Author & Punisher “Melk en Honing”

4 December 2015 Texto: Jacinto Castillo. Fotografía: Archivo.

Un instrumento de tortura compuesto a partes iguales de metal y carne. Lo que podría parecer la descripción de una criatura salida de Hellraiser o Warhammer 40.000 es en realidad Tristan Shaun, que lanzó el pasado junio su quinto álbum, “Melk en Honing”, con nada menos que Phil Anselmo y Bong Ra en los controles de estudio.

En este último lanzamiento se ven algunas aportaciones interesantes, como una presencia de voces limpias que añaden más matices y color al resultado y una mayor estructuración en general de los temas (quizás por la presencia misma de líneas vocales), autodoblándose en ocasiones y formando un coro acompañado de teclados, como en Shame, quizás la más “accesible” del álbum. Para quien no haya visto cómo trabaja Tristan, puede pensar que en ocasiones lo que está escuchando es una guitarra, o una batería o, en fin, “algún” instrumento. El que sea. Pero si hay que destacar algo que haga especial a este proyecto es el modus operandi de Tristan. Es ingeniero mecánico, y él mismo construye toda la maquinaria que le rodea en estudio y en vivo, diseñando también todos los sonidos producidos, desde esos demoledores drones que nos asaltan desde el comienzo de The Barge hasta la línea principal de Disparate, que parece sacada de algún disco de black metal noruego. Todo acompañado de una percusión que pone de rodillas y de un zumbido asfixiante e incansable.

Lo que tenemos aquí es un ejercicio de experimentación mecánica y artística, de asedio a las murallas entre ruido y música, ciencia y arte, que nosotros mismos tenemos a autoimponernos. Y es que en este álbum, si bien la mayoría de los cortes siguen un orden y una estructura más “lógicos”, incorporan recursos musicales y sonoros más variados: Callous and Hoof, con ese paso de sonidos chirriantes que podría recordar a Portal o The Body a una descarga de mazazos industriales más propia del techno; o Teething con un groove industrial que recuerda a Godflesh. Void, Null Alive cierra el disco con un tono extrañamente épico, que suena como esos Laibach versionando a Europe en Corea del Norte. Una experiencia alienígena y adictiva. (8’5)

Housecore

 

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