Confidencial o aquel que salió en FronteraD donde explicó cómo, cuándo y dónde está la prostitución infantil en Laos. ¿Debe un periodista, a costa de mejorar su trabajo, pagar por prostitutas, trapichear con camellos o comprar armas?
–Y de nuevo sale a relucir la herencia católica que creímos quitarnos de encima. Evidentemente, sí. Claro que sí. Si lo hacen los espías y policías por qué no los reporteros. Y yo ya lo hice en los dos primeros ejemplos. Por lo demás, no tengo puntería.

–Bukowski dejó un empleo fijo y remunerado a cambio de cien dólares mensuales por escribir, a riesgo de quedarse en la mendicidad. ¿Usted ha llegado a pasar hambre por escribir?
–Tras prácticamente una década sin trabajo fijo, prefiriendo vagar para escribir casi de cualquier cosa, puedo asegurar que entré en quiebra técnica. De hecho aún hoy pago deudas con mucho dolor. Porque devolver dinero prestado es una derrota cuando ya te sentías ganador. Y no, nunca pasé hambre a lo largo de mi vida. De hecho, siempre he bebido buen vino. Pero esta última vez decidí no rechazar el último tren laboral de mi vida prefiriendo dedicar única y exclusivamente esas cuatro horas entre el trabajo y la almohada a escribir, leer, corregir, estudiar, organizar presentaciones aunque vengan tres… Creo que el último par de años hasta hoy estuve alguna vez cerca de la mendicidad. Y no exagero. Mi suerte: tener una profesión bien marcada donde me pagan de forma notable. Y que amo tanto a la literatura que he comprendido que trabajando también puede ser sostenible. En la calle, durmiendo en un cajero, sólo sería el nuevo panero de los progres. Y sí, Bukowski hoy día trabajaría en un Mercadona. Fueron otros tiempos los suyos. El capitalismo de hoy te obliga a trabajar. Sin dinero ni respiras.

–¿Igualdad en la política? ¿En las artes?
–La igualdad es otra memez. Toda la vida escuchando que la mujer no ha podido escribir hasta finales del siglo pasado y hace un año me entero que en un concurso poético público organizado por no sé cuál localidad andaluza presentaron obra más de doscientos hombres por setenta y tantas mujeres. Es todo tan absurdo que lo mejor que puedo hacer es vivir lejos del agujero negro incandescente dedicándome a hacer lo que deseo sin tratar de mirar mucho a mi alrededor. Yo a los que promueven la igualdad los encerraría en centros psiquiátricos bajo tratamiento médico. La igualdad no es que denigre a la mujer, es que insulta a la persona, a la inteligencia. Iguales ante la ley. Y para todo lo demás, muevan el culo. Depende de ustedes, no de su sexo, procedencia o demás irritantes excusas. Si no corregimos esta tendencia absurda seremos aún menos productivos. Y si el fin es ser menos productivos lo mejor será cancelar el capitalismo, cerrar las fronteras, comer raíces; a fin de cuentas, beber orina por pura necesidad.

–En algunas de sus respuestas las generaciones actuales creen entender brotes agudos de misoginia. Y siento repetirme con el tema.
–Misógino es el que odia a las mujeres. Y yo vivo con dos: mi pareja y su hija, cuando suelo ser el que lavo los platos, tiendo y recojo la ropa, hago la compra, tiro la basura reciclándola, y claro está, cocino, abrazo, arropo, respeto. El 90% de mis versos están dedicados a mujeres. Yo a los que desprecio, y muy profundamente, son a los estúpidos que no sólo promueven la igualdad sino que hasta tratan de imponerla a cualquier precio. Y ya no digamos a los del lenguaje inclusivo, a los que habría que insultar públicamente. Pero claro, todos estos insultos a la inteligencia acontecen cuando el vulgo se cree libre. Mire, casi todos los males de nuestra época los ha generado la penosa clase media occidental. ¿Y sabe por qué? Porque no contenta con ello, o sea, con vivir bien o muy bien, siempre quiso jugar a ser rica. En vez de un coche, dos; en vez de un hogar, tres; en vez de un poco de dinero en el banco, todo lo que se pueda invertido en no sé cuáles fondos de inversión. La clase media, como ya se lee explícitamente, es media. No le pidan peras al olmo. Bastante tienen con votar. Y además, no contentos con haberse sentido banqueros, se ponen a curar sus pecados –¡catolicismo absoluto!– luchando por equiparar a los torpes con los listos, promoviendo que cualquier país por pobre que sea merece más atención que los poderosos. Asumo que el diván se nos queda muy corto.

–Dígame el último acontecimiento cultural que visitó, ya sea exposición, concierto…
–Acudí invitado a la entrega de premios de Liber 2018 en el MACBA Barcelona. Mi editor, Abelardo Linares, era homenajeado y le pedí a su hija un pase. Me mantuve todo la hora y poco de pie en la parte trasera del auditorio; analizando. Aunque suene a halago, Abelardo fue el que mejor estuvo. Se preguntó, con acierto y picardía, por qué las bibliotecas municipales pagan cada mes el recibo de la luz sin rechistar y no se plantean comprar libros a menudo. Luego ofrecieron comida y bebida a espuertas en una construcción bellísima de hace siglos. Mordisqueé algo de jamón, me mojé los labios con un cava mejorable y salí despavorido. La semana anterior, visitando Antequera con mis padres, me quedé sorprendido del ridículo casi absoluto de su museo de arte contemporáneo (MAD) y de lo interesante que me resultó su museo clásico. Las porras antequeranas, por cierto, exquisitas.

–En una de las historias que conforman sus Veinte brotes menciona a Brendan Canty, batería de Fugazi. Además, su segundo poemario, Maëlys y todas las mujeres, está dedicado a ellos.
–Mira, Fugazi son cuatro hombres; no hay igualdad. Bueno, aparte del triste recordatorio decirte que la música es la otra pata de mi vida cultural junto a la literatura. Sólo sería músico si no fuera escritor. Me fascinan Fugazi y Girls Against Boys; me enloquecen Bowery Electric y Blonde Redhead; alucino con Boredoms y Syd Barrett. Felix Kubin, Porter Ricks… En su día, Lagartija Nick fue parte de mi día a día. Trabajos como Inercia o Val del Omar aún no han sido superados en nuestro país. Lastimosamente la música sólo puedo escucharla. Aunque es tan inmensa que me es suficiente. No podemos hacer de todo. Salvo los superdotados. Yo antepongo al trabajo por necesidad y al vino por ídem. Por mucho que me fascine el bajo no me habría dedicado a tocarlo, siendo ya escritor, por no haber podido descorchar tintos varios. Ser escritor ya me es suficiente.

–¿Qué tipo de músico querría haber sido?
–Según la época. En esta, o al menos hasta hace unos años, cualquier miembro de Fugazi, por poner un ejemplo. Y durante el siglo pasado, cantaor. Cuando el vino tinto no me permite seguir escribiendo escucho estupefacto a Porrina de Badajoz y La Paquera de Jerez. Creo que el flamenco, centrándome en el cante, es el movimiento cultural más espectacular de la historia. Imposible con menos: una guitarra, una silla y dos personas. Porque la silla cuenta. Y mucho.

–¿Está de acuerdo con que la justicia española denuncie y persiga a Pablo Hasél?
–No sé quién es artísticamente Pablo Hasél porque en mi ignorancia cualificada asumo que su obra y/o música no me interesa lo más mínimo. Ahora, que a alguien por sus letras o feas rimas le acusen de cometer delitos me parece una estafa. La misma, por cierto, que hacer famoso a un mediocre, como sospecho que es su caso. Habría que preguntarle al tal Pablo si estaría dispuesto a mantener su línea radical contra el gobierno central si residiera en Corea del Norte o China. Y ya le adelanto yo que Hasél en Pekín abrillantaría los zapatos del régimen y en Pyongyang tragaría semen de uniformados sin rechistar. No se olvide que, por lo general, la libertad no comienza en la valentía del ejecutor sino en la debilidad del ejecutado.

–¿Cuál es la mayor leyenda?
–Una que nunca se hace realidad: que te metan droga en la maleta. Y ya debo llevar casi medio millar de vuelos.

–Recomiende alguna droga.
–El LSD. En realidad, un alucinógeno. Además, como no hay alijos, manga ancha.

–¿Se posiciona favorable a la legalización de las drogas?
–Aparentemente sí. Lo que ocurre es que me da miedo que si el camello ya la corta al límite de su consumo el gobierno desee también estirar el chicle a base de impuestos. Y claro, luego habrá droga light; porros sín; farlopa ecológica.

–Antes de despedirnos, ¿querría añadir algo más?
–Sí. Hace unos días fui a la presentación del curso de acceso a la universidad para mayores de 45 años en la UNED de Barcelona y el 80% de los asistentes llegaron tarde; algunos media hora –la clase duraba sesenta minutos–. Añadir que el nivel de preguntas de los asistentes fue tan deleznable que se lo tuve que comentar, in situ,a la profesora. Somos siete mil millones; sobramos tantos… Ah, y que a ver si alguno de los políticos españoles que van por ahí asombrándonos sin cesar con ideas peregrinas generan algún fondo presupuestario para los que sufrimos claustrofobia. Se pasa fatal.

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