Si no te gusta la psicodelia, olvídate de Phil Guy. Algunas de sus ilustraciones, por muy monstruosas que puedan parecernos, son acogidas con mucho éxito porque activan nuestro lado más canalla y picaresco. Sus diseños no pretenden, a simple vista, agradarnos, sino más bien producir en nosotros un atropello mental. Lo que quiero decir con esto es que sus ilustraciones representan la realidad al estilo de las caricaturas. Todas ellas tienen un componente común: la exageración de gesto y de forma.
Según nos cuenta, gracias a la combinación de la ilustración con fuentes tipográficas muy concretas, construye figuras “semi-nostálgicas” de gran impacto comercial: “Intento dejar mi ego a un lado cuando me hacen un encargo, pero eso no me impide sentirme satisfecho con todos mis trabajos. El resto del tiempo trabajo en mi producción personal”.
Algunas ilustraciones de su web recuerdan a los típicos parches que nos ponían nuestras madres en las rodillas y en las ingles cuando se nos rompía el chándal del colegio, allá por los años noventa. Después, en los primeros albores del dos mil, volverían a aparecer como pegatinas de regalo en los dulces de nuestras meriendas.
Se despierta temprano para trabajar de forma rigurosa, ya que la mayor parte de su producción creativa la dedica a encargos. Nos reconoce que una de las cosas que más lo han impulsado como artista es compenetrarse con aquello que le piden, manteniendo siempre un contacto íntimo y personal con cada uno de sus clientes —dentro de la medida de lo posible, claro—.
Lo que lo inspira, precisamente, es el respeto que siente por su trabajo. “Me siento una persona privilegiada por poder dedicarme a lo que verdaderamente me gusta. La mayoría de las personas no pueden opinar lo mismo al respecto”.
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