En la música de Bombino está la pureza del blues y la energía del rock tamizadas por el ocre del desierto. Heredero de la llama que prendió Tinariwen a principios de los ochenta, Bombino ha encontrado un camino propio, incorporando a la raiz del “desert blues” una electricidad y energía propia del rock más guitarrero. Su ritmos son hipnóticos y la batería galopa incansable hasta llegar a un catártico trance. Con tres discos en su haber, ha grabado en Nashville con Dan Auerbach de Black keys, ha colaborado con los Rolling Stones, ha girado por medio mundo y sus seguidores se multiplican en cada concierto. Lo suyo es música de raíz y rebelión, pero también de modernidad y compromiso social frente a extremismos.
Para entender su actitud y mensaje hay que remontarse a la historia de su pueblo, los tuaregs, bereberes del Sáhara, sin patria fija y repartidos entre las fronteras de Argelia, Níger, Malí o Burkina Faso. Unas fronteras que les son impuestas, porque para ellos la única frontera posible es la que marca el desierto. Conscientes de su derecho como pueblo sobre unas tierras que habitan desde tiempos inmemoriales reclaman un estado propio desde mediados del s.XX. Tras varios conflictos, el más reciente el de Malí, muchos de estos hombres del desierto cambiaron sus kalashnikovs por stratocasters, haciendo de la música su principal arma en la rebelión.
Con pasaporte de Níger, pero con la condición errante de su pueblo bereber, Oamara (aka Bombino) comenzó a interesarse por la guitarra bien joven de la mano de Haja Bebe, guitarrista tuareg que le bautizó como Bombino, (baminbo, pequeño en italiano,). Y en sus gestos, aún se vislumbra a ese niño pequeño y tímido, de mirada soñadora y ademanes delicados. No habla mucho y tampoco le hace falta, le basta su guitarra para expresarse. Su amor por el instrumento le llevó a crear una primera banda, Group Bombino, con la que fue tocando en bodas y celebraciones en su Agadez natal. Hasta que en 2004 un ingeniero de sonido español, Carlos de Hita, se topó en su camino. Fue durante el rodaje de la película “La gran final” de Gerardo Olivares. Por aquel entonces Oamara trabajaba de cocinero para el equipo de la película y en las noches estrelladas del desierto sacaba su guitarra para amenizar la velada. El sonidista Carlos de Hita, decidió de forma espontánea grabarle a él y sus acompañantes en una de esas veladas en el desierto. Los colocó en semicírculo y mantuvo los sonidos del desierto muy presentes; el crepitar del fuego y el rugido del viento. Después de esta primera grabación, fue el documentalista Ron Wyman el que catapultó a la perla de Níger a los oídos de occidente con su imprescindible documental “Agadez, the music and the rebelion”. Y de ahí, todo fue rodando con naturalidad. Grabando tres discos, tocando en festivales de toda índole y visitándonos en varias ocasiones. La última de ellas dentro del ciclo Sevilla es Pop en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en pleno Monasterio de la Cartuja.
Aún recuerdo la primera vez que pudimos disfrutar de la música de Bombino en el Primavera Sound de 2012, entusiasmados por la frescura que aportó al género su primer disco de estudio; Agadez, 2011. Y cinco años después nos reencontramos con Oamara en el idílico entorno del CAAC. Tenemos dos misiones, una parece fácil, que es disfrutar de su música en directo (donde gana enteros). Otra parece a priori más complicada; grabar un tema en acústico. Un par de cámaras, una grabadora digital y muchas ganas. Llegamos al recinto con tiempo y localizamos un espacio ideal, un pequeño palacete arábico y montamos el pequeño set. Tras estar buena parte de la tarde con ellos en el camerino, y ante nuestra insistencia porque la luz iba menguando, el bueno de Oamara se levanta, se enfunda su traje tradicional y dubitativo agarra su guitarra acústica. Sonrientes le guiamos hasta el pequeño set. Con la timidez que le caracteriza, esboza una sonrisa cómplice y masculla “¿qué queréis que toque?”, “Her Teneré”, mencionamos de manera espontánea. Complaciente nos sonríe y empieza a tocar sin que ni siquiera hayamos dado acción. Arduos y veloces le damos a grabar. Ya se había ido la crucial hora mágica, la luz se volvía tenue y los pájaros cantaban con fuerza dificultando la toma de sonido. Poco importaba todo eso, Bombino nos estaba regalando un instante mágico y fugaz en los jardines del Monasterio de la Cartuja. Uno de esos momentos que se agranda y mitifica en la memoria a medida que pasan los días. ¿Pasó realmente? ¿Interpretó “Her Teneré” para nosotros y compartimos el día con uno de nuestros músicos más venerados? Suerte que está la grabación que así lo atestigua. Porque por momentos todo parece haber sido un sueño nebuloso y distante.
Y tras ese momento de intimidad con Oamara nos esperaba el concierto. El recinto del CAAC se ha llenado gradualmente, el sol ha caído y la noche se presenta fresca en el verano sevillano. El emplazamiento es realmente cómodo, el escenario pequeño y cercano. Y allí, en las primeras filas nos relajamos por fin, dejándonos llevar por los ritmos de Bombino y su grupo. El show comienza haciendo un repaso de su último disco (Azel, 2016) donde incorpora elementos de dub y casi reggae a su característico blues rock del desierto. El público hace palmas al unísono, baila, se divierte y se deja llevar por los riffs hipnóticos del gran chamán del desierto del Teneré. Bombino encantado parece otro encima del escenario, aunque ni siquiera media palabra con el público, su gesto es seguro y enérgico, la timidez se ha evaporado con la electricidad. Tras algo más de hora y media se retira con una sonrisa, el público complacido le ovaciona reclamando de nuevo su presencia en el escenario. Sin pensárselo mucho retoman el espectáculo, cerrando con la potente “Kammou Taliat”, recordada por aquel documental que Ron Wyman grabó unos años antes, y que nos presentó a uno de los músicos más audaces y virtuosos de la actualidad; un chico tímido de Agadez con el que tuvimos el placer de compartir una experiencia inolvidable en la tarde sevillana.