El mar siempre ha parecido nuestro ancestro más silencioso. Da igual cuando o como nos lo encontremos, desde un desierto o un páramo helado, siempre aparecerá ahí detrás. Hemos construido muchas de nuestras ciudades junto a los ríos y sus orillas. Como Ulises, lo hemos cruzado como hombres y hemos vuelto como ancianos. Con Hodgson los mares han sido grises y han soñado con la muerte. Y con Heráclito vemos que la playa es la misma pero el agua está siempre cambiando. Como cultura y como individuos hemos mirado muchas veces el mar.
¿Y cómo músicos? Ahí tenemos a David Cordero y su obra “El Rumor del Oleaje”.
David tiene una trayectoria de músico tan inquieto que me lo imagino silencioso, como un animal en su hábitat de sonidos e instrumentos. Ha sido músculo valvular de Úrsula durante sus 10 años, siendo referente en el panorama nacional del post-rock y el ambient. Y en solitario ha afianzado sus inquietudes musicales tanto en colaboraciones (Hölograma, McEnroe, GAF…), proyectos paralelos (Jacob, con Marco Serrato de Orthodox; y Viento Smith, con Ricardo Lezón de McEnroe, Raúl Pérez de Estudios la Mina, y Nacho García) y compositor de bandas sonoras (“Seis Puntos sombre Emma” y “Orensenz”).
Llega a tal grado la intoxicación musical que es imposible extirpársela. Estos síntomas vistos en otros casos llevan ha David a no solo componer e interpretar, sino a remezclar sus propios temas, producir e incluso hacer de arreglista. Entonces no es raro encontrárselo, como los antiguos filósofos con sus candiles, paseando con una grabadora, callado y moviendo la cabeza, dando con los sonidos que a veces nosotros no encontramos.
Volviendo al tema del mar. Como gaditano, David Cordero, ha tenido el océano delante muchas veces, tanto como las horas de local y de estudio, o los focos del escenario que te separan del público, y ha mapeado las playas de la península, como viajero que también te hace la música, de Conil y San Fernando a Barbate, de Getxo y Mundaka a San Sebastián y Bermeo. Ha tomado el nombre de sus playas y a escuchado la orilla y el agua y a compuesto ya en su cabeza con el mar, con pianos y guitarras, chorus y reverbs, vientos y sintetizadores. Ha cogido la partitura y la ha doblado haciendo un pliegue, para ver lo que tiene de música el ambiente y viceversa.
Los lugares y sus playas son escenarios comunes, pero es indudable el matiz poético personal del autor. La música de David Cordero no es confesora de nada pero fuertemente empática. Invita a la inmersión. (8)
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