Teatro Arriaga. Bilbao, 10 de marzo de 2016
La chica que cantaba feliz
Solo había escuchado alguna cosa de Las Migas en directo cuando, hace ahora unos cuatro años, una buena amiga me presentó a Silvia Pérez Cruz. Charlábamos sobre la inspiración, hablábamos de las musas… y ella me mostró una actuación en la que Pérez Cruz derrochaba poderío y juegos vocales con un desparpajo y una naturalidad sorprendentes. ¿Una musa inspirada?. Como a muchos otros, ese despliegue de lujosos gorgoritos me picó a la curiosidad y me dediqué a indagar en su música. Así descubrí sus colaboraciones con Perico Sambeat, Jerry González, Raúl Fernández Miró ‘Refree’, Ravid Goldschmidt o Javier Colina.
No había que ser mu espabilao para darse cuenta de que una voz así encontraría hueco con facilidad en el panorama musical de la península, como así ha pasado. Hoy día, se ha ganado a una audiencia realmente diversa y tiene casi todas las papeletas para convertirse en fenómeno de masas. Si no le da por experimentar con grandes riesgos, sus discos y conciertos ganarán muchos puntos como regalo de navidad preferido para todos los públicos a partir de ya mismo.
De momento, la niña que se crió en Palafrugell, entre la Costa Brava y las redondeadas montañas Gavarras del Bajo Ampurdán, ha pasado de tocar en fiestas, cafetines y garitos bohemios hasta abrirse paso en grandes festivales de folk, pop o jazz. Y finalmente poner el cartel de no hay billetes en los escenarios más selectos de las grandes ciudades. Como ocurrió en el Teatro Arriaga, que no solo estaba a tope (la última localidad se vendió apenas diez minutos antes de empezar la actuación), sino que rezumaba emoción y entusiasmo por parte de un público tirando a joven, encandilado desde las primeras notas de la noche.

Que llegaron con “Tonada De Luna Llena”, un tema tradicional venezolano que Silvia interpretó con ciertas evocaciones a Mikel Laboa, tras el que pasó sin más a presentar al quinteto que la acompaña desde hace un par de años y que da cobertura instrumental al espectáculo que está presentando: “Entre más cuerdas”. Son dos violines (Elena Rey y Carlos Monfort), viola (Anna Aldomà), contrabajo (Miguel Angel Cordero) y cello (Joan Antoni Pich). No fue el único tránsito que hizo a las Américas. Pasó por Perú para revisar el vals de Manuel ‘Chato’ Raygada “Mechita”, y se marcó dos clásicos de la música cubana. Un viejo son montuno de Sindo Garay (“La Tarde”). Y el bolero, “Veinte Años” –de la trovera cubana María Teresa Vera– que fusionó con “Tiempo Perdido”, una de las dos habaneras heredadas de sus padres (Gloria Cruz y Cástor Pérez, gran divulgador e intérprete de este estilo cubano). La otra fue “Vestida De Nit”.
También tiró de sus propias composiciones. Con “Nao Sei” (incluida en su álbum “11 De Noviembre”) que sonó muy a Dulce Pontes. Así como dos temas de su último trabajo, “Domus” (que es banda sonora de la película “Cerca De Tu Casa”, dirigida por Eduard Cortés y protagonizada por la propia cantante). El primero fue “Ai Ai Ai”, canción que según ella misma compuso “al estilo Shakira” y cuyo estribillo recuerda bastante más al “Pequeño Vals Vienés” (“Take This Waltz”) de Leonard Cohen. El otro, “No Hay Tanto Pan” (¿os suena aquel slogan anticorrupción del 15-M “no hay pan pa tanto chorizo”?), a la que dedicó una presentación especial “porque trata sobre los desahucios y, por mi forma de cantar, temía endulzar”. A pesar de no ser capaz de expresar con palabras lo que sentía al interpretarla, un público absolutamente atento y empático captó el mensaje y premió la pieza con la mayor ovación de la noche.
No faltaron los homenajes. El habitual a Lluis Llach, con esa sentida versión del poema de Pere Quart, “Corrandes d’exili”. O el más reciente -en el que se rindió en elogios a la incomparable talla poética de Federico García Lorca– “Por Tu Amor Me Duele El Aire”, con música de Javier Ruibal (Silvia, mmmm… ¿era necesario aclarar que Ruibal es un cantautor gaditano?). Para el tramo final de su actuación reservó una dulce lectura de “La Lambada” (que también incluye en su disco “Domus”, bajo el título “Cuota Da Lua”). Por cierto, ya va siendo hora de que todo el mundo reconozca que este famosísimo bailable de finales de los ochenta es un plagio descarado de “Llorando Se Fue”, de los bolivianos Kjarkas.

Luego buscó la colaboración del público y, ni corta ni perezosa, se enzarzó en un extravagante popurrí, empalmando alegres tonadas que fueron de Amy Winehouse (“Rehab”) a “La Macarena”, con absoluta complicidad del respetable. Convirtiendo el teatro en lugar poco adecuado para crear el efecto fuego de campaña, tan manido e indeseable la mayoría de las veces. No se llegó a alcanzar el sonrojo y los músicos abandonaron el escenario, para regresar con un bis que volvió a elevar el nivel de la velada, poniendo broche de oro con un fantástico “Gallo Rojo, Gallo Negro”, canción-himno de la lucha antifranquista compuesta por Chicho Sánchez Ferlosio para su disco de 1978, “A Contratiempo”.
No cabe duda de Pérez Cruz es una cantante especial, diferente. Con una voz que admite infinidad de registros; tanto si le da al flamenco como si se atreve con sonoridades de folk, jazz, étnicas, poperas o músicas tradicionales de cualquier lugar. Capaz de lograr unos ayes y unas inflexiones de voz que pueden viajar por caminos que van desde la naturalidad al dadaísmo. Y con una personalidad muy femenina, plena de sensibilidad y magnetismo personal, que puede encandilar a la hija, a la mamá y a la abuela. Silvia es una chica educada en la música y la multiculturalidad. Criada en un entorno rural idílico, en la placidez de una familia culta con el sello de la nueva burguesía catalana, y madurada en los rincones más coquetos de la gran urbe. Un producto del llamado estado de bienestar europeo, una pija (en el menos despectivo sentido de la palabra) de buen gusto y modales ibicencos.
Silvia Pérez Cruz se ha ganado un lugar de respeto en la escena musical, por carisma y calidad, con todo merecimiento. Y en el bilbaíno Arriaga cantó como los ángeles. Por eso es bueno que sea consciente de que, en un entorno de qualité, puede llegar a resultar demasiado almibarada y, con algo de mala suerte, impostada o empalagosa. En cambio; en garitos y cafetines, en una terraza golfa o en clubs de jazz; los contrastes de su privilegiada voz pueden hacer que hasta una audiencia de botas y chupa de cuero caiga rendida a sus evidentes encantos de chica que canta feliz…. Y ahora que lo pienso, no estaría mal verla con una banda de rock duro. Por ejemplo.
