La fotografía de naturaleza ha sido una especialidad fotográfica bastante reciente. Bien es cierto que desde hace mucho tiempo hemos visto lo que se consideraban “vistas” que normalmente eran espacios singulares como el cañón del Colorado, los Alpes o alguna cosa de este tipo muy espectacular no pero no tenía en cuenta el concepto de naturaleza en sí mismo. Pero algunas revistas comenzaron con cierta inquietud en este sentido y particularmente la revista de National Geographic dio los primeros pasos con reportaje de lugares singulares y evidentemente ahí ya digamos la naturaleza empezó a tener un papel relevante por sí misma.
Las cuevas como no podían ser menos también fueron objeto de curiosidad fotográfica. De hecho el libro de Chris Howers “The Photograph Darkness” (1989) reproduce una vista estereoscópica de la cueva de Grindelwold en Suiza y firmada por Adolphe Braun en 1860.
Una de esas cuevas fue lógicamente la gruta de Artá, de las primeras en ser abiertas al turismo en Europa y de la que ya en 1903 había publicada alguna foto, en formato postal, de la mano de José Tous, periodista y editor de Palma.
Con la invención de la cámara tipo “leica”, formato de 35mm, se popularizó el uso de cámaras de mano y en los años 60 y 70 era frecuente ver a los espeleólogos con sus cámaras en el interior de las cuevas.
Y un segundo empuje vino con la fotografía digital dónde las cámaras resolvían con una mayor sensibilidad, los equipos son más pequeños y ligeros y sobre todo la iluminación ha mejorado mucho con flashes más livianos, iluminación leed y la irrupción de tecnología inalámbrica para la interconexión necesaria de todo este complejo aparataje.
Paco Hoyos (en la foto de arriba) pertenece a esta última generación de fotógrafos apasionados con la naturaleza en general, como ya ha mostrado en otros tipos de trabajos, y que aprovechando su pasión espeleológica y las ventajas de los nuevos equipos digitales, ha emprendido una especie de cruzada para fotografiar el mayor número de cavidades posible y además hacerlo de una manera abnegada, sistemática y continua. Aunque el escenario de este espeleólogo es “el mundo” tiene una extensa producción en cuevas de Andalucía y Cantabria pero también de Burgos, Valencia y otras provincias. A la vista está que los resultados son extraordinarios. Pero además tiene el valor añadido de esta nueva forma de iluminar que nos muestra las cuevas de grandes proporciones que hasta ahora eran imposibles de abarcar. Una especialidad que hasta ahora no se había podido disfrutar completamente y que el eleva a la categoría de cotidiano.
Para abordar este tipo de trabajos se necesitan cámaras de calidad, equipos de iluminación abundante, trípodes y accesorios de distinto tipo o sea que al final un gran despliegue de medios técnicos hace falta y por tanto el fotógrafo es además el líder de un equipo de varias personas que trabajan al unísono para poder conseguir estas imágenes tan espectaculares. Y además a él le gusta que así lo contemos. Para la fotografía de cuevas hacen falta esas tres cosas: muy buena luz, un gran equipo humano y una enorme paciencia. Las otras dotes que deben adornar a un buen fotógrafo ya las hemos dado por supuestas.