Cuando tu obra se convierte en tu idioma.
Jimena Merino es una joven diseñadora madrileña la cual confiesa que su vocación artística fue tardía lo cual, paradójicamente, se me antoja bastante original a estas alturas de la película ya que, casi todos los artistas con los que hablo últimamente, parece ser que lo eran ya incluso encontrándose aún dentro del útero materno: ‘Me gustaría decir que tuve dotes artísticas desde pequeña pero la verdad es que fue una vocación tardía. Cuando me empezó a interesar no me planteé convertirlo en mi profesión, y después de pasar unos años estudiando Nutrición Humana y Dietética decidí dejarlo y estudié Diseño de Interiores en el Istituto Europeo Di Design. Durante la carrera empecé a interesarme por el diseño gráfico, el collage y el fotomontaje y descubrí mi pasión’. A Jimena, como a casi todos los artistas, le incomoda un poco que la pongan en la tesitura de tener que definir su propia obra. En el fondo, los artistas suelen emplear su trabajo como vehículo de expresión, así que no deja de ser un poco contradictorio tener que explicar o traducir a posteriori algo que ya es un lenguaje en sí mismo: ‘¡Que difícil! No lo sé, últimamente varias personas me han dicho que tengo un estilo muy definido y me ha sorprendido. Creo que mis obras siempre tienen un punto de melancolía, y en ocasiones se mezcla la violencia con la delicadeza. Esto me interesa mucho y me gusta jugar a los contrastes’.
En cuanto a los objetivos que se propone alcanzar por medio de su trabajo, Jimena distingue entre las obras que nacen de un encargo y aquellas que gesta por iniciativa propia. Insiste en que su lenguaje es eminentemente visual y otro dato que me parece destacable es que Jimena continúa creyendo en el arte como herramienta capaz de influir sobre el entorno, al menos sobre el más cercano: ‘Me expreso mejor con imágenes que con palabras y en cierto modo se ha convertido en mi forma de comunicarme. Creo que el arte puede influir en las personas individualmente. Creo que ahora vivimos en un mundo de pequeños colectivos y los cambios se pueden producir ahí. De ahí a cambiar el mundo, ojalá’.
No es infrecuente que a los artistas les hagan encargos extraños o cuanto menos un poco extravagantes. Jimena celebra sobre todo el que ciertos encargos le permitan divertirse con su trabajo: ‘No sé si es el más extravagante pero sí el más divertido. Estoy haciendo la imagen, gráfica y página web de una productora que acaba de nacer, VERMUT. Tengo (casi) libertad total y ¡me lo estoy pasando pipa!’
Vivir en Madrid puede parecer la panacea para cualquier artista. Se trata de la capital donde aparentemente se cuece todo y donde, al menos en teoría, se encuetran las verdaderas oportunidades. Nos interesaba por tanto que Jimena, como artista nacida en Madrid y que vive allí, nos diese su visión al respecto: ‘Lo mejor de Madrid es que siempre hay algo que ver, algo que hacer o un concierto al que quieres ir. Aunque es una ciudad grande, cada barrio está conformado como si fuera un pequeño pueblo con su propia identidad y esto hace que sea más acogedora que otras grandes ciudades. Lo malo es que, con la crisis, la gente se está marchando’.
Las fuentes de inspiración de la artista madrileña son dispares: me atrevería a decir que todo el día, esté donde esté, está recibiendo un bombardeo de pequeños estímulos que ella tiene la capacidad y la sensibilidad de convertir en algo útil de cara a la gestación de sus obras. Pero por otra parte, por mucho que el arte nos obsesione a algunos, vivir de él resulta cuanto menos complicado y más en los tiempos que corren. Jimena, al menos de momento, tiene que repartir su tiempo entre varias actividades: ‘Hago trabajos de diseño gráfico, maquetación, artes finales. La motivación puede surgir de muchas cosas. En mi caso suele venir de algo que he leído, una historia que me han contado, del último grupo de música que estoy escuchando o de un mal día. ¡Y guardo imágenes de forma compulsiva! Siempre, SIEMPRE estoy buscando’.
Situados en este punto, nos interesaba saber si Jimena es una de esas artistas maniáticas que rodea su trabajo de un sinfín de rituales o, si por el contrario, su rutina es más bien convencional y nada extravagante: ‘Intento tener una rutina diurna, levantarme pronto y aprovechar la luz. No me gusta trabajar de noche, pero mis mejores trabajos han sido siempre fruto de la madrugada. Y la música es obligatoria’.
Más arriba dijimos que Jimena sigue confiando en el poder del arte para influir sobre el mundo circundante. Siguiendo con esta reflexión añade: ‘Hay que ponerlo todo patas arriba. Cuestionarnos a nosotros mismos, nuestros valores y nuestras acciones mucho más. Antes pensaba ‘hasta aquí todo va bien’, como en la peli El Odio, y ése es un pensamiento conformista que nos ha llevado a esta situación de punto muerto. Ahora pienso que quiero estar mejor que ahora, y es ese pensamiento el que me hace tirar para adelante, esa voluntad de cambio radical’.
Últimamente Jimena está experimentando con el Gif y el collage, algo así como un giflage. Le parece muy interesante probar y aprender nuevas técnicas. Según nos confiesa quiere aventurarse en campos que no tengan nada que ver con el suyo. Esta inquietud la llevará en breve a hacer unos pinitos en el cine, y eso no es todo: ‘Estoy aprendiendo a hacer fotograbados y otras técnicas de estampación. ¡Y no estaría de más aprender a cocinar!’ Y, por si fuera poco, recientemente esta joven inquieta ha participado en el Pop Up organizado por I Love You Marsha en el que colaboró exponiendo y vendiendo algunas de sus obras que tuvieron una inmejorable acogida. Pero Jimena se reserva otro as debajo de la manga: ‘Además estoy empezando un proyecto que me hace mucha ilusión con mi amiga y diseñadora Sandra Cabello. Se trata de un proyecto multidisciplinar que conjugará el diseño con el arte y la instalación: con una barca y ‘la deriva’ como protagonista…’.
En fin, estamos ante la obra de una artista polifacética y comprometida con su tiempo. A mí, personalmente, me ha motivado oírla hablar acerca de su trabajo. Y creo que, si nos motivamos unos a otros, si nos servimos recíprocamente de inspiración, tal vez consigamos que vuelva a cobrar fuerza esa función del arte en la que seguimos creyendo algunos pocos románticos: me refiero al arte como motor del cambio o como herramienta cuasi-revolucionaria aunque sea en un plano eminentemente cotidiando o doméstico, que no es poco.
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