Claudia nació en Alemania, pero creció en Etiopía. En su familia no había ningún rastro de arte, ni de artistas, pero según nos cuenta, desde pequeña supo que quería dedicarse a la pintura. Comenzó a pintar graffiti cuando tenía dieciséis años, llegando a rechazar años después una beca como directora de arte en Londres para mudarse a Alemania a dar el salto artístico.
Los elementos artísticos que utiliza proceden del graffiti, que ha convertido poco a poco en un elemento de mayor trascendencia estética o visual. Al principio firmaba las paredes con su nombre, pero con el paso del tiempo decidió adentrarse en el mundo abstracto del arte, empleando técnicas con aerosoles que ha venido perfeccionando durante diez años. Según nos cuenta:“Actualmente estoy colaborando con la fotógrafa de arte Kiki Kausch de Berlín. Comenzamos a trabajar juntas el año pasado y queremos continuar este año. Básicamente estoy haciendo una interpretación abstracta de sus fotos. Es todo un reto y una gran nueva inspiración”. Asimismo, también está trabajando en la construcción de murales y en sus próximas dos exposiciones individuales. Una de sus mayores dificultades son las que tienen que ver con encontrarse a sí misma. Para Claudia no ha sido una labor sencilla, pero ahora que sabe lo que quiere hacer y ha creado su propio sello se siente satisfecha y feliz -dentro de lo posible-.
Cuando le preguntamos cuáles son sus fuentes de inspiración, nos contesta: “Creo que lo más importante es alejarse de las zonas de confort. Tan pronto como lo hagamos, nuestro cerebro nos aportará nuevas ideas. A menudo viajo y tengo que adaptarme a nuevos entornos y personas”. Alejarse de la zona de confort le supone un reto porque no es otra cosa más que una forma de saltar al vacío, a un mundo nuevo que es incierto. Todos estamos a gusto en casa viendo cómo el tiempo pasa. Lo que quiere decir Claudia con esta declaración es que la creación es dinámica y por ello requiere de un movimiento prácticamente incesante.
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