Los grandes acontecimientos musicales y culturales acostumbran a valorarse (en su justa medida) años después de haber sido relevantes. La perspectiva que ofrece el paso del tiempo es lo que permite medir su influencia y trazar la huella que han dejado en generaciones posteriores. Esto sucede porque vivimos en una época frenética en la que resulta complicado apreciar la magnitud de las cosas en estricto presente. El pasado caduca antes de hora y el futuro se anticipa sin dar tregua, dejando el presente en un limbo indeterminado. Sin embargo, en ciertas ocasiones sucede todo lo contrario. Aparece una música en un momento y en un lugar concreto, convirtiéndose en la banda sonora irremplazable de aquel contexto histórico. El mejor ejemplo puede que sea el fenómeno del soul en los Estados Unidos en la década de los 60, contribuyendo a alzar puños y conciencias en pleno apogeo del movimiento por los derechos civiles. Y algo parecido sucedió hace unos años, cuando el movimiento #BlackLivesMatter se vio propulsado por la música de genios como Kamasi Washington, Thundercat y Kendrick Lamar. Una nueva era para los sonidos afroamericanos que parten del jazz para adentrarse en el funk espacial, el soul psicodélico y el hip-hop más vanguardista con conciencia social.
Ahora, esta explosión de creatividad sónica surgida en los momentos más tensos del mandato de Trump, recibe por todo lo alto a otro maestro en este arte de pervertir los sonidos tradicionales. Nos referimos a Chris Dave, un batería que ha colaborado con los artistas más importantes del mundo y que ha puesto su groove inimitable en canciones millonarias, pero que sentía la necesidad de grabar un álbum que reflejara su propia manera de vivir la música. El resultado se titula “Chris Dave and the Drumhedz”, un trabajo que rompe todas las fronteras conocidas y nos transporta a un viaje sensorial único. Desde joyas funk como “Black Hole” (con la complicidad de Anderson .Paak), hasta ejercicios de hip hop de la vieja escuela como “Destiny n Stereo” (con la colaboración de Elzhi, Phonte Coleman & Eric Roberson), pasando por arrebatos de jazz futurista como “Whatever”, “Lady Jane” y “Trippy Tipsy”, que demuestran su asombros potencial creativo. Sin duda, este álbum es uno de los acontecimientos musicales del año y no será necesario esperar décadas para valorar en su justa medida su relevancia. Una música que habla del presente y que nos hace bailar como si no hubiera un mañana. ¿Qué más se puede pedir en una época tan convulsa? (10 / 10)