El río Campanillas agostado, los almendros, algarrobos y chaparros, las perspectivas que se abren tras cada curva… forman la partitura de la “Canción de la tierra”, aquí en el Barranco del Sol, en Almogía.
“El vino ya brilla en la dorada copa,
¡pero no bebáis todavía, antes os cantaré una canción!”
Li Po. En Mahler: La Canción de la Tierra.
La Fiesta de Verdiales es una de las piezas más valiosas del patrimonio cultural de Málaga; se trata de una fiesta sin nombre -“La Fiesta”- ligada a sus montes y campos, una fiesta rural que solo se hace urbana en las últimas décadas, con la migración a la ciudad de sus habitantes, y a cuya conservación ayudó el mantenimiento de los lazos y relaciones entre esos fiesteros, asentados muchos de ellos en las barriadas de la corona de la ciudad: Mangas Verdes y zonas altas de Ciudad Jardín, Puerto de la Torre, zona aledañas a El Palo, etc.
Esa socialización es uno de los grandes valores que esta “antigua fiesta de catetos” aporta a la sociedad contemporánea, unos valores que en gran medida comparte con todas las fiestas verdaderamente populares y construidas desde abajo. Se dan los vínculos familiares extendidos, la integración de la diferencia o la eliminación de barreras como la de la edad: una fiesta en la que se puede ver tocando juntos, aprendiendo, enseñando, disfrutando de la Fiesta a niños muy pequeños, ancianos con los 80 ya superados, y todas las edades intermedias!
El elemento principal es su música, a la que se le adjudica un carácter remoto, y que tiene puntos de contacto con otras músicas del Mediterráneo antiguo; los verdiales de Málaga serían una de las modalidades del primitivo fandango que al evolucionar daría lugar a los fandangos flamencos, cuando los fiesteros de mayor capacidad técnica y creativa tomaron nombre propio y acabaron por convertirse en “artistas”.
La fiesta de Montes es la más primitiva, y su sonoridad queda marcada por el pandero, su “rajeo” y potentes golpes a puño cerrado; los platillos (crótalos) y la guitarra formarían la base rítmica, y el violín y las voces la parte solista; pero esa composición sonora no es inamovible, nunca lo fue. Sabemos por otros fandangos antiguos de la provincia de Málaga emparentados con los verdiales y por informaciones en la prensa del siglo XIX que se “hace la Fiesta” con los instrumentos que hay a mano, como en tiempos eran el modesto almirez, la botella de anís o las navideñas zambombas y sonajas similares a las usadas en las pastorales.
Las Pandas eran creadas por quien sería su Alcalde de cara al ciclo de fiestas de las Pascuas. Hoy en día son bastante estables (hay más de 30), aunque su carácter no profesional no permite del todo la continuidad de sus componentes. Panda de Benagalbón.
Los fiesteros se arrejuntan a lo largo del año en fiestas privadas que surgen por motivos diversos (cómo no, “las ganas de arrejuntarse”) y por fiestas marcadas en el calendario. La fiesta entreteje fechas y lugares y acaba por formar una topografía del territorio en el que nacen estas “Canciones de la tierra”:
“Salí de Málaga un día / ¡atravesando los Montes!/ Y oí una voz que decía: / “Chiquilla no me conoces / tanto como me querías”
“Partío de Verdiales, /partío de muchas viñas / y de muchos olivares; / yo estoy queriendo una niña / y no me la da su mare”.
Venta Cárdenas, Venta Álvaro, Benagalbón en septiembre, las ermitas de Verdiales, de las Tres Cruces, de Jeva, Barranco del Sol, asociaciones como la de Nª Sª de los Dolores o La Copla y las escuelas repartidas por toda Málaga forman parte de ese entramado de “lugares” que mantienen la Fiesta viva y en parejo a los distintos festivales más o menos oficializados, sin bien en ocasiones éstos aportan acercamientos demasiado ligados al mundo del espectáculo.
El ejemplo más palmario de este aspecto, y el que la hace más conocida y “popular”, es la Fiesta Mayor que se celebra el 28 de diciembre, día grande que culmina todo el ciclo de las pascuas, ciclo principal de la Fiesta, pero cuya fórmula –formato, infraestructura técnica y ubicación- dista mucho de ser la apropiada y deseable, tal como entendemos que merece esta joya que aspira a convertirse en Patrimonio Cultural inmaterial de la Humanidad.
Si se quiere vivir el ciclo grande de las Pascuas con la intensidad merecida y la cercanía imprescindible, esa manera de vivir la Fiesta (la mejor posible) en la que no hay espectadores ni intérpretes y en el que nadie se siente en casa ajena, es más apropiado acercarse a alguna de las ventas de los Montes de Málaga en las que tienen lugar las rifas de Navidad, recorrer Mangas Verdes el domingo antes de Pascua, durante el homenaje de la Fiesta de Montes a los grandes fiesteros que ya no nos acompañan, o desplazarse a la pequeña, delicada y bellísima ermita de Jeva para volver a sentir lo que es una Fiesta Grande en su terreno natural: los campos y montes de nuestra tierra.
Acercarse poco a poco, calladamente, escuchar, dejar atrás estatus, roles y saberes, escuchar, acercarse calladamente… hasta entrar en resonancia.
Toda música es para bailar, fiesta y baile son casi sinónimos: las pandas iban de cortijo en cortijo y con su llegada surgía el baile, la alegría, las miradas, el conocerse; hoy en día toda panda –aquí la de Santa Catalina- cuenta con sus bailaores y bailaoras.
El alcalde busca a los fiesteros y forma la panda, decide los lugares, hace los tratos, señala la voz que ha de cantar… su poder sería absoluto si no fuera porque lo absoluto no tiene lugar en la Fiesta. El alcalde puede permitirse pequeños caprichos para provocar la necesaria risa, o incluso dejar prestada su vara de mando. Machanes (Primera del Puerto) a la izda., ejerce de alcalde accidental de una panda de arrejuntaos.
Alonso el Zocato (Primera de Montes), uno de los grandes pandereros de Montes; el modo de golpear el pandero, el “rajeo” corrido por el borde y el fuerte golpear del puño en el centro, junto con las numerosas sonajas, es uno de los elementos distintivos de Montes.
El violín es el instrumento solista y el primer violinista del que se tiene noticia es Pepe Rojas, del Barranco del Sol y casado en los Montes. Ahí, encima de la Venta del Túnel, hay una aldea llamada Los Pintaos que ha dado grandes violinistas, como Joaquín Palomo; Joaquín, como otros fiesteros, se instalaría en Mangas Verdes. Al frente de la Panda de Mangas Verdes y al violín está José Leal, Pepe el Lagarto -aquí durante la Fiesta Mayor de 2014.
Hay voces portentosas en la Fiesta como las Francis R. Palma y Rocío Alcántara. En otras imágenes aparecen Carlos Fernández, Sergio Cuesta y otros; son esas voces que te parten en dos y luego te cosen sin dejar herida; porque cada voz ofrece matices diferentes y únicos. Dolores Gámez cantaba: “No canto porque me escuchen / ni porque oigan mi voz / canto porque no se junten / la pena con el dolor”.
La Fiesta se entrecruza con el territorio y con las familias; Rafael y Juan Romero Anaya son hermanos de José “Romerillo”: los tres hijos varones que tuvo José Romero Romero El Viruta. Las Pandas de Santo Pítar y de Jotrón y Lomillas serían inconcebibles sin los Romero; me gustaría juntarlos a todos para una foto, padres, madres, hermanos, sobrinos, hijos y nietos… uno de los árboles genealógicos de la Fiesta.
En el término municipal de Málaga numerosas escuelas, ligadas a asociaciones culturales, ofrecen la posibilidad de aprender a tocar los instrumentos de la Fiesta, y a bailar o cantar. Los profesores –los compañeros profesores- fieles al espíritu inclusivo de la Fiesta adaptan la sesión a los diferentes niveles y edades de los estudiantes, como aquí hace José Miguel Portillo, violín de la Panda Jotrón y Lomillas.
Ese carácter “sin barreras” es indisociable de la Fiesta ; aquí en la Panda Primera de Comares, José M. Moreno, panderero, guía con su toque a Jesús Corpas, parte ya de su futuro.
En la ermita de Jeva, el 25 de diciembre, se mantiene vivo el carácter “campero” de la Fiesta; desde primeras horas de la mañana, pandas de Almogía y pastorales se reúnen en las eras delante de la ermita, hay café, chocolate, anís y roscos, y al mediodía la virgen sale en procesión. Hace frío en diciembre, y los sombreros de lazos hacen su aparición por derecho propio, anunciando la primavera que pronto ha de llegar.
En la Fiesta se produce esa abolición de las categorías que nos liga a lo verdaderamente importante, y entre ellas el tiempo y su medida de ayeres y mañanas; por eso aparecen -sentimos que están ahí entre todos- los que ya nos han dejado: miramos a través de sus ojos o se les recuerda de viva voz, como aquí Alonso Ocaña “El Chumbo de Alora” cantando al añorado Agustín Jiménez.
Los “juegos de Pascuas” son alteraciones jocosas de la fiesta. Al grito de “¡Juego, juego!” se interrumpe la música y el poder del alcalde queda en suspenso; durante unos minutos, pequeñas representaciones improvisadas -a modo de entremeses- y chistes “para todos los públicos” sirven de contrapunto a la intensidad sonora. Un mantel arrugado de papel que estaba encima de una mesa se convierte en una bata médica, un alcalde fiestero se convierte en capitán de cuartel.
La Fiesta desarrolla niveles de energía elevados, los instrumentos, las voces, las paredes, el suelo, todo resuena a fiesta: desde un palmo de terreno la vibración llega al mundo, a todos aquellos de oído atento.
La Fiesta es un paréntesis que nunca debería acabar ¿cómo cerrar una fiesta cuando el cuerpo ya no aguanta? En Venta Álvaro vemos luces todavía, siempre queda alguien que relanza la fiesta… Juan Calderón, Juanele de Bilbao, recordaba una “copla muy antigua”: “Al principio de una fiesta / ninguno quiere cantar, / y luego por la mañana / todos cantan a la par”
La Fiesta: como el aire que se respira.
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