Editorial Malpaso.
Madame Bovary de extrarradio es la historia de toda una vida. Una vida activa que al final se detiene; que empieza y que sufre; que se aleja y que se acerca; que pierde toda la esperanza y que la recupera. Una vida tan contradictoria como todas las vidas. Y dura, pero también humilde porque todos los días, por muy malos que sean, dedicamos un gesto de amabilidad y de felicidad a los otros. Sobre todo a uno mismo.
Es difícil porque está narrada en segunda persona del singular y el uso de este tipo de narrador es atípico: “A veces te ahogabas tanto que la idea del suicidio te rondaba. Te tirabas del balcón y al trágico momento del hallazgo de tu cuerpo se sucedían la pena y el remordimiento de tus padres”. Pero si se trabaja con delicadeza, los lectores serán vencidos por la historia. Lo complicado del uso de un narrador en segunda persona —siendo Sophie Divry francesa— es mantenerse a la altura de novelas tan increíbles como Un hombre que duerme de Georges Perec y en este caso creo que la autora lo consigue porque la historia es cruda, auténticamente real: está contando la vida de muchas mujeres. El discurso narrativo de las dos obras es completamente diferente: el primero, el de Perec, supone una parálisis completa y una inmersión en el mundo de la contemplación estética; el de Divry es una llamada al movimiento y a las diferentes etapas de la vida.