JOSÉ ANTONIO BERROCAL

20 September 2023 Texto: Francisco Daniel Medina. Fotografía: José Antonio Berrocal.


Berrocal era luz más allá de la que atrapaba su cámara

Con la excusa de la publicación del libro El Perchel: Fotografías de José Antonio Berrocal, hemos pensado que sería bonito armar un reportaje a modo de homenaje tomando como fuente para la elaboración del mismo las aportaciones de los prologuistas a dicho volumen. Contaron cosas acerca de Berrocal su amiga Dori, Ramón Soler Díaz, Francisco Daniel Medina y Rogelio López Cuenca. Todos le conocieron y trataron en persona en mayor o menor medida, en épocas dispares, y, aunque en unos casos tuvo más peso la relación personal que en otros, todos los testimonios contribuyen a perfilar de manera bastante certera la figura de José Antonio, tanto en su faceta artística y profesional como en la humana. De los textos aportados para el libro se desprende que Berrocal fue un hombre carismático, ávido de conocimiento y que disfrutó la vida en forma de viajes, conversaciones interminables con sus amigos y con todo aquél que se cruzaba en su camino. Gustaba de charlar con la gente del barrio, con los vecinos con los que se topaba, con los parroquianos en el bar. Y, además, fue un hombre con una mirada audaz para la fotografía y, en muchos aspectos, adelantado a su tiempo. Asimismo, y aunque este aspecto no aparezca en el libro centrado en las fotos de El Perchel, creemos importante resaltar que sintió una gran pasión y afición por la naturaleza, siendo uno de los primeros escaladores y espeleólogos que existieran en nuestra provincia y, por ende, en España. Vivió intensamente y su historia merece ser conocida y contada. En este reportaje nos hemos propuesto dibujar su semblante, formar un retrato con palabras, y hacer un recorrido por la vida de un hombre que fue artista, padre, amigo, y muchas otras cosas que descubriréis si nos acompañáis en el recorrido que sigue a través de este sendero de palabras. Su vida tuvo un final trágico y abrupto, de esos finales que dejan a aquellos que le conocimos con la sensación de que se quedaron muchos momentos pendientes por compartir.

 

 

Su amiga Dori recuerda que, después de casarse tuvo un bar en el pasaje San Fernando, entre calle Salitre y calle Cuarteles, durante 30 años, donde sucedieron anécdotas de todo tipo. Entre otras cosas, allí fue donde conoció al que terminaría convirtiéndose en su gran amigo José Antonio Berrocal: “Era un hombre cercano, alegre, ocurrente, y también amaba el Perchel de un modo muy intenso y especial. Recuerdo que hubo en el aeropuerto un terrible accidente, se estrelló un avión, y él fue el primero en publicar fotos del siniestro. Me acuerdo que las puso en mi bar y estuvieron allí mucho tiempo”. Al hablar de Berrocal y por extensión del barrio, Dori no puede evitar rememorar su infancia en el mismo. Comenta que hay fotos de Berrocal que, aunque estén tomadas en los años 80, le remiten a escenarios y atmósferas de su niñez y adolescencia. Dori fue vecina y amiga de Berrocal en un barrio popular donde la vida transcurría en las calles, donde a diario los vecinos charlaban y compartían vivencias. Y ése es el José Antonio que recuerda Dori, un hombre que vivía de puertas para afuera y se preocupaba por los demás siendo curioso por naturaleza.

 

 

Ramón Soler Díaz, por su parte, se pregunta ¿qué es lo que hace tan especial una «técnica» como la fotografía?: “Sabemos que «eso que vemos» pertenece al pasado y que ya nunca volverá. Es el río de Heráclito que no para de fluir. José Antonio Berrocal, que fue vecino mío –amabilísimo– en el perchelero Pasaje San Fernando, recoge en su colección de fotografías ese paso del tiempo”. Ramón Soler destaca que, el barrio del Perchel, como todos nosotros, no es ni sombra de lo que fue. Destaca que, donde veíamos catervas de niños con churretes en las caras y ojos chispeantes vemos personas solitarias con sus perritos, músculos gimnásticos y ostentosos tatuajes. En vez de obreros jugando al ajedrez en sus momentos de asueto nos encontramos hoy a gente ensimismada mirando sus teléfonos móviles: “Las tabernas con vasos de duralex y suelos con cabezas de gambas rebozadas en serrín han dado paso a asépticas franquicias. Barrio obrero por antonomasia, castigado durante la Guerra Civil; barrio poblado de currantes fieramente apegados a los sindicatos, cuando eran creíbles, y destruido durante el desarrollismo para que se construyeran viviendas carísimas; barrio, en fin, que tenía casi en sus entrañas la espectacular lonja de pescadería, que podría competir con el patio de Monipodio”. Ramón pone el acento en que esa última etapa es la que plasma Berrocal con crudeza y, por qué no, con alegría, poniendo como ejemplo la magnífica foto de los niños bañándose en una fuente pública. Ramón Soler opina que Berrocal nos ha dejado testimonio de su paso por un lugar de España llamado Perchel, un lugar que es una alegoría de los cambios del tiempo. Y esa habilidad ha convertido a Berrocal en un cronista visual de su tiempo.

 

 

Rogelio López Cuenca termina calificando las fotos de Berrocal protagonizadas por el barrio malagueño donde vivió como armas de legítima defensa, y a continuación entenderemos el motivo. A juicio de Rogelio, la memoria oficial funcionaría de modo análogo a los mapas, que ofrecen del territorio una visión privilegiada, una “vista de pájaro” que comparten también con la fotografía aérea. Ambos se sitúan afuera, por encima de aquello que nos muestran: “Visto a través del mapa o representado en la fotografía aérea, el territorio, en efecto, no es sino una consecuencia, un producto inventado por esas imágenes. El mapa, el plano, la fotografía aérea producen una idea del lugar que solo ellos pueden proporcionar”. Según López Cuenca, la brutal incisión que desmembró el Perchel evoca las fronteras trazadas a cuchillo por las potencias imperiales sobre la carne y la sangre de los colonizados. La ideología dominante no se ve, es puro distanciamiento y superioridad: “Existe también la colección de fotos que hizo Berrocal en el Perchel. La historia no es la acumulación de los sucesos pasados; se escribe conservando esto y desechando aquello, pero ¿quién decide qué debe preservarse y qué merece derribarse o darse al fuego; qué a la fosa común, qué al mausoleo?.” Rogelio defiende que nuestra memoria es nuestra identidad, no hay una sin la otra. La puesta en escena habitual del patrimonio histórico contribuye sorda pero constantemente a naturalizar unas relaciones sociales que se asientan sobre intolerables condiciones de opresión y exclusión: “Las fotos de Berrocal, por el contrario, son parte del patrimonio de los subalternos, una trinchera, una barricada contra el saqueo sistemático de la memoria de los silenciados; documentan la persecución contra los modos populares de transmisión de la experiencia y la necesidad de tejer continuidad y pertenencia. Nada más fácil de manipular, más frágil, que una comunidad o un individuo desarraigado”. Continúa el reciente Premio Nacional de Artes Plásticas argumentando que las fotos de Berrocal en las que nos estamos focalizando, constituyen una parte muy valiosa dentro de la caja de herramientas con que contamos para acercarnos a las grietas de los espacios de tránsito, a los intersticios, a los solares y los descampados. Como decíamos más arriba, más que imágenes son armas de legítima defensa.

 

 

Para culminar este recorrido por la senda de la vida de Berrocal, yo, Francisco Daniel Medina (a quien ha sido encomendada la nostálgica y grata tarea de armar un reportaje en torno a estos textos), conocí a Berrocal en una etapa más tardía, y lo primero que me impresionó fue su capacidad de oratoria, el talento que tenía para retener información y contártela de manera entusiasta, cierta capacidad para deslumbrar al prójimo, no solo con su cámara sino simplemente con su forma de ser y su carisma. Pienso que lo mejor de la infancia es la sensación de vivir instalado plenamente en el presente. Como si cada día fuese un trono y tú el monarca del mundo conocido; entre otras cosas, no tienes pasado, y el futuro queda tan apartado que casi no tiene que ver contigo. Por eso, cuando eres pequeño, y gastas los días jugando con tus amigos al fútbol en la calle o dando tumbos con la bici o el monopatín, el mundo lo constituyen los barrios, los edificios y los rostros que tienes justo enfrente, las cuestas interminables y los soles que te enfocan lo mismo que si fueses el protagonista de una peli. En definitiva, la vida son los escenarios que, en ese momento, piensas que jamás cambiarán y estarán ahí para siempre, igual que los actores de tus películas favoritas que siguen disparando y besando y fumando incluso después de muertos. Pero, en algún momento, ese espejismo se desvanece y caes en la cuenta de que, tu entorno, se va moviendo lentamente, como un falso decorado, hasta que aquel quiosco de la esquina desaparece, y donde hubo un descampado ahora han levantado un centro comercial. Y, entonces, una tarde, quedas con un amigo en la plaza del Teatro para tomar unas cañas y hablar de vuestras cosas, y este amigo está en compañía de un hombre delgado y con barba que te saluda con cara sonriente, y tu amigo te lo presenta y te cuenta que, cuando nosotros éramos unos chaveas, el hombre iba con una cámara colgada al hombro, y ya sabía todas esas cosas que nosotros aún tardaríamos en comprender: era consciente del valor de los barrios, de sus gentes, de la valía de las estaciones irreversibles del año. Y, además, conservaba la mirada del niño que se afana en seguir jugando y asombrándose, solo que ahora lo hacía con una cámara. Para los de mi generación, para aquellos niños que pululábamos en los 80 por los paisajes que retratan sus fotos, ignorantes de que una entente formada por un puñado de años y otro puñado de políticos acabaría bombardeando la ciudad de la infancia, poniéndolo todo patas arriba, las imágenes de Berrocal poseen un valor incalculable, ya que, entre otras cosas, nos permiten viajar a un lugar en el que fuimos felices, nos permiten recuperar parte de nuestra niñez y de nuestra adolescencia. Las fotos de Berrocal nos han devuelto una mirada perdida, regalado un ojo de cristal mágico con el que podemos mirar a través del catalejo de las décadas.

 

 

El transcurso del tiempo, de la vida (quede plasmada o no en una fotografía), es inexorable y nos deja una pátina de sentimientos y de recuerdos en la memoria. Los que tratamos a Berrocal pensamos en él a menudo, y creo que hablo en nombre de todos cuando afirmo que, a ratos, esa sensación de melancolía y tristeza que nos provoca su recuerdo, se torna en sonrisa, porque vivió la vida intensamente, porque es un buen espejo en el que reflejarse, porque tenía sentido del humor, porque cuando estabas a su lado oyéndole la vida era más luminosa. Por eso creemos tan necesario potenciar la memoria de su figura. Porque era de esas personas que, a su paso por la vida, iluminaba las calles.

Porque Berrocal era luz más allá de la que atrapaba su cámara.

 

 

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