Me llamo Pablo Boyero y tengo 23 años. Vivo en la Costa del Sol, muy cerca del Tivoli. Tan cerca que antes escuchaba los conciertos de la Pantoja desde mi salón. Mi interés por la fotografía comenzó en los viajes que de pequeño hacía con mi familia. No paraba de disparar con la cámara de mi padre porque quería llevarme de vuelta a casa un recuerdo de todo aquello que veía distinto a donde yo vivía. Poco a poco fui comprendiendo que a esas fotos les podía dar mi toque personal así que me compré mi propia cámara. Supongo que las aficiones empiezan casi sin darte cuenta.
Utilizo mis fotos como medio para compartir con la gente pequeñas historias que veo y que merecen la pena ser contadas. En la fotografía en general, y en la de calle en particular, trato de no caer en la monotonía experimentando con el encuandre y la profundidad de campo. Con el paso del tiempo he aprendido a simplificar y a no abarcar más de lo posible en una misma toma.
Ahora estoy en la época de -no me importan en absoluto los píxeles que tiene mi cámara y prefiero utilizar una cámara de cartón-. De hecho tengo dos pinhole fabricadas con cajas de cereales, es como hacer una manualidad art attack. Creo que si quieres conseguir algo auténtico no basta con la foto plasmada en el papel, la actitud también tiene mucho que ver.
El verano pasado estuve trabajando en Londres y tenía casa en uno de los barrios donde ocurrieron los famosos disturbios. La primera noche metí la cámara en la mochila y salí dar una vuelta por la manzana a ver qué se cocía. A tres metros de mi parada de bus estalló el cristal de un escaparate y de repente tenía a veinte tíos cruzando la calle hacia donde yo estaba. Me fui para un 24 horas indio pero el hombre me cerró la puerta en la cara, así que doblé la esquina y para casa. Las fotos las acabé haciendo la tarde siguiente a la luz del día.
Me inspiran tanto la naturaleza como los sitios llenos de gente, ya sea el carnaval de Notting Hill, un festival de música o la barbacoa de mi vecina. Parece una contradicción pero para llegar a ambas cosas hay que viajar y eso es lo que más me gusta. Durante el trayecto me fijo en cualquier detalle porque nunca sé si volveré a pasar por ese lugar.
En mi último viaje a Polonia me he dado cuenta de que el tipo de cámara que utilices no lo es todo. Un festival en el que no dejaban meter cámaras digitales y llevar conmigo una Werlisa analógica fue suficiente para darme cuenta. La mayor sorpresa vino un mes después cuando recogí los revelados de la tienda.
Me cuesta recordar imágenes de los fotógrafos que admiro. En cambio tengo mil momentos grabados en la memoria que en su momento me provocaron la sensación de paz o de éxtasis que podría describirte con todo lujo de detalles.
Hoy en día encuentras una pieza de museo expuesta en la calle al igual que arte callejero en un museo. Desde luego ir a una galería es un valor seguro para ver el mejor arte y lo seguirá siendo por mucho tiempo.
¿Una afición que me haya cambiado la vida? el dibujo. Comencé a dibujar cómics a los 11 años. Aun me siento delante del folio y rememoro aquellas tardes de olor a goma gastada y sacapuntas. Luego me dio por hacer diseños en camisetas y zapatillas. Sin duda me ha ayudado a entender la fotografía y a desarrollar mi propio estilo.
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