A Norton Wisdom le gusta definirse como un activista en contra de la guerra antes que artista. Seguramente esto se debe a las experiencias que vivió trabajando de socorrista en las playas de California en la década de los 60, cuando la oposición al conflicto bélico en Vietnam y el movimiento por los derechos civiles formaban parte del día a día de cualquier joven con inquietudes sociales y culturales. Su pasión por el surf y los viajes alrededor del mundo contribuyeron a crear su estilo único de pintura abstracta, aunque fue con la llegada del punk a finales de los años 70 que descubrió la magia de interactuar con las bandas en directo. Entonces su carrera dio un giro inesperado y se convirtió en uno de los artistas más emblemáticos de las performance musicales en los Estados Unidos, colaborando estrechamente con músicos de la talla de Nels Cline (Wilco), Bernard Fowler, Ivan Neville, Banyan, National Bamboo Orchestra of Bali, Beck, Big Black, Daniel Lanois, Flea, Dave Navarro y Marc Ford. Estas obras improvisadas surgen del carpe diem del momento que se vive encima del escenario, muchas veces a partir de imágenes politizadas y de alto contenido sexual que juegan con una paleta de colores y de formas completamente vanguardistas. Actualmente, Norton Wisdom forma parte del colectivo California Locos, con el objetivo de reivindicar una escena artística que surgió hace cinco décadas gracias al rock n’ roll, al diseño de carteles, al surf, al skate, al grafiti, a las performance y al collage en la Costa Oeste. Evidentemente, la sociedad cambió al compás de esa imagen rebelde y contracultural, pero su influencia todavía se hace notar en las calles de cualquier ciudad alrededor del mundo. Aprovechando la inauguración de la nueva exposición que este grupo de artistas organiza en Venice Beach, hemos tenido la oportunidad de hablar con Norton Wisdom para conocer los entresijos de su carrera, su visión del arte y la realidad que vive Los Ángeles en un momento de cambio decisivo.
Te propongo remontarnos a los inicios de esta asombrosa historia. ¿Cómo fue crecer en la ciudad de Los Ángeles en los años 50?
Todo lo que viví en aquel período cimentó mi camino hacia el arte en la década siguiente. Y entonces ya no había punto de retorno. Fue una época maravillosa para ser un crío en Los Ángeles porque todo el mundo se desmadró. Recuerdo que viví en barcos y muy cerca de la playa, algo que me descubrió el potencial que tienen los seres humanos a través de diversas experiencias. Además, mi padre era el dueño de un gran club nocturno a finales de los años 50 que estaba orientado a los adolescentes y al rock n’ roll, así que yo me encontraba en medio de ese cambio generacional.
Por curiosidad, ¿cuándo descubriste tu pasión por el arte?
Mi padre también era un artista asombroso y le encantaba contar historias, por este motivo siempre tuve presente el concepto de la estética y me movía en ese ambiente creativo. Cuando iba a la guardería, participé en una competición con otro niño para ver quién era mejor artista… yo hice una especie de forma arquitectónica increíble y mi oponente dibujó el típico barco infantil con forma de triangulo. Mi obra tenía mucho más detalle, pero la profesora votó que el otro dibujo era mejor. Después me di cuenta de que la ella intentaba decirme que sería muy complicado entrar en el mundo del arte porque, obviamente, mi obra era la mejor y que debería ser más duro para sobrevivir en aquella escena. Yo decidí apostar por eso, continué hacia delante y nunca miré atrás. Los críticos de arte, los denominados capitanes de la cultura, son como una jauría de lobos y nosotros los artistas debemos aprender a correr con ellos. Supongo que esta idea es una de las bases de mi concepción del arte.
Entonces decidiste matricularte en el Chouinard Art Institute, uno de los epicentros de la cultura alternativa de la Costa Oeste en la década de los 60…
Entré en esa escuela cuando tenía 14 años, iba en horario nocturno y tuve la oportunidad de visitar los estudios de muchos profesores. La mayoría eran iconos de la escena artística de California, casi como pintores beatniks, pero esa zona de los Estados Unidos todavía no había dado el gran salto internacional. También frecuenté mucho los clubes de Venice, donde los músicos tocaban jazz y los artistas iban para reunirse en su propio ambiente. Entonces no había barreras entre las distintas disciplinas. Recuerdo que en mi primer día de clase invitaron a una modelo enorme para dibujarla, pero a mi edad nunca había visto nada como eso. Pasé media hora mirando a esa mujer desnuda sin abrir el estuche de lápices. Cuando me decidí a dibujar algo, entró un tío con jersey de lana y chanclas y nos dijo: “Quiero que todos cojáis vuestras cosas y os vayáis a casa”. Después me hice muy amigo de un artista llamado Lly Foulkes y hemos colaborado muchas veces porque también es músico y engloba todo lo que creo que un artista de verdad debe representar en términos de moral.
Tengo entendido que en 1966 empezaste a trabajar de socorrista en las playas de Malibú y de Topanga. ¿Crees que aquella experiencia condicionó de alguna manera tu visión artística?
Trabajé como socorrista desde 1966 hasta el 2000, sobre todo en Topanga Beach y en Surfrider Beach, dos de las playas más populares entre los amantes del surf a nivel mundial. Tener ese trabajo en Malibú fue como un gran narcótico… un artista debe ir a Nueva York para tener una carrera de verdad, pero experimentar el estilo de vida de los socorristas fue mucho más importante que convertirme en un artista famoso. Ésa fue la decisión que tomé. Tuve la oportunidad de practicar surf mientras trabajaba y, durante 30 años, tuve una casa en The Ranch, un lugar con una playa privada a las afueras de Santa Barbara que tiene una de las mejores olas del mundo. Así que el surf se convirtió en una parte muy importante de mi vida.
¿Sería acertado afirmar que tu afición por el surf tuvo una gran influencia en tu obra?
¡Muchísimo! Mi propiedad en The Ranch y mi trabajo en Topanga Beach me enseñaron que lo importante no es hacerte famoso, sino disfrutar de las experiencias personales. Cuando comprabas una casa en The Ranch, había una norma que decía que no se podían tomar fotos de las olas para que nadie supiera lo buenas que eran. Por este motivo, la experiencia de practicar surf en esa playa tenía que ser algo personal y solamente para uno mismo. Eso es un reflejo del estilo de vida que elegí entonces y que marcó definitivamente mi visión del arte. Mis pinturas abstractas de gran formato surgen de mi afición a mirar cada día la línea del horizonte en la playa siendo socorrista. Ese lugar donde el océano se encuentra con el cielo tiene mucho poder y fue una gran influencia. A finales de los años 70 descubrí que dibujar un simple trapezoide era suficientemente potente para inspirarme. Ser socorrista es como lo que decía Buda sobre que el propósito vital debe consistir en servir a la humanidad.
guitarra de Wilco
¿Qué puedes contarnos sobre el viaje que hiciste a Alemania a principios de la década de los 80 y que se ha convertido en una leyenda dentro de los círculos artísticos?
En 1981 viajé a Múnich para una exposición y, en aquella época, Reagan estaba dispuesto a utilizar armas nucleares contra los rusos en caso de que hubiera un conflicto bélico en Europa. Los europeos estaban completamente asustados porque sabían que Reagan era un loco y entonces organizaron grandes manifestaciones. Resulta que yo estaba cenando después de la inauguración con un amigo escultor y otro cineasta… y decidimos que no podíamos seguir estando al margen durante ese momento de reivindicación. Tuvimos la idea de ir a Berlín para que yo pintara en el muro y para que mi amigo hiciera un video con el objetivo de emitirlo en la televisión por cable. Éste era el plan, pero todo se convirtió en una pesadilla y en una gran discusión. Esa noche, después de la exposición, hice un mural, luego huí durante cinco horas y tuve una epifanía en la que veía claro que debía hacer lo que mejor sabía en la Capilla Sixtina. ¿Qué significaba eso? Soy un pintor abstracto y la Capilla Sixtina simbolizaba, en tiempos de Miguel Ángel, la división entre el mundo pagano y el mundo cristiano. En aquel momento me di cuenta de que esa epifanía era realmente el Muro de Berlín, entonces la frontera entre la libertad y la autoridad esclavista. Así que decidí hacerlo por mi cuenta. Fui a Berlín el día siguiente y descubrí que en aquellos días no se podía pintar en el muro. Sin embargo, me escabullí a una sección de Berlín del este y por las noches pinté un mural de 150 metros de largo. Tuve que pasar allí tres días escondido antes de volver a Berlín oeste porque había policía armada con ametralladoras al otro lado. Cuando terminé, volví a saltar el muro, me arrestaron los del oeste y pasaron 4 años hasta que pude regresar a Alemania. A mediados de los 80 volví a Berlín del este para hacer una performance con unos estudiantes y me detuvo la policía del este. Me di cuenta de que no había tanta diferencia entre los del este y los del oeste… puede que los del este fueran un poco más amables, pero tampoco tanto en comparación con el recibimiento que me dieron en el oeste.
Después de ese viaje tan caótico, tomaste la decisión de dar un giro radical a tu carrera…
Cuando regresé a Los Ángeles en 1981 pensé que era absurdo volver a encerrarme en el estudio para pintar cuadros abstractos mientras el mundo estaba sumido en el caos. En aquella época, muchos músicos pasaban por mi estudio y decidimos formar una banda llamada Panic. Ellos tocaban, yo pintaba y se convirtió en uno de los proyectos más asombrosos en los que he estado involucrado. Actuamos juntos desde 1981 hasta 1986 en todos los clubes de punk de Los Ángeles y hay mucho material de aquella época colgado en Youtube.
Visto en perspectiva, ¿cómo definirías la importancia cultural del punk en aquel momento de cambio?
El punk salvó a la música. Antes del punk sólo triunfaba el fenómeno disco, lo más sobre-producido que podías escuchar y que estaba alejando la música de los músicos para acercarla a los productores. A pesar de que he acabado disfrutando con este género, el punk se reveló en su contra, dejando claro que la música tenía que basarse en las emociones y que el talento era algo secundario. Los virtuosos o los que soñaban con la fama no tenían cabida en la escena punk, solamente los que creían en la expresión más cruda del arte. Y eso tuvo mucha importancia en mi carrera.
Una de las bandas con las que más has colaborado ha sido Banyan, liderada por Stephen Perkins (batería de Jane’s Addiction) y el popular bajista Mike Watt…
Conocí a esta banda gracias a un caballero llamado Nels Cline, con quien he hecho performances desde principios de los años 90 y que forma parte de Wilco. Entonces también era miembro de Banyan y acabé colaborando con el grupo durante 10 años. Banyan hace tiempo que ha dejado de actuar, pero yo continúo saliendo de gira con Nels porque tenemos un proyecto llamado Stained Radiance con el que estoy haciendo mis obras más interesantes. Nels es uno de los guitarristas más importantes del mundo dentro del jazz y me siento muy honrado de colaborar con él. También salgo de gira muchas veces con Robby Krieger, un músico asombroso que estuvo con The Doors.
¿Cómo afrontas la creación de tus obras a partir de la música interpretada en directo?
La afronto como si no la afrontara. El secreto es mantener mi mente en blanco y dejarme llevar por lo que me transmiten estos músicos maravillosos. Es como si dejara que la música pintara los cuadros. Todos estos artistas, sobre todo Nels Cline, basan sus actuaciones en la improvisación y se establece una conexión directa con la pintura que yo hago. Es muy parecido al jazz.
¿Crees que la escena artística de Los Ángeles ha cambiado demasiado o que incluso ha perdido la importancia transgresora de antaño?
Los Ángeles sigue siendo una ciudad precaria porque apenas hay ningún tipo de ayuda a los artistas locales, a pesar de que a las autoridades les gusta ponerse medallas como si fuera una de las grandes capitales del arte. Recuerdo que en mi primer día en el Chouinard Art Institute había un tío en el pasillo gritando: “¡L.A se convertirá en una de las capitales del arte!” Eso era en 1962 y no tenía ni idea de a qué se refería. Actualmente aún sigo pensando en que eso todavía es posible, a pesar de que no recibimos ningún tipo de ayuda. Sólo los ricos se benefician en esta ciudad y compran obras de arte como si fuesen niños intercambiando cromos.
Por último, ¿cómo explicarías el éxito asombroso del colectivo California Locos?
La conexión que tenemos nunca fue algo planeado. Conocía bastante a Gary Wong, un personaje muy interesante y humilde que se crió en los barrios más alejados del downtown de Los Ángeles y se ha convertido en una gran fuente de inspiración para mí. Dave Tourjé proviene de la escena del skate, que fue muy transgresora en sus inicios. Chaz Bojórquez es uno de los tipos más geniales que he conocido y es el padrino del grafiti. Sin olvidar el diseño de John Van Hamersveld. Juntos formamos un conjunto y le decimos al mundo lo que significa ser del sur de California como artistas. No me sorprendió la recibida que tuvimos porque cada miembro de California Locos es una especie de icono dentro de su especialidad y sólo era cuestión de tiempo que la gente los reconociera y abrazara sus propuestas.
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