Zoilo Blanca Marín es un jovencísimo artista malagueño con una proyección muy potente. Ha estudiado filosofía y lleva años moviéndose de un lado a otro en busca de inspiración. Tal y como él dice, “yo pinto lo que veo”. Es hijo del artista Antonio Blanca Sánchez y, si bien tiene sus miras puestas en irse a las afueras para seguir formándose, ahora mismo está pintando aquí, en Málaga.
Dices que tu pintura es naturalista. ¿Qué la diferencia del Realismo? De hecho, al mirar tus cuadros, me he sentido atraída por un juego de luces y de sombras típico del Tenebrismo de Caravaggio. ¿Podría ser?
La verdad que esto de las etiquetas suele ser un poco confuso. Yo llamo naturalista a mi pintura (por llamarla de alguna manera) básicamente porque pinto del natural, es decir, sin fotografías ni intermediarios, y me gusta que esto se refleje también en los objetos que pinto, que estén vivos. A la gente le gusta mirar cuadros y decir que “parece una fotografía” cuando ven algo muy fiel a la realidad; yo no busco eso. Hoy en día nuestro ojo está muy contaminado por la fotografía y desconfiamos de las imágenes que no proceden de una cámara, pero yo intento mostrar que un realismo no fotográfico es posible. Si tengo que dibujar a una persona, la pongo delante y me baso en la información que me da mi propio ojo; creo que así consigo darle más fuerza a mis pinturas.
Por otro lado, es verdad que hay algo de Caravaggio en mi pintura. Seguramente porque cuando empecé a estudiar dibujo siempre preferí mirar qué había hecho otra gente hace muchos años antes que ver qué última novedad hay en ARCO. Como dice mi madre: “¡He parido a un viejo!”.
¿Por qué es importante estar adscrito a una corriente artística y por qué lo más importante es no pertenecer de lleno a ninguna?
Supongo que el camino habitual es situarse en alguna corriente en los primeros años y una vez que controlas ciertas claves dar el salto para romper con ella. En muchas ocasiones para romper las reglas tienes que conocerlas primero. Esto te da poder y libertad pues más libre es el que, como Picasso, sabiendo pintar como Velázquez, decide pintar como un niño. A mí esto me interesa mucho.
Siguiendo en la línea del Tenebrismo hacia la del terror: ¿Qué significado tiene para ti, para tu arte, la recreación de una cabeza de cordero muerta? ¿Qué delgada línea une y separa al arte del horror?
La gracia del arte es que todo cabe mientras se haga bien. En los museos hay escenas famosísimas de tortura, asesinatos, canibalismo, violaciones, etc. y sin embargo nadie sale espantado de un museo. Me atrevería a decir que en muchos casos ni siquiera se reconocen esas escenas como atrocidades. El arte te da la oportunidad de ser un maniaco y que la gente te aplauda. Esto es por un hecho que ya conocían los griegos: mientras que el ver un cadáver (o cualquier otra cosa horrible) en la realidad nos produce rechazo, el verlo en una buena pintura puede darnos incluso algún placer. Sé que decir esto puede ser chocante, pero sin duda es lo que hay detrás de las miles de personas que se echan a las calles en Semana Santa para ver a un crucificado empapado en sangre.
El cuadro del cordero es muy especial para mí. Ni me acuerdo cómo se me ocurrió ni sé exactamente por qué me resulta tan hipnótico, pero tuve que estar varias mañanas dándome paseos por mercados y carnicerías de Madrid hasta encontrar una cabeza de cordero bastante entera y no ya preparada para cocinarla. Cuando encontré la que quería me puse rápidamente a pintarla. El cordero tiene un olor característico y así olía el estudio entero (como a granja-escuela). Cada vez que la colocaba en la tela me llenaba las manos de sangre y aunque me las lavara una y otra vez el olor no se iba en todo el día. La guardaba en la nevera y a los dos o tres días tenía que tirarla para comprarme otra nueva porque se echaba a perder (acabé comprando tres cabezas distintas). Llegué a estar harto de sacar de mi nevera todas las mañanas una cabeza maloliente y sangrienta, pero ya eso se me olvidó. Me parece uno de mis mejores cuadros.
Cuéntame un poco cómo ha sido tu formación porque eres graduado en filosofía. Ser graduado en filosofía es una cosa muy seria. ¿Cómo influye la estética en tu pensamiento artístico?
La verdad es que estudié Filosofía casi por casualidad. Yo quería irme varios años a estudiar dibujo y pintura a Nueva York en una de las poquísimas academias donde se aprende a dibujar como lo hacía Leonardo o Rafael, donde tuve la suerte de estudiar un verano con una beca. El problema era que no estaban acreditados para dar visados así que mientras veía cómo se resolvía eso empecé Filosofía, que era la única asignatura que me divertía en el Bachillerato. Me sorprendí al ver que había gente adulta dedicando su vida a investigar cuestiones que yo me preguntaba como curiosidades. Después del primer año decidí continuar e incluso me puse a estudiar, cosa que pocas veces había hecho, aunque sin dejar la pintura.
Dentro de la filosofía está la estética, que se dedica a cuestiones relacionadas con el arte, la belleza, el gusto, etc. Era muy curioso porque se hablaba de cosas que me preocupaban mucho como artista, como por ejemplo si en el arte cabe lo feo además de lo bello. El tratarlas en clase hizo que me preocuparan más todavía y creyera que entre las tareas del pintor está el pensar estas cosas. Ya no me pregunto nada de eso, o, mejor dicho, no me lo pregunto creyendo que la respuesta me ayudará a pintar mejor. Pensar eso es una tontería; para el pintor pensar es pintar, que ya es bastante.
¿Qué tiene que ver Málaga contigo y con las cosas que pintas? ¿Te identificas con sus barrios y con sus formas de vida, con su pequeño gran cosmos?
Me veo como un producto de la zona, como el atún de Barbate. Creo que es una ciudad muy auténtica y tiene todo lo que me gusta. Mi casa está al lado del puerto, a cuatro minutos de Atarazanas, por lo que, desde que era niño, la ciudad y sus monumentos se me iban quedando grabados mientras jugaba y hacía fechorías por aquí y por allá. Como decimos los amigos, Málaga es nuestro patio del recreo. Es una ciudad donde la chancla puede colarse en un cóctel, y la camisa en la playa. La combinación del mediterráneo y el malagueño medio da como resultado eso que llamamos “vidilla”, algo así como un chisporroteo. Me he dado cuenta de esto ahora que he vivido fuera. Los temas de mi pintura no tienen que ver directamente con la ciudad, pero yo pinto cosas que veo, y si viviera en otra ciudad mi pintura sería distinta.
¿Tu pintura podría florecer en esta ciudad, “encaja”?
Totalmente. Al menos así lo vi claramente hace poco. Llegué a pensar que mis intereses artísticos se llevan perfectamente con una ciudad fundada por fenicios y conquistada por árabes, pasando entre medias los romanos. Aunque mis influencias artísticas son claramente greco-romanas, hace un año tuve la suerte de pasar la mitad del tiempo en Tánger, donde mi madre tenía una casita enfrente del puerto. Allí he visto rostros, gestos, sonidos, costumbres y colores fascinantes. Sólo alguien con menos sensibilidad que un martillo pasa por allí sin fijarse en eso. He notado cómo eso ha empezado a influir ya en mi pintura y tengo unos cuadros en mente al respecto. Claramente una ciudad con un teatro romano en la ladera de una fortaleza musulmana es la mejor alegoría de mi experiencia reciente.
Maravillosas todas las respuestas, Zoilo. Para terminar, cuéntame un poco qué estás haciendo ahora mismo y qué tienes pensado hacer. ¿Vas a hacerlo en Málaga?
Este año he vivido en Madrid, donde he podido pintar bastante y con todas mis exigencias de luz y espacio (que no son pocas). Mi plan era empezar mi vida allí y luego ya se iría viendo. Una vez que había producido algo de obra y estaba iniciando contactos con galerías llegó la pandemia. Ahora mismo he decidido volver a Málaga; el mundo del arte es lo bastante inestable como para estar por ahí sin saber siquiera qué va a pasar con la panadería de abajo. Actualmente estoy atendiendo unos encargos pendientes. Después del verano quiero seguir pintando en Málaga, pero me gustaría irme fuera tan pronto como pueda, quizás fuera de España. En Málaga años atrás se ha vendido mucho arte y había grandes coleccionistas, pero ya son mayores y sus hijos venden los cuadros para colgar posters. Hasta que no haya un público que entienda el valor de una obra única y desarrolle el gusto por adquirirla trataré de estar en otros lugares (¡y volver para la juerga!).
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