(english below) Con motivo del lanzamiento del libro monográfico Point Break: Raymond Pettibon, Surfers and Waves (publicado/editado por David Zwirner) hemos tenido la oportunidad de conversar con el escritor y ex surfista profesional Jamie Brisick, autor de uno de los textos que aparecen recogidos en este volumen, acerca del origen de la fascinación del artista con el surf de olas grandes. Mito o realidad. For Jamie Brisick.
Hemos leído que tu primer contacto con la obra de Raymond Pettibon fue a través de las portadas de Black Flag y sus flyers para conciertos en lo que era la incipiente escena punk californiana en los años 80. ¿Cómo recuerdas aquello y qué fue lo que más te atrajo de su trabajo?
Conocía a Raymond antes de conocerlo. Es decir, su arte de portada para los discos de Black Flag me miraba fijamente desde el estante en mi habitación donde mis hermanos y yo guardábamos nuestros discos. Las imágenes estaban entrelazadas con la música: rebeldes, desafiantes, un gran “jódete” a la vida suburbana de la cual provenía.
El trabajo de Raymond era inteligente y satírico. Me sentí atraído por su estilo. Parecía burlarse, hacer una parodia. Estaba en sintonía con mi adolescencia angustiada, de hecho, me ayudó a expresar lo que sentía.
Para ponernos en situación, ¿cómo era la escena independiente en Los Ángeles en aquel entonces? ¿Existía algún tipo de vinculación entre las diferentes subculturas: punk, surf, arte…?
El surf y el punk se desarrollaron en dos ambientes diferentes y casi opuestos: el surf en la playa, soleado y diurno, y los shows de punk oscuros, sucios y nocturnos. Pero estaban alineados espiritualmente. En aquel entonces, la escena del surf estaba poblada de gente rara, marginados e inconformistas.
Los shows de punk eran una mezcla interesante entre los vampiros de Hollywood y los surferos bien bronceados. Ahí estaban todos, chocando unos contra otros en el mosh pit. Un chico llevaba una camiseta que decía “Mátame, nunca he muerto antes”, el de al lado llevaba una camiseta de Natural Progression (una marca de surf).
Al mismo tiempo, eran muy diferentes. A la gente del surf le gustaba madrugar, lo que era difícil después de un show de punk hasta altas horas de la noche. Y en la escena del punk había drogas duras (mucha heroína), de las que los surfistas generalmente se mantenían alejados. Había un nihilismo en el punk que el océano te quitaba. El surf hacía difícil estar demasiado deprimido.
En el libro cuentas alguna historia de cómo conociste a Raymond en persona. Parece que es una práctica habitual en él crear todo tipo de fábulas e inventar personajes frente a desconocidos, ¿fue así en tu caso?
Mi impresión es que Raymond se sumerge tan profundamente en su trabajo que la realidad y la ficción se difuminan, o que su imaginación y las ideas proyectadas podrían confundirse con la fría y dura realidad. Puedo estar completamente equivocado. O parcialmente en lo correcto. Eso es precisamente de lo que estoy hablando.
Raymond es tímido y amable. Y, creo, hipersensible. Y de corazón bondadoso. Creo que está en su mejor momento cuando está trabajando, creando. Es decir, no creo que piense demasiado en cómo se presenta físicamente ante el público.
Admiro esto. Muchos de nosotros nos quedamos atrapados en la superficie de la vida. Costumbres. Expectativas. Formas sociales. Siento que Raymond habita más en su trabajo que en el mundo, es decir, vive de manera más introspectiva, su vida interior es vibrante y muy “suya”. Pero, ¿quién soy yo para decirlo? ¿Cómo me atrevo a suponer lo que pasa por la cabeza de Ray?
Según se cuenta en el libro, Pettibon creció rodeado de surfistas y frecuentó las tiendas de surf míticas de South Bay. Por tanto, es una persona con un vasto conocimiento de la cultura del surf, de sus mitos e iconos. Pero, a pesar de esto, nunca ha surfeado, ¿por qué crees que existe en su obra esta referencia constante y casi obsesiva?
Creo que lo lleva dentro. Algo que le dejó una fuerte impresión, justo en ese momento en el que somos más impresionables, la juventud. Creo que se dio cuenta de que era metafórico, simbólico, alegórico, microcósmico. Creo que reconoce que es un lugar para contar historias mucho más grandes, mitos, etc.
¿Qué dirías que es lo que le atrae tanto del mar y de las olas (sobre todo de las olas grandes)?
Hombre (o mujer) contra la Naturaleza. Épico en escala. Bíblico. David y y Goliat. El viejo y el mar. Hillary escalando el Everest. Neil Armstrong en la luna. Es mucho más que sólo surfear.
En algún punto, señalabas el aspecto metafórico. La figura del surfista de olas grandes, solo, contra la adversidad, enfrentándose a sus propios miedos en una tarea que parece absolutamente sin sentido para el resto de los mortales. ¿Se trata, de algún modo, de un autorretrato?
Definitivamente es un autorretrato. Raymond conoce la historia del arte, y cada vez que levanta el pincel al lienzo o la pluma al papel, está en la línea de todos los grandes: Picasso, Rembrandt, Miguel Ángel, etc. Así que sí, esa es una gran ola para cabalgar.
Parece que siempre hay una historia detrás de todo y que Pettibon es alguien que disfruta creándolas, no sólo en su trabajo sino en su vida también. ¿Recuerdas haber vivido algún momento de este tipo con él?
En una cena de arte en Nueva York, hace algunos años, me senté frente a Raymond, que estaba sentado junto al novio de alguien del mundo de la moda. Mientras comíamos pizza y pasta, y bebíamos muchas copas de Nero d’Avola, vi a Raymond y al novio mantener una conversación profunda. Después de la cena, un grupo de nosotros salimos a la calle. Alguien sugirió ir a tomar una copa en un bar de la esquina. Todos estaban de acuerdo excepto Raymond y su novia, quienes dijeron que estaban cansados y necesitaban irse a casa. Caminando hacia el bar, me puse al lado del novio. “El tipo con el que me senté, ¿cómo se llama, Ray? ¡Guau, es tan interesante!”, dijo él. “¿En qué sentido?”, le pregunté. “Es un criador de perros. Cría pit bulls que pelean hasta la muerte en peleas ilegales. Hay toda una cultura clandestina. Al parecer, es uno de los mejores criadores.” Me reí en silencio.
Unos años antes, estaba escribiendo un perfil de Raymond, y en mi esfuerzo por entenderlo mejor, hablé con el artista Gomez Bueno. Gomez recordó con cariño un período, a principios de los noventa, cuando él y Raymond iban juntos a inauguraciones, conciertos, carreras de caballos y partidos de los Dodgers. Gomez se detenía frente al estudio de Raymond en Long Beach y tocaba la bocina. Raymond salía y se subía al auto. Gomez le preguntaba cómo estaba, y Raymond podía decir: “Mucho mejor ahora que Paris y yo rompimos”, y comenzaba una conversación de una hora a través del tráfico de Los Ángeles sobre su jodida relación con Paris Hilton. O podía decir: “He estado perfeccionando mis moonsaults (un movimiento de Wrestling)”, y comenzaba a dar detalles de su régimen de entrenamiento como luchador profesional. O podía empezar a hablar sobre la lucha en Vietnam, aunque desde el lado de los vietcongs. “Siempre era muy creativo y colorido”, me decía Gomez. “Y yo estaba completamente asombrado por su riqueza de conocimientos, cómo podía seguir sacando detalles. Era como presenciar a alguien creando una obra de arte, solo con la palabra. Y nunca terminaba con ‘estoy bromeando’. Si eras lo suficientemente estúpido como para creerlo, ese era tu problema.”
Me viene a la mente una cita de Oscar Wilde: “El hombre es menos él mismo cuando habla en su propia persona. Dale una máscara, y te dirá la verdad”.
Por último, por pura curiosidad, ¿pudiste adquirir finalmente esa obra de Pettibon en la que aparece tu nombre escrito sobre una ola gigante?
No, ojalá hubiera podido. Tengo una impresión que hice a partir de una foto fija. Está colgada en la pared de mi apartamento en Nueva York. Puedo presumir de que salgo en una obra de Raymond y de que a él le agrado. Me sentí muy halagado. Él es un héroe para mí. Aprendo de él.
English:
JAMIE BRISICK
ABOUT RAYMOND PETTIBON AND HIS FASCINATION WITH BIG WAVE SURFING
On the occasion of the release of the monographic book Point Break: Raymond Pettibon, Surfers and Waves (published/edited by David Zwirner) we had the opportunity to talk to writer and former professional surfer Jamie Brisick, author of one of the texts included in this volume, about the connection between Pettibon and big wave surfing. Myth or reality. For Jamie Brisick.
We have read that your first contact with Raymond Pettibon’s work was through the covers of Black Flag and his flyers for concerts in what was the incipient California punk scene in the 80’s. How do you remember that and what attracted you most to his work?
I knew of Raymond before I knew of him. Which is to say that his cover art for Black Flag records glared at me from the shelf in my bedroom where my brothers and I kept our records. The images were woven into the music: rebellious, defiant, a big F-you at the suburbia from which I spawned.
Raymond’s work was smart and satirical. I was drawn to the style. It seemed to poke fun, make a mockery of. It was right in synch with my angsty adolescence, in fact it helped me to articulate what I felt.
To put in context, what was the independent scene like back then in Los Angeles, was there any connection between surf, punk, art..?
Surf and punk were set in two different and almost opposing milieus: the beach sunny and daytime, the punk shows dark, dinghy, and nighttime. But they were spiritually aligned. And the surf scenes at that time was populated with weirdos and outcasts and dropouts.
Punk shows were an interesting mix of the Hollywood vampire sorts and the sunstruck surfer bros. We’d bounce off each other in the mosh pit. One kid had a shirt that said, “Kill me, I’ve never died before.” The next kid wore a Natural Progression T-shirt (a surf brand).
At the same time, they were very different. Surfers favored early mornings, which was hard to do after a late-night punk show. And there were hard drugs in the punk scene (heroin, loads) that surfers generally steered clear of. There was a nihilism to punk that the ocean sort of beat out of you. Surfing made it hard to be too depressed.
In the book you tell some stories about how you met Raymond in person. It seems to be a common practice for him to create all kinds of fables and invent characters in front of strangers, is that how it was with you?
My sense is that Raymond immerses so deeply in his work that fact and fiction blur, or his imagination and projected ideas might muddle with cold, hard reality. I could be totally wrong. Or partly right. See, that right there is what I’m talking about.
Raymond’s shy and gentle. And, I think, hypersensitive. And innately kind-hearted. I think he’s at his best when he’s working, making. Which is to say that I don’t think he puts too much thought in how he physically presents to the public.
I admire this. So many of yes get snagged on the surface of life. Mores. Customs. Expectations. Social graces. I sense that Raymond more inhabits his work than the world, i.e., he lives more introspectively, his inner life is vibrant and very much “his own.” But who am I to say? How dare I presume to know what goes on in Ray’s head?
It seems that he grew up surrounded by surfers and seminal surf shops in South Bay. Then he had a good knowledge of surf culture, its myths and icons. But, despite that, he has never surfed. Why do you think he has such a strong bond with surfing?
I think it’s close to him, left a strong impression in that highly-impressionable time that is one’s youth. I think he realized it was metaphorical, symbolic, allegorical, microcosmic. I think that he recognizes it as a place to tell much larger stories, myths, etc.
What would you say it is that attracts you so much to the sea and the waves (especially the big waves)?
Man (or woman) versus Nature. Epic in scale. Biblical. Davey and Goliath. Old Man and the Sea. Hillary climbing Everest. Neil Armstrong on the moon. It’s much more than just surfing.
At some point, you point out the metaphorical element. The figure of the big wave surfer, alone, against adversity, facing their own fears in a task that seems absolutely meaningless to the rest of the mortals. Is it, in some way, a self-portrait?
Definitely a self-portrait. Raymond knows art history, and so every time he raises brush to canvas or pen to paper, he’s in the lineage of all the greats: Picasso, Rembrandt, Michelangelo, etc. So yes, that’s a giant wave to ride.
It seems that there is always a story behind everything and that Pettibon is someone who enjoys creating them, not only in his artwork but in his life as well. Do you remember experiencing any such moments with him?
Here you go: At an art dinner in New York a few years ago, I sat across the table from Raymond, who sat next to the boyfriend of a fashionista. Over plates of pizza and pasta and many glasses of Nero d’Avola, I watched Raymond and the boyfriend engage in what looked like deep conversation. After dinner a group of us stepped out to the sidewalk. Someone suggested we go for a nightcap at a bar around the corner. All were in except for Raymond and his girlfriend, who said they were tired and needed to get home. Walking to the bar, I fell into step with the boyfriend. “That guy I sat next to, what’s his name, Ray—wow, so interesting!” he said. “How so?” I asked. “He’s a dog breeder. He breeds pit bulls that fight to the death in these highly illegal dogfights. There’s this whole underground culture. Apparently, he’s one of the top breeders.” I silently chuckled.
A few years earlier, I was writing a profile of Raymond, and in my efforts to better understand him, I spoke with the artist Gomez Bueno. Gomez fondly recalled a period in the early nineties when he and Raymond would go to openings, concerts, horse races, and Dodgers games together. Gomez would pull up in front of Raymond’s studio in Long Beach and toot his horn. Raymond would come out and hop in the car. Gomez would ask how he was doing, and Raymond might say, “Much better now that Paris and I broke up,” and so would begin an hourlong conversation through Los Angeles traffic about Raymond’s fucked-up relationship with Paris Hilton. Or it might be, “Been getting my moonsaults down,” and he’d launch into details of his training regimen as a pro wrestler. Or it might be about fighting in Vietnam, albeit from the Vietcong side.
“It was always very creative and colorful,” said Gomez. “And I was just totally blown away by his wealth of knowledge, how he could just keep pulling up details. It was like witnessing someone creating a work of art, just with his talking. And he would never end it with, ‘I’m just kidding.’ If you were stupid enough to believe it, that was your problem.”
I’m reminded of a quote by Oscar Wilde: “Man is least himself when he talks in his own person. Give him a mask, and he will tell you the truth.”
Finally, just for pure curiosity, were you able to finally acquire that Pettibon work in which your name is written on a giant wave?
No, I wish I was. I do have a print I made from a still photo of it. It hangs on the wall of my NY apt. I get to brag that I was in a Raymond piece, and that Raymond likes me. I was so flattered. He’s a hero of mine. I learn from him.