Llegué hasta Alejandro Simón Partal a través de un amigo común que, buen conocedor de mis gustos, me prestó su poemario La fuerza viva y, nada más acabarlo, no pude evitar pedirle el teléfono del autor para transmitirle lo mucho que me había gustado, cosa que no había hecho nunca. La primera vez que coincidimos en persona fue recorriendo a pie el corto trayecto que separa la Plaza de la Merced del Teatro Cervantes para asistir a un concierto de Christina Rosenvinge, y ya pude apreciar en él algo capaz de competir con la placentera experiencia de leerle: bondad y lucidez, una voz y sonrisa hogareñas. Coincidimos después en algún que otro acto y, conocerle más de cerca, me afianzó en una concepción de la literatura más como canal que como fin en sí misma. Entiendo que Alejandro encarna muy bien esa idea según la cual, la propia definición de lo poético, debemos buscarla más apegada a las vivencias cotidianas que a cualquier evento relacionado con las letras en su faceta más exhibicionista. Recientemente, el escritor nacido y afincado en Estepona, ha publicado su primera novela, La parcela, que nos ha servido de excusa para entablar una conversación acerca de la creación y de un proyecto de vida que –como cualquier proyecto de vida que se precie– permea incertidumbre, y tiene mucho de camino que solo se nos irá revelando a golpe de zancada.
A punto de concluir la presentación de La parcela en Málaga, hiciste un alegato en favor de la figura del artista. Dijiste algo así como que el hecho de que un individuo dedicase su tiempo a volcar sus experiencias, ya fuese en un libro, disco o película, te parecía algo sagrado. Usaste el tono propio de quien alerta a los demás de estar volviendo la espalda a una especie en vías de extinción. ¿Adquiere para ti lo sacro esa forma de puente entre dos personas?
Sí que me lo parece. Desde luego toda persona es sagrada. O tendría que entenderse de esa manera. Y trabajarlo mucho. Eso que dije en Málaga respondía a una situación de la que he sido testigo y cómplice en algunas ocasiones, la de hablar con desdén o ridiculizar a un artista por cualquier hecho que atañe a su intimidad o a su decisión.
Desde mi punto de vista, las conexiones entre tus poemarios y tu primera novela son evidentes, sobre todo, si optamos por relativizar la importancia de géneros y formas para poner el foco en una suerte de filosofía general o atmósfera. Te he oído hablar últimamente de lo poético, no asociándolo tanto a un género literario, como a una actitud ante la vida. ¿Qué te ha decantado hacia esa postura?
Mi propia relación con la poesía, que cada vez tiene menos que ver con el hecho de escribir poemas y más con el hecho de vivir con ellos y celebrarlos. De esa manera alargamos ese embrujo y no lo limitamos a los fogonazos de la escritura.
En tu caso, y debido a tu profesión, se da un cruce de caminos entre una faceta puramente creativa y otra académica que, entre otras cosas, te ha llevado a aproximarte a la literatura desde un ángulo más ensayístico. ¿Se interfieren en alguna ocasión ambas ocupaciones?
Sí. La investigación sirve para encontrar caminos nuevos, soluciones, remedios. Desde luego el hecho de investigar no te lleva a crear nada si ese impulso no te habita, pero sí que estimula. Lo académico dota de conocimiento, pero el conocimiento no sirve de mucho a la hora de escribir un poema o una novela. Por otro lado, me queda poco tiempo en esa faceta académica.
Se te asocia a cierta manera de pensar humanista. ¿Implica en algún momento esa inclinación hacia el humanismo una responsabilidad para con el lector que quizá no tengan otros autores?
El humanismo es lo que se nos supone a los humanos. Una cabra no puede ser humanista. Es lo que nos diferencia de ella. Es una condición que tenemos y que está compuesta de virtudes. Richard Rorty hablaba de la tolerancia como la virtud más elevada. Para Machado era la bondad. El pensamiento humanista trata de ahondar en lo bueno, investiga la parte humana del humano. Y si trabajásemos más ese extremo nos libraríamos de muchos de los problemas y terrores que hoy nos acechan.
Tu trabajo te ha obligado a pasar temporadas fuera de casa, generalmente en lugares en los que no conocías a nadie. Si no recuerdo mal, La fuerza viva se gestó en un bistró cerca del puerto de Boulogne sur Mer, en el norte de Francia, y ahora La parcela también es deudora del signo nómada (a menudo impuesto por lo laboral) de los tiempos. ¿Qué han supuesto para ti esos retiros?
Tengo una relación complicada con todo esto. La inestabilidad como profesor me ha llevado a sitios que fueron hostiles para mí, durante años en los que mi situación personal se tambaleaba por todos los lados. Una buena hora, por ejemplo, lo escribí durante una temporada en Burgos, en un invierno larguísimo que prácticamente me lo pasé en la catedral. Pero esas soledades me empujaron a la escritura de libros que me han dado muchas alegrías y me han permitido conocer a personas que más tarde han sido importantes para mí.
Dentro del ámbito de la poesía, son muchos los que te conocen a partir de La fuerza viva, que fue merecedor del Premio Arcipreste de Hita y de Una buena hora que se alzó con el Hermanos Argensola. Pero antes hay tres libros en Renacimiento. ¿Qué representan en tu trayectoria?
Fueron libros de iniciación, y muy precipitados, no he vuelto nunca sobre ellos, pero les tengo cariño porque era una época donde la poesía ocupaba todo mi tiempo y mi entusiasmo. Nada me distraía de la poesía.
Caballo de Troya, para los de mi generación, remite a Constantino Bértolo, a la Generación X, y, sobre todo, a una voluntad de apuesta por nuevas voces y por una escritura más abiertamente expuesta a influencias foráneas. Al mismo tiempo, y tal y como se refleja en el documental de Luis Mancha ‘Generación Kronen’, supone también el final de un modelo de negocio en el que los autores jóvenes o desconocidos cobraban anticipos, etcétera. Qué significa para ti fichar por un sello con esa impronta.
Realmente no siento que haya fichado por Caballo de Troya. Tenía un libro avanzado y coincidió que Jonás Trueba era editor invitado y le gustó la novela. Pero sí, pertenecer a un sello como Random House es una delicia. Me siento orgulloso de trabajar con personas como Carme Riera, Miguel Aguilar, Laia Collet, Albert Puigdueta, Eva Cuenca, etcétera. Me han tratado con mucho cariño y consideración, y me he sentido acompañado en unos meses muy difíciles para mí.
Ya que has mencionado la particularidad del editor invitado que, cada año, selecciona los libros que nutrirán el catálogo, entiendo que dicho editor no solo selecciona, sino que ejerce alguna labor lindante con la tutoría ¿Cuál ha sido el grado de implicación de Jonás en La parcela?
Implicación absoluta. Ha volcado toda su sensibilidad, generosidad y pasión; para mí ha sido un privilegio que mi primera novela vaya ligada a él.
Además de tu faceta como escritor, destacas por tu faceta como creador de contenidos. Estás al frente de Cantos Velados, ciclo que une música y poesía, ahora formas parte de la organización del Premio de Poesía Ciudad de Estepona. ¿Qué te aporta esta otra manera de implicarte en lo literario?
Me aporta encontrarme con personas a las que admiro y que con su talento ensanchan los espacios y lugares que visitan. Estos programas responden a un ejercicio de servidumbre. Lo hacemos porque creemos en ello. Intentamos sacarlos adelante porque de verdad creemos que son necesarios. Pienso en el ciclo de cine, Miradas hacia un cine de proximidad, que tenemos en Etopia, en Zaragoza, en el recital que Dorian Wood dio en Cantos Velados o en la participación que hemos alcanzado en el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Estepona, y creo que hasta ahora ha merecido la pena. Y si estos proyectos existen es por el apoyo decidido de otras personas o instituciones, y no por mí.
Transmites paz y al leerte uno te imagina viviendo una vida sosegada, llevando un sombrero de paja y observando las sábanas blancas tendidas en un prado abierto. Pero los que conocemos tu biografía, te vemos también en un aula impartiendo una clase. En cualquier caso, ¿aspiras cada vez más a esa vida alejada de las grandes ciudades? Si no me falla la memoria, en una entrevista para secretOlivo afirmaste: ‘No quiero envejecer entre lecturas y festivales, pero sí entre la poesía’.
No sé a lo que aspiro. Ni tampoco tengo muy claro si sigo algún camino. Me domina la incertidumbre, y eso tiene su mínima parte positiva, como la escritura quizá, y una gran parte demoledora. Me gusta vivir en Estepona, por ejemplo. Allí me siento protegido. Y me gustaría vivir en pareja porque creo que funciono mejor junto a alguien que en soledad. Si echo la vista atrás y recuerdo momentos de plenitud o felicidad, siempre estaba acompañado. Lo que dije en esa entrevista lo mantengo: no me gustaría envejecer acudiendo a festivales y a lecturas cada mes. Otra cosa es que pueda permitirme esa renuncia. O lo mismo no hace falta renunciar a nada porque dejarán de llamarme. En fin. Aspiro a aprender a vivir mejor y a marcharme de aquí sabiendo algo de donde he estado. Tengo una salud bastante penosa así que debo darme prisa.
En tus poemas no es infrecuente que se cuele algún skater, que aparezcan jóvenes que se vacilan y golpean mientras van hacia sus motos, que mezclan esto y lo otro y continúan viviendo ajenos a las reglas del mundo adulto para, al llegar a casa a altas horas, beber a morro de la Fanta disipada. Me da la impresión de que los tratas con una mezcla de compasión y nostalgia. Como si quisieras seguir entre ellos, pero tú ya conoces la ubicación de las trampas. ¿Es acertada esa apreciación?
Sí que lo es. Toda apreciación de un poema por parte de un lector es acertada. En este caso concreto, en ese poema, estoy contando mis deseos e insatisfacciones desde sus plenitudes. Y también mi realidad.
En qué andas inmerso en estos momentos.
Primero en intentar estar bien. En serenar las cosas que me turban. Ahora disfruto de una beca de residencia en Córdoba, en el proyecto ‘Ciudad de las Ideas’, donde intento escribir mi siguiente novela. Mi proyecto es pasear por Córdoba y entregarme a sus bondades.
Qué ha supuesto para ti haber recibido el Premio Cálamo Otra Mirada 2021 por tu primera novela.
He descubierto a muchos autores a partir de los Premios Cálamo y me emociona estar ahí. Fue una alegría enorme. Es un premio ferozmente literario.
En una época marcada en lo novelístico por el concepto de Autoficción, ¿tienes tu manera particular de entender el término?
No lo acabo de entender. Me aburre mucho hablar de eso. He escrito la novela que necesitaba escribir. Y, como mi colega Juan Marqués, defiendo que todo es autobiográfico por obligación.
Me gusta pensar en la literatura como ejercicio de intimidad compartida, y empezábamos nuestra charla aludiendo a si para ti lo sacro tenía algo que ver con algo tan sencillo como la comunicación entre personas. Me gustaría acabar la conversación pidiéndote el título de algún libro, película o disco (o todos a la vez) que te hayan marcado y que, por esa vía, nos permita adentrarnos un poco más en tu universo.
Te diré lo que tengo cerca ahora mismo. He pasado buena parte de la tarde leyendo El don. El espíritu creativo frente al mercantilismo, de Lewis Hyde y Los días perfectos, de Jacobo Bergareche. He estado escuchando el último disco de Bicep mientras corría esta mañana. Esta semana he visto las películas de Gaspar Noé. Y recomiendo Una película póstuma, de Sigfrid Monleón.
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