El espectáculo que la noche del viernes pasado coronó la novena jornada de la Bienal de Flamenco de Sevilla llegaba con un título sucinto pero muy elocuente a la vez; ‘Málaga’. Málaga en Sevilla, con su eterno morbo y rivalidad en otras esferas. Sevilla entregada a Málaga, ese territorio tan orgulloso de su pasado flamenco como a la vez desdeñoso del mismo en su presente. La cita es ya un clásico en el Hotel Triana, uno de los espacios cajón de sastre del evento donde bajo la denominación de Territorios se ve un flamenco más clásico en su formato, por regla general.
El caso es que el nuevo espectáculo Málaga que venía a resumir algunos de sus más firmes artífices de la actualidad cumplió con todas las expectativas. En general dio una buena muestra de la pujanza de algunos de sus intérpretes más prometedores y de la confianza de los más consolidados. El público llenó el graderío y esa fue la mejor señal del ánimo con que en la capital hispalense recibe a los artistas de lo jondo vengan de donde vengan. La propuesta escénica y de reparto llegaba bajo la jerarquía del guitarrista Juan Requena, una de las sonantas más sobresalientes de todo el género, que se encargó de subrayar algunas especificidades que en la propia tierra donde nació no son vistas con tanta nitidez. Hay mucho futuro.

Esto es; que Simón Román es una voz de suma importancia también en el cante de adelante y que Luisa Palicio está entre lo mejor del baile actual como otro de los protagonistas, Ramón Martínez, sentidísimo por momentos. También que Virginia Gámez es mucho más cantaora de lo que se aprecia en su propia casa y que Carrete es la mejor guinda para cualquier pastel digno de aquella definición de la Faraona; “No sabe bailar, no sabe cantar pero no se la pierdan”. De nuevo la formó, encendió la noche y puso al público en pie. Además el joven ‘Canito’ ya no es aquel niño cantor sino un cantaor hecho y derecho para insuflar brío al baile y Juan Manuel Lucas un fino percusionista.
De Juan Requena y su taranta sólo hay que decir ole. Pieza con la que abrió en solitario oficialmente el repertorio tras los abandolaos del prólogo con todo el cuadro en liza, muy oportunos. Para apoyar su batuta se acompañó de Fran Vinuesa, guitarrista malagueño también en eterno éxodo profesional, que derramó también notas de ambrosía cuando le tocó el papel protagonista. Pese a la estridencia del sonido en los primeros minutos del espectáculo la gran ovación de la noche se la llevó Luisa Palicio, que con el mantón demostró que es la paradójica heredera, como malagueña, más sobresaliente de la escuela sevillana. Sus cantiñas fueron simplemente espectaculares.
La noche en resumen sirvió para demostrar que Málaga sigue teniendo a muchos hijos pródigos no reconocidos en el flamenco y que Sevilla los acuna con el cariño que no reciben en su tierra. Una enorme luna llena sobre el corral trianero fue testigo de que hay mimbres para hacer buenos canastos y que además de cantaora, como la descubrió Machado en el famoso poema, Málaga también es bailaora y tocaora. Siempre tan sorprendente como desquiciante en sus cosas.


