El film de Pedro Temboury, La Primera ola, ha servido, entre otras muchas cosas, para que el mundo del surf salde parcialmente una deuda que tenía contraída con uno de esos personajes que, por uno u otro motivo, cada vez que alguien intentaba escribir sobre el surf en España las fotos, los titulares o las páginas a la hora de referirse a él no eran lo suficientemente grandes o numerosas… Cuando no directamente se le omitía. Este outsider no es otro que Manel Fiochi. En la obra de Temboury la presencia de Manel es más bien testimonial, pero en una de sus fugaces apariciones recuerda algo tan crucial como que él trajo la primera tabla corta procedente de Francia, de los talleres de Barland, para ser más exactos. Afirmación que, acto seguido, y en un acierto de montaje, es avalada por Zalo Campa, que recuerda que, tras la vuelta de Manel de Francia, hubo un antes y un después en el surf en este país, en cuanto estilo y en cuanto a la morfología de las tablas (a partir de entonces se recortaron).
Para hacernos una idea de lo que el surf de Manel Fiochi debió de ser en aquella época no podemos recurrir a vídeos ni a youtube, pero, en esta dictadura de la imagen, disponemos de algo mejor, y es la descripción que el pintor Antonio Gómez Bueno dio de él en el número 173 del magazine 3sesenta, rememorando el impacto que generaba ver el surf eléctrico de Manel Fiochi, similar al de los australianos, en una España de principios de los setenta donde como, en otras muchas cosas, el surfing iba unos cuantos pasos por detrás del mundo. Descripción que reproduzco a continuación parcialmente:
“A mediados de los 70, el surfing que veíamos en Los Locos era un poco rígido la mayoría de las veces; había gente que cogía las olas, pero iban donde les llevaba la tabla… Recuerdo perfectamente que de todos los surfers que pasaban por Los Locos Manel Fiochi era de los más destacados, como si hubiera llegado de otro planeta […]. Manel era puro estilo, siempre bien colocado en la ola, sacando el máximo partido a lo que la ola ofrecía. Manel siempre leía bien las olas, no hacía un giro de más, pero cuando hacía uno, lo clavaba, además siempre iba a toda pastilla. Muy elegante y poderoso a la vez…”.
Los Sabuesos
La pasión que Manel ha sentido por el surfing sólo es comparable a la que siente por la música. Como él mismo asegura surfing y música han sido, a lo largo de su vida, las dos caras de una misma moneda. Sus inicios musicales son incluso anteriores a los de en el deporte de las olas. Se remontan a su época escolar, en la que para saltarse alguna clase, se ofrecía voluntario para participar en el concierto que se ofrecía siempre el día de Santa Cecilia. Manel descubrió así una vocación y afición y no dudó en acudir a la parroquia del barrio a pedir el bombo que sacaban en la procesión de Semana Santa, porque quería ser batería y se le daba bien el ritmo. “Batería es o sí o no. Es binario. Cero o uno. Tienes el ritmo o no lo tienes”. Comenzó con una canción de los pekenikes ‘Los cuatro muleros”.
En 1965, la misma lesión que le impidió comenzar a hacer surf junto a sus hermanos y el resto de amigos del equipo de natación frenó su incipiente progresión musical. Fue haciendo barra fija en el colegio. Se fracturó el brazo y posteriormente sufrió una infección. Un año en el dique seco. Por encima del dolor, Manel recuerda la fecha nítidamente porque la canción que sonaba era ‘Si yo tuviera una escoba’ de Los Sírex (por empatía hacia los lectores, Manel ha omitido esta canción en su lista). En 1.966, comienza a surfear y vuelve a la música. “Cogí la guitarra como un ejercicio de recuperación. Los médicos me decían que no podría flexionar más el brazo y yo les quería quitar la razón”. La rebeldía una constante en su vida. Sus compañeros de inicios musicales no han perdido el tiempo y han formado sin él un grupo. No se viene abajo y se hace amigo íntimo de Chirri Aguirre, “su gran maestro musical absoluto. Lo sabe todo. Duerme hasta con una guitarra. Tocaba con Juan Carlos Calderón cuando venía a Santander”.
“Yo siempre me negué a que me enseñara como enseñan en el colegio. Yo quería aprender sobre la marcha, porque tengo muy buen oído y podía tocar muchas cosas. Fue muy divertido el aprendizaje. Para fastidiarme siempre me decía que yo nunca podría tocar con nadie, así que sólo para fastidiarle formé un grupo, con mis amigos, que se llamaba Los Sabuesos”. Se presentan a varios certámenes de la época y aunque consiguen ser finalistas nunca ganan el premio de grabar un disco. Hacen versiones de grupos como los Rolling Stones, canciones propias, pero tras unos años deciden separar sus caminos.
Manel sigue tocando por su cuenta hasta que llega el Cosmic Childen, otra unión entre surf y música, y le piden que forme parte de la Cosmic Childen Band junto a otros surfistas legendarios como José Manuel Merodio y uno de los organizadores Javier Cantera. Este año (2015) ya van por la décima edición. Manel invierte todo el año en idear la lista y en ensayar las canciones que tocarán en junio en el Cosmic.
“La música es la novia que he escogido voluntariamente para ser más feliz, y lo he conseguido con creces”, reflexiona a modo de epílogo. Manel Fiochi como el Cosmic Children son la mejor prueba de que surfing y música hacen una simbiosis perfecta. Una unión en la que “monta igual, monta tanto”.