PONIS Y KÉFIR FERMENTADO.
Entrevista a Ruth Miguel Franco

16 March 2019 Texto: Fco. Daniel Medina. Fotografía: Camino Caneja.

He tenido el placer de entrevistar a Ruth Miguel Franco con motivo de la publicación en Sloper de Unos cuerpos, su primer volumen de ensayos. Entrevistar a Ruth no ha sido fácil. Debía escoger muy bien mis palabras. No puede ser fácil entrevistar a alguien que se siente identificada con los terribles guerreros mongoles. Al finalizar la entrevista me dijo: Me apuesto a que titularás “Aspiro a la contaminación, no al conocimiento”, en lugar de “Ponis y kéfir fermentado”. Y como a mí también me va la marcha, pues ala, ¡ponis y kéfir fermentado! Si esa frase no despierta vuestra curiosidad por leer lo que sigue es que estáis clínicamente muertos. Unos cuerpos supone un ejercicio de gallardía intelectual. La realidad se oculta detrás de máscaras grotescas y Ruth se encarga de sabotear el carnaval. Mientras leía Unos cuerpos tuve la sensación de que la prosa de su autora me tomaba de la mano guiándome a través de un laberinto cultural en el que algunas calles estaban mejor iluminadas que otras. Ruth nos adentra en los suburbios de nuestra civilización a lo largo de ciertos pasadizos que nunca habíamos transitado. Ella explora, indaga, nos cuenta su versión de los hechos al tiempo que nos advierte (y aquí creo que se aleja de la hipocresía de los que han tenido el monopolio de la narración de la historia hasta ahora) de que tampoco nos podemos fiar de ella. Cito textualmente: “Os advierto contra la interpretación, contra la opinión y contra la historia. Os advierto, sobre todo, contra mí”. Desde mi punto de vista, Ruth se ha atrevido a hacer un ejercicio intelectual muy sano: ha volado todos los pilares sobre los que se asentaba la realidad que le habían ido contando desde niña y, solamente cuando se hallaba en la cima de una inmensa montaña de basura cultural, se ha atrevido a contar su propia versión de los hechos, posiblemente también su propia mentira.

 

 

Unos cuerpos cuestiona unos símbolos que, como culturalmente construidos, responden a los intereses propios o a la cosmovisión de sus inventores. Algunos (en la construcción o más bien en el rastreo de las conexiones causales que llevan a la elaboración de estos símbolos y mitos) han pecado de imaginativos mientras que otros han pecado de poco o mal documentados o directamente de tendenciosos. Tú, al desconfiar de todo como punto de partida, adoptas, a mi modo de ver, una postura Nietzschiana. ¿Antes de escribir el libro te planteaste alguna clase de estrategia o imposición metodológica? ¿Cómo ha sido el proceso de escritura incluso a nivel de rutinas o manías?
En realidad, aspiro más a la contaminación que al conocimiento. La objetividad completa, la documentación completa… solemos caer en este tipo de folie rationnelle y creer que conocimiento y verdad son la misma cosa. Desde luego, en estos ensayos huyo de las certezas, pero no como ejercicio de honestidad, sino porque son un tostón. El proceso de escritura ha sido algo enrevesado. En origen, me planteé escribir una novela. Pero soy incapaz de no perderme en mí misma. Todo era demasiado yo todo el rato, soy pesadísima. En lugar de narrar, pensaba. Cuando perdí la primera batalla, cambié de estrategia: llevo toda la vida escribiendo poesía y monografías científicas y parece que es lo único que sé hacer. Todo ensayo se basa en defender una tesis, que surge del análisis y organización de los materiales y a la vez se sustenta en ellos: fue esto lo que hice con mis fragmentos y mis apuntes. Es en parte un trabajo científico, igual que cuando escribo sobre la variación entre genitivo y complemento preposicional en los cartularios del s. XIII. Estoy entrenada para hacerlo; no necesito rutinas especiales y no tengo manías. Soy muy disciplinada, aunque, como todo el mundo, tengo días buenos y malos. Solo necesito un ordenador, algo de tiempo y un café o una cerveza de vez en cuando.

¿Cómo se mete en una misma coctelera a las enmuradas de la Edad Media, el mito de Pasífae, a Motörhead y Black Mirror?
No veo ninguna diferencia entre los elementos de la lista. Tenemos la costumbre de establecer cortes, caracterizar, organizar paradigmas; es nuestra única manera de aprehender la realidad. Por supuesto, a ratos funciona. La lista que propones está basada en: a) cronología; b) pertenencia a la Historia o al mito; c) género y medio. Pero, y aun a riesgo de parecer una mamarracha citando a Foulcault citando a Borges, ¿por qué no basamos la lista en: a) longitud del cabello; b) rimas consonantes; c) comportamientos disruptivos? O, más simplemente: a) lo que me interesa; b) lo que no. De hecho, propongo que cada cual meta en la coctelera a), lo que quiera que sea, y deje fuera b).

Otra cosa que me ha parecido interesante es que, a ratos, parece como si la poeta que Ruth lleva dentro se infiltrase o le usurpase el puesto a la ensayista de manera que nos tropezamos con fragmentos fronterizos a la prosa poética los cuales, dicho sea de paso, enriquecen el libro desde un punto de vista formal. ¿Crees que, cuando emprendemos un camino con el propósito de arrojar luz sobre cualquier parcela de la realidad, no debemos desdeñar la colaboración del subconsciente?
La poesía no tiene nada de subconsciente, o no más que cualquier otro género literario. Tú mismo has hablado de riqueza formal. ¿Qué te hace pensar que esa irrupción no es un estilema cuidadosamente elegido y planeado? Creo que es necesario desterrar la idea de que la poesía tiene que ver con almas y esencias. Date cuenta de que tú mismo los has definido como “fragmentos fronterizos”: esa caracterización solo puede basarse en la idea de que hay fronteras definidas entre géneros. La poesía es un género literario; quien lo elige, se está insertando en una tradición intelectual. No es un sentimiento ni un aflorar del subconsciente. Lo que sí es cierto es que las cadenas causales se organizan de manera lineal en el ensayo académico, que además excluye ciertas funciones del lenguaje. El discurso poético, por su parte, me permite asociar conceptos de un modo diferente, cambiar el tono de las descripciones y, por supuesto, hablar del yo, que es lo que más me gusta.

Tu libro recopila una serie de pequeños ensayos (aunque lo de pequeños me gustaría ponerlo entrecomillado y un poco más adelante explicaré el porqué) que funcionan de manera aislada, pero están interconectados. ¿Cómo surgió el interés por hablar de estos temas en concreto? Y, conectando con esta pregunta, ¿se quedaron otros asuntos fuera que quizá puedan justificar la publicación de una especie de secuela futura?
Es relativamente fácil encontrar material interesante: solo hace falta mirar y preguntarse. Cuestiones aparentemente banales resultan desconcertantes si pensamos en ellas durante un minuto. Supongo que de ahí surge todo: desde el protestantismo a la batidora eléctrica. Es cierto que temas como el asco, las momias, las arañas o las deformaciones craneales me habían interesado siempre, pero son solo algunos de un amplio catálogo de curiosidades. Ciertamente, han quedado muchas otras por explorar y, aunque no descarto volver a este formato (en general, no descarto casi nada), por lo menos a medio plazo, me dedicaré a otros menesteres. Sin embargo, en otros proyectos utilizo instrumentos parecidos, aunque no sean ensayos breves. Creo que se trata de una forma productiva de aproximación al texto. Y es la que yo disfruto más.

 

 

Acabo de poner entrecomillado lo de libro pequeño y es que, en esta aparentemente breve colección de ensayos, se habla de demasiadas cosas. ¿Ha ayudado la brevedad a hacerlo más digerible?
Tuve y tengo un problema en algunos momentos, ya que en ciertos temas es muy difícil medir el público: si te extiendes explicando detalles, puedes abundar en algo ya sabido; si, por el contrario, solo mencionas lo esencial, puedes dificultar o impedir la comprensión completa del discurso. Pero puede que haya otros motivos. Yo soy capaz de pensar en varias cosas a la vez, que pueden quedarse en planos paralelos o entrecruzarse.

En tu libro, cuando cuestionas mitos y verdades construidas a lo largo de los siglos, y teniendo en cuenta que el monopolio de la historia oficial lo han tenido casi siempre los hombres, hablas también inevitablemente de feminismo. ¿Qué opinas del movimiento a día de hoy? ¿Crees que lo sano sería hablar de feminismos para no excluir a nadie?
El feminismo no es opinable. Es, simplemente. No creo que exista otra opción. Por supuesto, debemos hablar de feminismos. Por ejemplo, me cuesta mucho identificarme con el discurso de la tercera ola; sin embargo, le reconozco hallazgos metodológicos y propuestas válidas. Pero pensemos un segundo: ¿qué movimiento hay perfectamente coherente, homogéneo y que no cometa errores? ¿Conocemos algún colectivo que, por válidas que sean sus ideas, no incluya gilipollas? Aquellos cuyo discurso cuestionamos están hechos del mismo papel que nosotras. Parece que le estás pidiendo al feminismo algo que ningún ser humano ha sido capaz de hacer nunca: ser perfecto. El problema es que, ante ataques frontales como los que se están viviendo ahora, en lugar de pensar: “Mira, ladran”, pensamos: “Vaya, algo habremos hecho mal”. Y no. Por supuesto todo se puede repensar y todo es susceptible de ser mejorado, pero en ningún caso se pueden permitir retrocesos como el que se está planteando actualmente, aparentemente justificados por el carácter necesariamente falible de algunas voces, que no de los principios que las sustentan.

Y hablando ahora un poco acerca del amor, ¿nos utilizamos?
Analicemos una frase que repite mucho la gente que se cree buena en la cama: “A mí lo que me da placer es darte placer a ti”. Lejos de ser altruista, es la expresión más descarada de egolatría y afán de dominio. No hay relación humana que no pase por un cierto grado de instrumentalización. Los perros han tenido un gran éxito como especie por su cuasisimbiosis con el ser humano, basada en gran medida en establecer relaciones afectivas. No nos flipemos: el amor no es más que una manera de cubrir determinadas necesidades emocionales y sociales que evolutivamente tienen sentido; por tanto, no veo nada malo en utilizarnos para eso. Luego, si queremos, podemos hacer literatura, porque total, la hacemos de todo.

Tengo un poco de fobia a los insectos en general y a las arañas en particular. ¿Qué me podrías contar acerca de estas últimas que me ayudase a verlas de otro modo?
No las veas de otro modo. Son absolutamente malvadas y bastante repugnantes. Los insectos son lo no-humano; también lo son los pájaros, pero de una manera más amable. A la gente le gustan los himenópteros, que a mí me aterrorizan: son seres puramente gregarios y antihedonistas. De hecho, no tomo miel por este motivo. Yo creo que las arañas solo te pueden gustar si te gusta el Mal, bien por convicción moral, bien por elección estética, o si eres un poco heavy.

Sloper es un sello rodeado ya de cierta leyenda en el sentido de que, siendo pequeño, ha conseguido por medio del riesgo y la calidad de los títulos publicados codearse con los grandes en las mesas de novedades. ¿Cómo llegaste tú a Sloper?
Conocí a Román Piña (Sloper es sinónimo de Román Piña) hace varios años, poco después de publicar mi libro de poesía (La muerte y los hermanos, Rialp, 2011, Accésit del Premio Adonáis). Quedamos, le pasé el libro y me propuso participar en La Bolsa de Pipas, una revista de poesía, tristemente fallecida y ya elevada a la categoría de mito. Román es una persona valiente, con una visión clara, que se expone y que, además, trabaja como una mula: de estas virtudes da fe el catálogo de Sloper. De hecho, él me dio el sí a Unos cuerpos antes de verlo terminado, con dos o tres ensayos de muestra que le había enviado. La confianza que me demostró, rayana en la imprudencia, me animó mucho a acabar el libro. Me parece admirable la labor de gente como Román u otros editores de casas pequeñitas, que las sacan adelante con una mezcla de hiperactividad, criterio y amor al libro, y encima se lo pasan bien. Yo, como lectora en primer lugar, les pondría un monumento.

 

 

¿Cuáles son tus planes a corto plazo artísticamente hablando?
Tengo un poemario nuevo, ya terminado y a medio colocar, y acabo de empezar otro. Desde que escribí La muerte y los hermanos, no me había preocupado de poner en limpio y organizar los versos que iba escribiendo. Está siendo bastante gratificante, sobre todo porque voy rápido. En este último libro de poesía estoy haciendo un experimento curioso, que es hablar de amor a la manera tradicional. Entiéndeme, no es lírica francoprovenzal, pero es que yo no había escrito un poema de amor erótico en mi vida. Por otra parte, tengo un cuaderno de viajes sobre la temporada que pasé en Austria. Tiene relación con Unos cuerpos en los temas y la manera de organizar los materiales y trato de desmontar la idea del viaje como experiencia transformadora. De hecho, enlaza con la idea del conocimiento, el despojamiento y la inmadurez. A ver si dejamos de querer ser todos tan buenas personas.

Estuviste en Málaga, concretamente dentro del marco de la V Edición de Moments Festival, ¿cómo fue tu experiencia en la costa del sol?
Sois maravillosos. Tuve unos anfitriones que fueron un lujo. No conocía Málaga y me impresionó muy gratamente. Voy a citar a Ben Clark, ibicenco, que lleva una temporada viviendo en Málaga. En una cena, después de que presentase en Palma su último libro, La policía celeste, alguien le preguntó por el hecho de que viviese en Málaga. Él explicó que, junto con su pareja, habían elegido la ciudad entre otras cosas por su ambiente cultural, las iniciativas y la energía que se percibía en este terreno. Yo vi exactamente eso en mi visita (aunque fue demasiado breve): la gente se mueve, tiene interés, estáis haciendo cosas de una manera muy sabia y muy productiva. Como me comentaba también un amigo que vive en León, con un poco de apoyo, se pueden hacer cosas muy grandes fuera de los lugares y los patrones esperables. Quizá sea hora de plantearnos una deslocalización de los centros culturales tradicionales y el uso de plataformas no canónicas, como el Moments Festival. Enhorabuena, Málaga.

Para terminar y cambiar un poco de tono, si dependiese de ti, ¿qué cantante elegirías para representar a España en Eurovisión?
A La Zowi, sin duda.

Qué serie, qué libro y qué película te han marcado últimamente.
Me ha gustado mucho El lector de Dostoyevski, de Ana Isabel Conejo y Confesiones de un hombre raquítico, de Alberto Masa (ambas de Editorial Eolas). Pero de ahí a marcarme… De hecho, no sé si algo me ha marcado nunca en la vida, aparte de algún bisturí, adoquín o el pico de alguna mesa. Por otra parte, consumo muy poco audiovisual; no estoy acostumbrada a estar dos horas y media quieta mirando algo. Mi novio ya no me lleva al cine porque me suelo salir de la sala. Pero me gustan las pelis de miseria humana, como las de Ulrich Siedl, y también me gustó mucho “Vikingos”, que va de mastuerzos y casquería.

¿A quién invitarías a tu casa para pasar una noche entera conversando? (Tratándose de ti y conocedor de tu interés por ciertas épocas pasadas, se te permite la licencia de resucitar a algún muerto). O, mejor aún, te pido el nombre de un vivo y un muerto con los que poder hace un trío.
Vaya por delante que me gusta más dormir que hablar. Sacaría de entre los muertos a Temuyín (Gengis Kan). Los mongoles eran guerreros terribles, casi imposibles de vencer; recordemos la reflexión de Elías Canetti sobre los soldados a caballo y el traspaso del aguijón. No tenían piedad ni honor. Temuyín poseyó el imperio más extenso que recuerda la historia, pero casi por accidente y sin ponerle mucho interés. Él quería dos cosas: vengarse y recorrer la estepa en su poni emborrachándose con kéfir fermentado. También quería que lo dejasen en paz. Me siento muy identificada con él. Aunque no creo que fuese muy buen conversador. Lo más probable es que a los diez minutos de resucitarlo me atizase un hachazo en la cabeza y adiós a la noche de charla. Por lo que respecta a personajes vivos, no soy nada mitómana. La gente cuya obra admiro no me parece necesariamente interesante en lo personal, como Pascal Quignard, con quien sin duda sería un tormento hablar. Creo que elegiría a Mary Beard. Intelectualmente, no se puede llegar más alto y además tiene pinta de ser divertidísima y de arrearle al gin-tónic.

 

 

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