INDONESIA.
BATU BOLONG SURF

17 April 2019 Texto: David Moreu. Fotografía: David Moreu.

El paraíso no existe, aunque ciertos lugares remotos se han ganado este calificativo gracias a las leyendas que han ido circulando de boca en boca durante siglos. Según la tradición occidental, se trata de destinos tropicales ubicados a pie de playa, donde la vida transcurre al ritmo de las mareas, con el sol brillando imponente en el cielo y la única preocupación de sus habitantes es la lluvia del monzón que puede negar la cosecha de arroz. Todo lo demás es un sueño magnificado por escritores, viajeros, vagabundos, trotamundos y mochileros en su afán por huir de la rutina de un mundo hipertecnológico que se ahoga en sus propias modas por culpa de la globalización. La isla de Bali, ubicada en el archipiélago de Indonesia, se ha convertido en uno de estos enclaves tan mitificados donde las exigencias del turismo de masas, la búsqueda espiritual de los amantes del yoga y el deseo de olas grandes de los surfistas todavía se cumplen sin demasiadas complicaciones. Para muchos es un sueño terrenal que puede acariciarse con la punta de los dedos. Para otros es un lugar mágico que está evolucionando sin rumbo aparente. Aunque la única verdad importante es la opinión de los locales, que han visto como sus pueblos y sus playas han cambiado por completo en las últimas décadas con la llegada de gente de todos los rincones del planeta. Durante un viaje a Indonesia el pasado mes de enero, tuve la oportunidad de entrevistar a I Wayan Suniarta (más conocido como Sunny), uno de los pioneros del surf del pueblo de Canggu en el sureste de Bali, para conocer sus hazañas en la playa de Batu Bolong y entender una cultura ancestral que se niega a perder sus tradiciones a ritmo de reggae.

 

 

Te propongo empezar a descubrir tu fascinante historia por el principio. ¿En qué momento se cruzó el surf en tu vida?
Hace unos años muy poca gente practicaba surf en el pueblo de Canggu, donde yo vivo con mi familia. No como ahora, que las playas están llenas de surfistas. Antes de que yo naciera, mi tío ya cogía olas en la zona de Kuta. Fue gracias a él que descubrí este deporte y todo lo que podía hacerse sobre una tabla. En aquellos tiempos muy poca gente venía a Bali y la gran mayoría de los que llegaban era australianos. Por ejemplo, ver a cinco personas en el océano era muchísimo cuando yo empecé a practicar surf hace treinta años.

Por curiosidad, ¿era habitual que tu tío te contara historias de aquellos primeros surfistas australianos y de cómo cambiaron la vida en las playas de Bali?
No contaba demasiadas historias porque él apenas sabía lo que sucedía aunque, poco a poco, llegó gente con algo interesante que contar. Al principio no teníamos tablas, sólo veíamos a unas personas haciendo una especie de baile encima de las olas. Nos parecía precioso y los observábamos atentamente. Entonces mi tío se interesó por ese deporte porque trabajaba como pescador y también quería hacer aquellas cosas tan bonitas en el agua. Todo empezó con los pescadores que vieron a la gente extranjera practicando surf. Ten en cuenta que Canggu ha cambiado mucho y que ya no es como antes. Ahora puedes ver a mucha gente por las calles, también han aparecido muchos restaurantes, tiendas, casas de huéspedes y edificios. Sin embargo, lo único que había delante de mi casa hace una década eran campos de arroz.

 

 

Llegó un momento que dejaste los miedos a un lado y te lanzaste a coger olas sin saber que este deporte te cambiaría la vida para siempre…
Lo intenté gracias a un amigo de mi edad, que había empezado un poco antes que yo en Echo Beach. A los dos nos gustaba salir a pescar en barca y, después del trabajo, intentábamos coger olas con una tabla que pedíamos prestada en la playa. Entonces allí sólo había un restaurante y dejaban que la gente extranjera guardara sus tablas en un pequeño almacén. Cuando yo empecé, venían muchos viajeros japoneses y dejaban allí sus cosas. Nosotros las usábamos y las compartíamos: una tabla para cuatro amigos. Yo debía tener unos diez años. En aquel momento la ola era completamente hueca y perfecta, pero ahora ha cambiado bastante por culpa del cemento.

Supongo que el deterioro de la ola también ha venido acompañado por un cambio en la rutina del pueblo. ¿Cómo valoras esta apertura hacia el turismo y sus consecuencias?
El gran cambió sucedió hace unos cinco años. Fue una auténtica explosión y luego se convirtió en una locura. Hace una década solamente había unos diez hoteles, no muchos más. El primero que abrió fue Tugu Bali hace veinticinco años, aunque no tuvo éxito porque no venía demasiada gente al pueblo. Entonces cerró y lo compró otro dueño, pero tampoco funcionó. Hace unos quince años lo adquirió un nuevo equipo de gente y, poco a poco, han ido apareciendo otros establecimientos siguiendo su ejemplo. Como te decía, hace unos cinco años abrieron muchos cafés, restaurantes y tiendas. Algunos establecimientos no me gustan porque organizan fiestas y la música está demasiado alta. Además, hay muchos accidentes de noche en la carretera porque la gente se emborracha y conduce su scooter. La mejor alternativa es coger taxis para volver a casa. Sería mucho más seguro. Pero las fiestas en la playa están bien, mientras sean lejos de las casas porque los locales queremos dormir.

 

 

Desde tu punto de vista como surfista local, ¿por qué crees que sucedió este cambio tan repentino en las playas del sur de Bali?
No he encontrado una única explicación. A veces lo pregunto a los surfistas extranjeros y me responden que están interesados en ir a sitios nuevos cuando hay poca gente. Por ejemplo, ahora que la región de Kuta está saturada, todos se están desplazando hacia aquí buscando menos gente y un contacto con la naturaleza. Esto es lo que encuentran en Canggu, pero ahora ya se parece demasiado a Seminyak. Así que, en breve, puede que se desplacen hacia el norte de Bali u otras zonas del sur.

El surf siempre ha estado envuelto en un halo de espiritualidad y una cosa que me ha llamado mucho la atención de Bali es que cada playa tiene su propio templo…
La mayor parte de la población de Bali es hinduista, mientras que en el resto de Indonesia predomina la cultura musulmana. Cada playa y cada comunidad tienen un templo grande, y eso llama la atención de los turistas. Cuando era joven, para mí el surf era una manera de alejarme del aburrimiento del colegio y de las cosas que sucedían en casa. Es como la meditación porque te ayuda a relajar la mente y hace que te sientas mejor. Es como un imán: una vez lo has probado, quieres repetir. Sin embargo, tampoco encuentro demasiadas similitudes entre mi religión y la práctica del surf. Tenemos el dios del océano porque, cuando nos metemos en el agua, queremos estar protegidos y siempre hacemos nuestras plegarias. Debemos hacerlo porque el océano no es nuestra “casa” y entonces hay que ser honestos con nosotros mismos porque las olas pueden hacernos daño. Debemos tener miedo de su fuerza. Queremos cierta seguridad y, por este motivo, conectamos con este dios.

 

 

Hace unos años decidiste abrir una escuela de surf en la famosa playa de Batu Bolong. ¿Cómo recuerdas aquella época, poco antes del inicio del fenómeno turístico?
Empecé a trabajar como instructor de surf hace una década y aprendí muchas cosas porqué estuve contratado durante tres o cuatro años en una compañía llamada Chill House. Su dueño sigue siendo un buen amigo y me enseñó a ser instructor. Después tuve muchas cosas que hacer en mi casa y no pude seguir trabajando. Dejé mi puesto, hablé con él seriamente y decidí establecerme por mi cuenta en la playa. Construimos un local con un amigo, alquilábamos tablas, teníamos catorce empleados y fuimos los primeros en montar este tipo de negocio en Canggu. Entonces sólo estábamos nosotros, pero ahora hay muchos más. Fue asombroso porque, durante un tiempo, no teníamos competencia.

Gracias a tu trabajo a pie de la playa, cada día estas expuesto a todos los cambios sociales, económicos y culturales que llegan a Bali. ¿Echas de menos los viejos tiempos?
Claro, me gustaba mucho más hace tres años. Ahora hay demasiada competencia, se han reventado los precios y debemos luchar por conseguir clientes. Mientras que antes sólo podían ir a nuestro local. Pero, si lo miramos en perspectiva, las cosas han mejorado respecto a décadas anteriores y nuestros ingresos ahora provienen del surf y no de la pesca. Es suficiente para vivir y estamos mejor que hace veinte años. Antes debía trabajar haciendo joyas en una gran fábrica y no era bueno para la salud porque inhalaba demasiados gases. Después trabajé de instructor de surf y luego ya abrí mi propio negocio. Ahora estoy bien y mi salud no se resiente.

 

 

Una de las mayores tradiciones hindúes es que todos los miembros de una familia viven juntos en una misma casa. ¿Qué opinan tu padres o tus tíos sobre el fenómeno del surf?
Es una historia divertida. Cuando empecé a coger olas, a mis padres no les gustaba porque pensaban que era peligroso. Siempre que volvía de la playa, mojado y con la piel quemada por el sol, ellos se enfadaban conmigo. Pero tenían sus motivos porque temían que me ahogara en el océano, que me golpeara una ola o que incluso dejara de ir al colegio para practicar surf. Sin embargo, ahora es distinto porque ven que enseñar a practicar este deporte es un trabajo serio que me permite mantener a mis hijos. Antes no ganaba dinero y entraban en pánico cada vez que se me rompía la tabla. Y debía arreglarla yo mismo cuatro o cinco veces. Ahora sólo hace falta comprar una de nueva. ¡Es una gran diferencia!

Imagino que habéis vivido muchas etapas distintas en Canggu, pero ¿nunca os planeasteis fabricar vuestras propias tablas siguiendo el ejemplo de los surfistas australianos?
¡Por supuesto! Si queremos podemos fabricarlas, pero ahora es mucho más fácil encargarlas porque no son tan caras como hace veinte años. Tengo un amigo que trabaja como shaper en Bali y sigue haciéndolas en el taller de su casa. Ahora es fácil porque podemos conseguir foama buen precio. Han aparecido muchos fabricantes locales y nosotros mismos vamos a coger olas a otros lugares como Lembongan, Uluwuatu, Keramas y Medewi.

 

 

Asimismo, haber trabajado tantos años como pescador debe haberte aportado un profundo conocimiento sobre el océano y el medio acuático…
Hoy utilizamos Internet para comprobar el parte meteorológico y las mareas. Pero, hace muchos años, hacíamos las predicciones a través de las estrellas y de la Luna. Nos pasábamos el día mirando las olas y las mareas. Sabíamos que cuando crecía la marea, perdíamos las redes de pesca. Y, cuando estaba baja, podíamos salir a faenar. Ahora todo es más fácil con la tecnología, aunque de vez en cuando todavía me fijo en la Luna para calcular las mareas. Para enseñar a practicar surf se necesita marea baja porque con la marea alta es demasiado complicado.

Uno de los mayores problemas que he notado en Bali es la basura que se arroja al océano y que acaba volviendo a las playas. ¿Crees que la ecología es una de las cuentas pendientes de tu país?
Es un problema que veo desde hace años y no por culpa de los turistas, sino de la gente local que no es consciente de que no debe echar el plástico al agua. Arrojan la basura y los plásticos al mar porque no pueden quemarlos o reciclarlos como es debido y, cuando llueve mucho, todo eso vuelve a la playa. Esto no sucede en la estación seca. Sin embargo, ahora hay asociaciones que se esfuerzan por recoger el plástico que se acumula en la orilla. Los respeto mucho y les doy todo mi apoyo.

Para terminar la entrevista, me gustaría preguntarte ¿qué sueños o deseos te quedan por cumplir como surfista nacido en Indonesia?
Soy “viejo” y creo que ya he cumplido mi sueño porque nunca pensé que el surf marcaría un punto de inflexión en mi vida. Lo cambió todo. No podía hacer otra cosa con mis habilidades que no fuera practicar surf, surf y surf. Gano dinero, lo paso bien cuando doy clases y sigue siendo algo asombroso. Hace tiempo competía, pero ahora ya no puedo porque tengo cuarenta y un años. Además, me encanta el reggae y Bob Marley siempre suena en el café de la playa.

 

 

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