Este 2016 se está acabando y vemos como en los últimos años nos han ido dejando los más grandes creadores musicales del siglo XX. Aquellos que han dado forma a la música actual, aquellos que con cada disco nuevo, su actitud y su letras han confomado la cultura y parte de nuestra vida interior. Tan únicos e inigualables como Paco de Lucía, David Bowie, Lemmy Kilmister, Leonard Cohen, Prince, BB King o Sharon Jones. Su legado quedará entre nosotros y nuestro entorno sin que de momento parezca que este siglo XXI haya alumbrado creadores con talento suficiente para sustituirles.
Pero aún viven grandes autores que allá por los 60 o 70 con su trabajo y visión conformaron lo que es la música popular tal y como la conocemos hoy. Algunos de ellos no solo marcaron el camino de la musica sino que imaginaron como sería el futuro. Además esta banda no provenía de Estados Unidos ni siquiera del Reino Unido, no, pero su trabajo influenció a bandas anglosajonas de todo tipo. Kraftwerk, banda alemana, aunque ellos se consideran europeos, alemanes sólo por el pasaporte, quisieron transmitir su visión centroeuropea del futuro. Su importancia abarca desde convertir la electrónica en musica de masas o influenciar los orígenes del rap, los 80 y 90 están llenos de su influjo por todos lados, llegando hasta los sonidos postrock, revival postpunk y de la new wave de hace unos años.
Y asi se presentó esta leyenda viva de la música, con Ralf Hutter, su único componente de la banda original en el museo Guggenheim de Bilbao. De forma exclusiva mostraron toda su obra completa de ocho discos durante ocho días consecutivos en este marco incomparable.
Estamos invitados al cuarto día de la gira, el de su cuarto álbum “The man machine”, el hombre máquina, uno de sus discos más excitantes. Los tres días anteriores ya habían tocado “Autobahn”, “Radio-Activity” y “Trans Euro Express”, asi que nos esperabamos un concierto corto, únicamente con los seis temas que componen este álbum.
Debido a las formas extrañas con el que el arquitecto Gehry ha diseñado el museo Guggenheim de Bilbao, con la a la creación de espacios inútiles aunque sorprendente visualmente, nos parecío que el hall principal no era el mejor lugar para el concierto, incluso el escenario nos pareció pequeño a priori. Pero echando la mirada hacia arriba descubrías el espacio abierto desde donde se ven todas las plantas del museo y todo parecía majestuoso. Este hall irregular donde el escenario parecia como encajado te daba la posibilidad de acercarte bastante, si incluimos también el hecho de que no hubiera vallas ni seguridad podías colocare fácilmente en las primeras filas y estar pegados al escenario. El lugar era más parecido a un club de música electrónica y al que asistieron unas ochocientas personas.
Entre el público había un poco de nervios, no todos los días un grupo legendario tocaba durante ocho dias seguidos en tu ciudad. Había ganas de ver a estos pioneros de la música. Cuatro atriles y una gran pantalla, unas gafas de carton para ver en 3D y los robots del futuro se hacían esperar. Tras nueve minutos de retraso aparecieron, embutidos en su traje de neopreno, inexpresivos. Al verlos entrar la gente silbaban de emoción, aplaudía. Mientras, los cuatro componentes de Kraftwerk se preparaban sobre sus mesas, con Ralf Hutter en el extremo izquierdo. Listos para empezar, se enciende la pantalla y empieza a sonar la música.
Ante nuestra sorpresa comienzan a sonar los temas mas conocidos de todos sus discos. Música del pasado que predijo el hoy y marcó la música de los últimos 40 años. La gente hechizada por los sonidos, no paraba de bailar y disfrutar. Ralf Hutter y sus compañeros como si nada, seguían a lo suyo, sin pestañear, sin aspavientos, como robots hieráticos, sin mostrar sentimientos de felicidad como el que mostraba el público asistente, que gritaba y silbaba sin parar la sucesión de temas.
Fahrn fahrn fahrn in the autobahn… En la gran pantalla a espaldas de la banda un mercedes conducido a través de carreteras alemanas, las gafas 3D hacían meterte en las canciones, pero no siempre, … de pronto un ovni sobrevolaba Bilbao.
Kraftwerk nació en Dusseldorf a finales de los sesenta, Ralf Hutter y Florian Schneider querían desarrollar un concepto de banda musical que al contrario de las que habíe en aquel momento y en las que predominaba la estrella de rock melenudos, rodeado de chicas y siempre puesto de la droga del momento, ellos querían hacer algo diferente y europeo. Para ello desarrollaron conceptos como el orden, el viajar, el hieratismo alemán y una actitud en el escenario totalmente opuesta a los grupos de la época. Quisieron ser independientes y desarrollaron su sonoridad con ruidos creados por máquinas, hechas por hombres-máquinas o robots, hablando desde la seriedad y la realidad de la cotidianeidad. Adelantaron un mundo donde el hombre viviría continuamente pegado al ordenador en “Computer World”, ¿les suena?, activismo medioambiental contra la energía nuclear como en “Radioactivity”, o la no existencia de fronteras al cantar en idiomas como francés, ruso, español o ingles.
En la ribera de la ría donde en los años setenta había máquinas, acero fundido, grúas que trabajaban incesantemente y fabricas que lanzaban humo negro que lo tiznaban todo, nadie se imaginaba que todo aquello se acabaría y que allí se levantaria pegando ya con el siglo XXI una gran mole de formas orgánicas y que sería un gran foco del arte y la cultura. En este edificio que significó el cambio de siglo y del tipo de ciudad que era Bilbao, el grupo alemán Kraftwerk se dispuso a desvelarnos el futuro que ellos imaginaron y en parte vaticinaron, comunión hombre máquina, el humo negro da paso titanio, hace cuarenta años ellos imaginaron el siglo XXI, nuestro presente 2016.
Dentro del museo la música seguía, “The man machine” dió paso a “The model”, así hasta llegar al final con “The robots”. Pero la gente quería más y más y llegamos a los bises, el público encantado. Kraftwerk seguían, ahora remezclando sus temas clásicos y tomando una deriva más tecno, como de club berlinés. El último tema “Music Non Stop”, que no pare la música, siguió sonando durante su depedida. Mientras, Kraftwerk iba abandonando el escenario uno a uno y saludaban a los asistentes. Salvo Fritz Hilpert y Henning Schmitz que se mostraron sonrientes, el resto estaban hieráticos, o casi. Ralf Hutter como un robot, un simple gesto de asentimiento, manos pegadas al cuerpo, pero su mirada asomaba un halo de humanidad, cierta felicidad, contento de haber cumplido con su papel esa noche y en la música occidental de los últimos cuarenta años.