Detrás de The Pueblo Project encontramos a Sandra y a Helga, una española y una islandesa que se conocieron estudiando Diseño de Producto en el IED de Madrid. La conexión fue instantánea e hicieron un viaje juntas en el que ya especularon con la idea de dedicarse a reformar casas en un futuro. Como tantos otros proyectos, The Pueblo Project terminó de fraguarse durante la pandemia, que sirvió a ambas amigas para replantearse qué querían hacer con sus vidas a partir de esa especie de tiempo muerto que les había dado el mundo. Y nació un proyecto que, partiendo de la premisa de que ciertas casas deben ser salvadas, termina trascendiendo el interiorismo y la arquitectura, para tratar de preservar y fomentar un estilo de vida respetuoso con el entorno, en el que se entiende que una casa está inserta en un contexto mucho mayor y que, cualquier intervención en la misma, debe hacerse desde el respeto al contexto, su historia, y hacia las personas que integran la comunidad. En muy poco tiempo, se han ganado el respeto de todos, y su primera aventura, por lo que tiene de autenticidad y frescura, ha tenido un seguimiento enorme en las redes. Hemos tenido ocasión de charlar con Sandra que, con esta entrevista, nos abre la puerta del proyecto que comparte con Helga.
¿Qué es The Pueblo Project? ¿Cómo surgió?
Una aventura que surgió en la incertidumbre del confinamiento, a raíz de preguntarnos qué es lo que siempre nos había llamado la atención y lo que nos gustaría hacer con nuestras vidas si pudiéramos mandar la estabilidad (que igualmente no teníamos en ese momento) a tomar viento.
Contadme un poco acerca de vuestra primera aventura rehabilitando una casa en El Borge.
El objetivo era siempre “salvar casas”, evitar que nuestro patrimonio se venga abajo. Pero también huir de esa mirada nostálgica al pasado, integrando elementos existentes con un uso moderno del espacio. Una vivienda que potencie la relación entre los que la habitan y que a la vez parezca “que ha estado siempre ahí”. Por otra parte, nos interesaba mucho involucrarnos en todas las partes del proceso, implicarnos en todo lo que estuviese a nuestro alcance, desde el diseño del espacio, hasta emplear directamente las herramientas, mancharnos las manos, por así decirlo, para acabar sintiendo que la criatura era más nuestra. En cualquier caso, queremos resaltar que el papel de los arquitectos ha sido fundamental para el resultado final. Hemos trabajado con los amigos del estudio arquitectónico O-SH que, en todo momento, supieron entendernos y nos han ayudado a materializar lo que teníamos en nuestra mente, además de aportar ideas. Se han implicado a todos los niveles. En general, hemos tenido mucha suerte con toda la gente con la que hemos trabajado.
¿Qué ventajas tiene rehabilitar sobre echar abajo una construcción y empezar de nuevo? ¿Por qué es importante respetar lo hecho a nivel de materiales, diseño, etcétera?
Mientras estábamos trabajando en la fachada, los vecinos pasaban y nos decían “¡niña, tira eso p’abajo!”. En general la reforma no se ve como una decisión racional, ya que es un proceso costoso y la obra nueva permite aprovechar más el espacio. Pero luego muchos acaban con casas enormes y vacías, necesitadas de mantenimiento continuo y con plantas a las que nunca le dan uso. Esperamos que nuestro proyecto motive a más gente de la zona a valorar esa manera orgánica de crecer de las casas, que se modificaban a medida que se sumaban miembros a la familia y que, gracias a la sabiduría popular, se sigan viendo esas paredes de piedra encaladas de 60 centímetros, como la manera más eficiente de mantener una casa fresca, sin humedad o bacterias. La rehabilitación es, además necesaria para crear espacios únicos y permitir que pasear por un pueblo de la Axarquía siga siendo una experiencia que sorprende y conecta con los vecinos y sus puertas abiertas.
¿Cuál es la sensación una vez salvada la primera casa?
La sensación es que, al estar participando activamente en la obra y en contacto constante con todos los oficios y gente del pueblo, hemos creado una familia. Además, al haber compartido todo el proceso en redes, esa familia se ha extendido hasta el punto en que, el día de la inauguración, acabamos brindando con cientos de personas.
¿Qué va a pasar con ella?
La casa se alquilará para permitirnos reformar nuestro segundo proyecto: una casita de campo con paseros tradicionales al otro lado del río. Además, servirá como showroom de lo que nos gustaría que fuesen nuestros futuros proyectos.
¿Podríamos saber algo más acerca de vuestras identidades e historias personales?
Helga Joseps, 40 y Sandra Cabello, 39. Nos conocimos en Madrid estudiando diseño de producto y viajamos juntas fijándonos en casas con encanto y soñando con reformarlas y darle una nueva vida. El confinamiento nos volvió a unir y, ya en Málaga, comenzamos a hacer pequeñas escapadas a pueblos a una hora de distancia máxima… hasta que llegamos al Borge y nos enamoramos del pueblo y de la gente. Ambas tenemos experiencia previa como interioristas, pero Helga reformó con sus propias manos su casa en Islandia cuando tenía apenas 20 años. Ya estaba familiarizada con materiales y procesos propios de una obra, pero, claro, no con la construcción y acabado de casas de más de cien años en Andalucía… Ha sido todo un reto y mucho proceso de prueba y error, sobre todo con materiales tan antiguos como la cal, para lo que hemos recurrido a la sabiduría popular de los mayores del pueblo. ¡Frustrante y emocionante a partes iguales!
¿Cómo se os ocurrió empezar a hacer una cuenta de IG para mostrar vuestras reformas? ¿Qué objetivo perseguíais?
Visibilidad, obviamente, pero también animarnos en el proceso rodeándonos de gente apasionada por el mismo fin que nosotras: salvar casas con esencia que de otro modo acabarían por tirarse abajo.
La acogida en las redes ha sido muy buena, ¿a qué lo achacáis principalmente?
Nos han sorprendido, sobre todo, los mensajes de admiración y ánimo durante el proceso que, en el momento de celebrar el fin de nuestro primer proyecto, se tradujo en poder conocer físicamente a muchos de nuestros seguidores. Verles entrar a la casa y hablar de detalles a su familia y amigos, manifestando que habían seguido muy de cerca las historias que compartimos. Fue sobrecogedor sentirnos rodeadas de tanta gente unida por esa misma sensibilidad. Ese contacto a través de Instagram nos ha permitido, asimismo, preguntar directamente a los seguidores acerca de materiales y descubierto proveedores y marcas que no conocíamos. Nos ha abierto la posibilidad de diálogo acerca de la problemática de la destrucción del patrimonio en los pueblos, animándonos a abrir otra vía de acción como fue organizar jornadas de puertas abiertas de casas por reformar que estaban a la venta en el mismo pueblo, iniciativa que vamos a continuar en otros.
¿Qué creéis que hace que la gente tenga tantas ganas de seguir cuentas como la vuestra?
Creemos que construir tu propio espacio es algo innato al ser humano. Elegir dónde y cómo uno quiere vivir, qué experiencias busca tener en él. Y, aunque uno pueda contratar ese servicio, es importante conocer el proceso para tomar la decisión correcta para ti.
¿Replicáis alguna forma de hacer las cosas de otras cuentas si veis que funcionan, o vais ‘por libre’?
La verdad es que, al menos cuando comenzamos, la mayoría de las cuentas de reformas mostraban imágenes profesionales de espacios inmaculados, algunas del antes y el después. Nosotras no somos fotógrafas, es algo obvio, pero sí queríamos compartir aquello que nos llama la atención, la personalidad bella e imperfecta de los pueblos, lo que nos hace soltar una carcajada… Y creemos que eso es parte de lo que ha conectado con la gente, esas imágenes menos pulidas, más espontáneas.
De todos vuestros contenidos, ¿cuál diríais que funciona mejor? ¿Por qué creéis que es?
Nos llegan muchas reacciones a historias que colgamos acerca del pueblo y la vida en él. Se siente la necesidad de conexión con la naturaleza y un ritmo de vida más lento y conectado con otros.