Sala BBK. Bilbao, 12 de febrero de 2016
A estas alturas no creo que nadie dude de que Tomás Moreno, gaditano de Jerez de la Frontera y de nombre artístico Tomasito, es un artista con letras mayúsculas. Heterodoxo casi cantaor, showman inclasificable y lujoso acompañante para cualquier combo de Jazz, Rock o Flamenco sin prejuicios. Y también, una de las figuras más lustrosas de la moderna fusión flamenca (eso que tan malamente se ha intentado denominar flamenquito). En mi opinión -y dejando aparte a un pionero ilustre como Kiko Veneno-, de no haber sido por el descomunal talento de Enrique Morente, hoy se hablaría de él como uno de los más brillantes en este híbrido subgénero, junto a Diego Carrasco, Miguel Poveda e incluso Chano Lobato. Porque él es una de esas poquitas personalidades con capacidad para iluminar la escena de cualquier concierto en el que participa, por muy potentes que sean los músicos con los que colabore.
Así que no importa si el cartel indica que la estrella de la noche es Carles Benavent, si viene rodeado de “mi familia, los Rogers” –como él mismo presentó a Roger Blavia (baterista) y Roger Mas (piano y teclas)-, o llegue arropado por uno de los mejores armonicistas del país, Antonio Serrano. Un todoterreno que ha colaborado con gente del nivel de Toots Thielemans, Larry Adler, Jerry González, Paquito D’Rivera o Paco De Lucía. De hecho, tras el arranque inicial del concierto -en el que los tres primeros llenaron de calidad el espacio-, la salida a escena de Serrano –primero- y luego Tomasito, subieron las pulsaciones del público y de sus compañeros de tarima. Con su arte de gran palmero, su aje de corte humilde, su imborrable sonrisa, su imbatible buen rollo… y con su baile libre, descarado, fuerte, insobornable…
¿Quién puede olvidar aquel extraño y excitante duelo de baile flamenco y claqué en el festival de jazz Vitoria-Gasteiz de 2009? Cuando embarcado en el cuarteto de Chano Domínguez y compartiendo escenario con la Big Band de Wynton Marsalis, un inspirado Tomasito casi dio lecciones de compás a Jared Grimes, todo un virtuoso acróbata del tap-dancing. Memorable la colección de expresiones de sorpresa y admiración que provocó en Marsalis, que parecía no dar crédito a lo que veían sus ojos.
Y al loro, que estamos hablando, nada más y nada menos, que del señor Carles Benavent. Probablemente, uno de los bajistas de jazz más personales que existen. Un tipo cuyo estilo a la guitarra baja ya destacaba de crío, a finales de los sesenta, con el grupo de Jazz-Blues-Rock, Crac. Apenas un par de años después pasa a formar parte de los sorprendentes Máquina! (cuya única grabación, en directo, sigue siendo un disco muy cotizado en las ferias de coleccionismo). Pero su despegue total llega a partir de la unión con Joan Albert Amargós o Salvador Font, en los míticos Música Urbana. Y sobre todo, a partir de formar trío con Salvador Niebla y el gran Max Sunyer. Con este cortito pero espléndido currículum, no es extraño que el maestro de la guitarra flamenca, Paco De Lucía, se fijara en él y le fichara allá por 1980, para dar bases -durante veinte años- a su legendario sexteto de fusión. Ese que convirtió a De Lucía en el más internacional de los músicos de aquí, dando como resultado una de las apuestas de fusión más admiradas por el mundo jazzístico.
Y es que Benavent era un catalán que fue capaz de convencer y emocionar a gitanos y payos de cualquier rincón de Andalucía. Por su aporte en la grabación de “La Leyenda del Tiempo”, de Camarón de la Isla. Por sus espectaculares grabaciones aflamencadas con Nuevos Medios, de la mano de Ricardo Pachón. Por acercar un poco más a tierras sureñas, a monstruos como Chick Corea, Quincy Jones o Miles Davis. Por su impagable combo Flamenco Jazz All-Stars, junto a gente de la talla de Jorge Pardo, El Bola o Tino Di Geraldo… De algún modo, se podría decir que Benavent invirtió el tradicional flujo migratorio Andalucía-Cataluña: Si lo habitual era que los primeros buscaran la tierra de los segundos para mejorar su vida, Carles hizo el camino a la inversa para hacer crecer su música.
En definitiva, un grande que solo sabe rodearse de grandes para hacer gran música. Como demostró en la sala BBK, donde hizo homenajes a algunos de sus músicos favoritos y repasó su último trabajo de estudio, “Un, Dos, Tres…” (2011). De éste interpretó “Bailas?” -con un soberbio Roger Mas-, o “Scenes d’enfants (Jeunes Filles Au Jardín), en recuerdo de Frederic Mompou y a ritmo de Soleá -a quien reivindicó como “un músico poco reconocido a pesar de tener un repertorio de preciosas canciones”-. También presentó “Tirititrán catalán”, una suerte de Alegrías mestiza, que debe su título a ese megaconocido farfulleo atribuido al gaditano Ignacio Ezpeleta.
Pero antes había roto el silencio con “Bluestorius” un soberbio homenaje al genio, Jaco Pastorius. Y en la parte central del concierto cedió el mando a Antonio Serrano “que toca la armónica para morirse” en una guapísima reinterpretación de “De Perdidos Al Río” (incluida en su elepé de 1995, “Agüita Que Corre“). Para continuar con dos versiones de Paco; “Alcázar de Sevilla” y “Zyryab”; en las que se hizo aún más evidente la estelar capacidad de Tomasito para improvisar al baile y rapeos robótico-azalvajaos. Levantando a un público –pelín rígido- en calientes aplausos y algún ole. Y del que Benavent, con una sonrisa de oreja a oreja, no pudo evitar dos comentarios. Uno, por lo bajini, irreproducible. El otro, a todo micro: “Qué alegría que entra con éste, ¿eh?”.
Todo ello comprimido en algo más de una hora de bolo con bastantes muestras de improvisación, territorio perfecto para el lucimiento de Tomás. Tras lo cual volvieron a salir a escena para un bis programado, atacando una versión de “Don” (homenaje a Don Alias) bien distinta a la que abre el disco “Un, Dos, Tres…” y con un Roger Blavia especialmente juguetón. Pero el personal, inconforme, jaleaba pidiendo más. Finalmente, un forzado segundo bis sí que fue capaz de aplacar un poco los deseos del público. A la salida escucho una queja refranera sobre la duración del concierto: “¿Lo bueno, si breve, dos veces bueno? Pues hoy media hora más hubiera sido tres veces bueno”.
Es cierto que pudieron alargarse algo más pero, mucho o poco, siempre es un placer el poder disfrutar de un quinteto de all-stars como éste. Algo más tarde y con cerveza por medio, un amigo -que de esto entiende un rato- y yo, especulábamos sobre cuál era la última canción de la noche… Sin conclusiones claras. El apuesta a que es un tema del repertorio grabado junto a Chick Corea… Pero no estamos seguros. Ya en casa, no paro de escudriñar su último trabajo, con la duda de que pueda ser una versión más que libre de “Novembre”. Tampoco lo veo claro, habría que preguntar a Carles.