Soleá Morente

5 February 2016 Texto: Angel Ignacio. Fotografía: Inma Chapado & Rafabilly.


Haciendo el camino

Auditorio Alhóndiga Bilbao Az. Bilbao, 19 de febrero de 2016

Hace ya más de cinco años se nos fue un granaíno universal, Enrique Morente. Ocurrió en Madrid, de forma inesperada y, quizás, debido a un lamentable error médico. Su marcha dejó al mundo de la música huérfano de un inagotable talento. Nos dejó un genio que revolucionó el flamenco, ese arte considerado hoy en día como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Dos muestras de ese patrimonio son clave para entender los últimos grandes cambios que en él se han dado. La primera data de 1979, de la mano de un elepé sorprendente, “La Leyenda del Tiempo”, en el que el gitano de moda por aquellos días, Camarón De La Isla, firmaba un vinilo que marcaría su carrera y la historia de esta música calé y mestiza. El segundo, quince años después, se llamó “Omega”. Punta del iceberg musical que Enrique Morente nos regaló antes de irse. Un disco impensable donde el crudo trash metal de los -también granaínos- Lagartija Nick se abrazaba, entre sucias distorsiones, con el poderío del más grande cantaor de los últimos tiempos. En singular homenaje a Federico García Lorca y Leonard Cohen, y con la participación al toque de un puñado de guitarristas que estaban entre lo mejorcito del flamenco contemporáneo; Tomatito, Juan Manuel Cañizares, Vicente Amigo, Isidro Muñoz, Miguel Angel Cortés,…

¿La más bella de todas las locuras de fusión flamenca posibles? Yo no tengo dudas. Como tampoco me cortaré en decir que, a día de hoy, no conozco músico en el planeta que haya innovado más que Morente (admito sugerencias). Intérpretes de cualquier lugar; desde el Caribe a Finlandia, desde Marruecos hasta Nueva York; se rindieron al genio creador de esta obra imprescindible. Un disco de tripas y corazón, de rabia y duende. Una obra maestra que también fue odiada, con patética insidia, por algunos ilustres ortodoxos que no pueden ver más allá de sus narices. Además, no es una obra aislada. Antes y después, Enrique nos dejó otros grandes milagros; como “Negra Si Tú Supieras” o “Allegro Soleá y Fantasía”, como “Lorca” o “Pablo de Málaga”, como “El Pequeño Reloj” o “Sueña La Alhambra”… Discazos todos.

 

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Media década más tarde, sus hijos atesoran con respeto el legado, la fuerza y las enseñanzas de un padre que fue también un maestro, conduciendo sus carreras con mimo y pasión. La última de sus alumnas es Soleá Morente. Una flamenca que fusiona con músicas populares del siglo XX, o una rockera que no pierde sus raíces flamencas. Da igual, es una joven promesa de la música andaluza que ha firmado un disco grande, pletórico de buen gusto. Un trabajo cuyas canciones suman tantas influencias que no parecen posibles para su juventud. Y lo que tiene aún más mérito: es capaz de defenderlo e incluso hacerlo más redondo, en directo. Si sigue explorando con la misma convicción, vamos a hablar mucho de ella.

Yendo al grano diré que Soleá llegó con suavidad, cantando bajito pero ejerciendo liderazgo desde las primeras notas, dando su cara más dulce y mostrando que no le faltan tarimas. De menos a más fue capaz de moverse con soltura y por derecho. La del Albayzín se plantó en el centro de la escena, rodeada de sus músicos. De un lado, un set de dos guitarras tranquilas -que no mansas- y un teclado. Con Edu Spin aflamencando, mientras dos Lori MeyersMiguel Martín y JJ Machuca– aportaban notas acústicas, livianas, envolventes o culebreantes,… según el caso. Del otro lado; Florent -de Los Planetas– disfrutando con hirientes distorsiones a la guitarra eléctrica; mientras que Mafo (de los Pájaro Jack) y Antonio Arias (Lagartija Nick) daban base y fondo contundente a todo lo que sonaba sobre las tablas. Ajustada y muy buena caña.

Arrancó el bolo con “Yo Escucho Los Cantos”, adaptación de un poema de Antonio Machado que Enrique Morente ya hizo canción en su disco de 1977, “Despegando”. Para continuar con “Solos Tu Y Yo”, donde los tangos se tornan poperos (¿o es al revés?), o la preciosa y muy romántica “Nochecita Sanjuanera” (con letra de Ana Fernández-Villaverde, La Bien Querida). Pero el calor no llegó hasta que el rock andaluz inundó el audiotorio con “Están Bailando”. No es extraño, ya que la nota negativa del concierto fue un insoportable acople de sonido, siniestro grillo que no dio tregua en todo el bolo. Perjudicando notablemente la audición del público y, sobre todo, la concentración de los músicos. Que tuvieron que pelear con ese fallo técnico, especialmente en los pasajes donde Soleá se emplea en las facetas más flamencas e intimistas de su repertorio.

 

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Por suerte ya nada podía frenar la emoción y las pulsaciones comenzaron a subir con esos fandangos en clave andalusí de “Arrímate”, y con “Oración” (tema compuesto junto a Miguel Martín y a su hermana Estrella Morente, sobre una letra de Manu Ferrón). Dando paso a continuación al pepinazo pop que es “Vampiro” (también de La Bien Querida), primer momento de gran feeling entre Soleá y Antonio Arias. Seguido de las mutantes granaínas drogadas de psicodelia de “Eso Nunca Lo Diré”, donde Edu Spin demostró que su toque a la guitarra flamenca ya tiene personalidad suficiente como para volar más allá de la etiqueta de churumbel de Carmen Linares, y con el estupendo contrapunto ruidista de Florent.

A partir de ese momento, con un Antonio Arias ya entrado en calor, el bolo despegó hasta volverse una delicia. Con la crepuscular “La Ciudad De Los Gitanos” (revisión de “La Mosca”, un cante de las Cuevas del Sacromonte que popularizó la cantaora María La Canastera, y que bebe los versos de “Poema de la Guardia Civil’, de Lorca). Y con una arrolladora versión del “Hey, That’s No Way To Say Goodbye”, de Leonard Cohen: “Oye, Esta No Es Manera De Decir Adiós”. Que es una de las dos lecturas que Soleá y Antonio recuperan del hierático músico canadiense, y que perfectamente podrían haber formado parte de “Omega” sin desentonar en absoluto.

Para el tramo final del concierto reservaron “Todavía”. Unas bulerías modernas, tercera de las piezas que la mediana de Morente hereda de La Bien Querida, y que para mí es la que mejor se adapta a su registro vocal. A continuación presentó a la banda y desplegó poderío flamenco en “Dormidos“ (tema incluido en el disco con Los Evangelistas, “Encuentro”). Tras lo que el grupo abandonó el escenario, volviendo casi inmediatamente para dejar que Soleá diera gracias al público de Bilbao, declarando el amor que sentía su padre por la ciudad, a la que consideraban “una tierra Morentiana”. El bis puso vellos de punta con una sentía revisión de “Palabras Para Julia”, donde Soleá se hizo grande en las letras de José Agustín Goytisolo, únicamente apoyada por las teclas de JJ Machuca. Y el final, apoteósico, llegó con “Dama Errante”. Otra versión de Cohen (“Winter Lady”), que llega a parecer compuesta para que la familia Morente haga de ella un himno capaz de levantar al público en palmas, oles y hasta lágrimas felices.

 

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Y se marchó dejando claro que el título de su trabajo, “Tendrá Que Haber Un Camino”, además de ser homenaje a la versión que su padre se marcó con Los Planetas, es también ejercicio de humildad. Debe haber un camino que comenzó a andarse desde que vio construirse “Omega” en su propia casa, y que ella misma ha decidido continuar, con su propia voz y personalidad. Manteniendo esa mezcla de potencia casi mística, homenajes poéticos y un trazo de infinita nostalgia. Como sueños de locura anarquista que tienen la virtud de poder sonar como si fueran clásicos de la cultura musical andaluza.

Enrique Morente ya no está pero su sombra es alargada. Una sombra que cobija a su familia, a sus amigos y a todos los que siempre hemos amado su música honesta y valiente. Por lo tanto una sombra que lejos de oscurecer, alumbra. Así ha sido con su hijo pequeño, José Enrique Morente, que ya es un cantaor y guitarrista de coraje. Así también con la mayor, Estrella, a la que ha conducido por los mejores senderos posibles para explotar al máximo una voz que ha encontrado en la copla antigua y flamenca su lugar ideal de expresión. Y por supuesto, con Soleá Morente, reabriendo las puertas de la fusión más arriesgada.

Eso ha permitido a ésta última entablar sociedad con músicos de otros mundos, como el propio Arias. Que es un autor distinto, un innovador oscuro que bebe de muchas fuentes; desde los tablaos gitanos hasta el noise rock de los noventa o las distorsiones heredadas de Lemmy ‘Motörhead’ Kilmister. Y cómo no, del aroma punk-fusionador internacionalista que Joe Strummer dejó por las calles de la ciudad de la Alhambra, cuando The Clash ya eran una de las bandas de rock más aclamadas del mundo. Sí, Antonio Arias tiene un talento que pudo enganchar a Morente para lanzarse con “Omega” al vacío de lo imposible, rompiendo fronteras generacionales y estilísticas. Un tipo que no deja de crecer poquito a poco y que, casi siempre vestido de negro, está pintando su carrera con una gran paleta de colores.

Hoy anda de viaje con Soleá, reivindicando el sur por sí y para la humanidad. Como recordándonos que Al-Andalus fue esa tierra donde las tres grandes religiones monoteístas lograron un lugar para el arte y la convivencia pacífica, resultando la comunidad más ancestral del continente europeo con identidad y bandera propia. La blanca y verde que -recuperada y oficializada por Blas Infante– tiene su remoto origen allá por el siglo XI. Adelantándose en dos siglos a cualquier otra. Y entre ambos, dan nueva vida (otra) a una idea multicultural que estremece y eleva el espíritu. Que llena de amores al oyente y cuyas sensaciones permanecen como solo pueden hacerlo las canciones imperecederas. Autenticidad de la belleza, ese es el camino.

 

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