La siguiente entrevista es el resultado de una conversación que la periodista cultural Isabel Bellido mantuvo con Francisco Daniel Medina antes de la presentación de Exposición (Editorial Siníndice 2018) en la malagueña librería Luces en diciembre del pasado año. Exposición, la nueva novela de Francisco Daniel Medina, vuelve a convertir a la Málaga más alternativa y subterránea en el escenario por el que deambulan artistas urbanos, skaters, galeristas, profesores de filosofía. Este nuevo título supone una piedra más en el particular universo que el autor malagueño iniciara allá por el año 1999 con su primera novela Un mundo sin cuentos a la que siguieron Cuando las luces de la ciudad se apaguen (2005) y La extravagancia (2016). Medina, quien además de escritor fue cantante y compositor de la extinta banda de pop rock Modo Bélica y recientemente ha fundando el grupo Peleador, dibuja un fresco del estilo de vida contemporáneo con el mundo del arte como excusa.
El mismo accidente aéreo hará que Diego Milán se lance a materializar el proyecto de montar una pequeña galería de arte en Málaga llamada La Tertulia mientras que, por su parte, César Ferrer, dueño de Moon Safari (compañía a la que pertenecía el avión siniestrado), reconvierte el fuselaje del Boeing en un museo ubicado en Barcelona: 113 Art Gallery. Dos mundos casi paralelos, y, en medio, Fabi, un joven skater y artista urbano, que será descubierto por Diego tras cometer un acto vandálico en la fachada de su galería, pero que terminará exponiendo en la 113 Art Gallery y siendo el nexo de unión entre ambos universos.
Desde el título, Exposición apela a la “ciudad de los museos” y, sin embargo, el texto nos lleva hacia pequeñas galerías conectadas con el arte urbano. ¿Querías enseñar otra parte de la ciudad menos explotada turísticamente?
Podría decirse que hay tantas ciudades como individuos. Si cerrásemos los ojos y dibujásemos un mapa mental de nuestra ciudad, nos sorprendería lo distinto que puede llegar a ser el mapa de cada uno y lo distintos que pueden ser estos de los típicos mapas turísticos. Mis novelas transcurren en una Málaga un poco más subterránea. En esta novela también se cuestiona el modelo de ciudad por el que estamos apostando. Me temo que, en general, se está pensando más en el visitante que en el propio ciudadano que es quien a fin de cuentas habita la ciudad cada día. Una ciudad sería el equivalente a una casa para una familia y lo normal es que queramos diseñar nuestro hogar para que sea lo más cómodo posible para nosotros sin olvidar al huésped. Dicho esto, Málaga como escenario, es importante en mis novelas pero no el tema principal. Es importante en mi obra como lo es Barcelona en la de Marsé o París en la de Modiano.
Tu anterior novela La extravagancia (Editorial Siníndice 2016) es mucho más claustrofóbica. Cuenta la historia de Leo y Ana y un movimiento literario llamado Extravagantismo consistente en un aislamiento radical y una dedicación exclusiva a la creación literaria. Exposición es más coral. ¿Es premeditado?
Cuando escribes movido principalmente por una motivación intrínseca, por el placer de hacerlo, intentas plantearte retos que conviertan cada proyecto en estimulante. Yo en este caso quería una novela temáticamente más polifónica y atreverme a dirigir empleando el símil cinematográfico a un reparto de actores más amplio. Soy muy fan de esas escenas en las que Woody Allen dirige en una habitación a una decena de personajes hablando al unísono. Además, como bien apuntas, venía de una novela como La Extravagancia protagonizada por dos personajes que, por si fuera poco, terminan aislándose en un ático que al final se llena de basura y de pájaros. Esta novela, empleando un símil arquitectónico, sería como un edificio que se asienta sobre tres pilares temáticos: Amor, Política (posibilidades reales que ofrece el sistema de intervenir activamente; liberación animal; violencia) y Arte.
Leyendo tu novela se me venían a la cabeza varias obras recientes de artistas de tu quinta que, sin ser estrictamente políticas, hacen una lectura crítica del tiempo prometido y de lo que después ha pasado, tanto en lo personal como en lo colectivo. Tú naciste justo cuando Franco murió y, tras la entrada de España en la UE -y en la democracia y en tantas otras cosas- y unos tiempos de bonanza, mucha gente de tu generación -y más jóvenes: heme aquí- se ve ahora en condiciones precarias, atrasando, por ejemplo, su paternidad. Pienso en Las posesiones de Llucia Ramis o en Las distancias, la película de Elena Trapé sobre unos amigos cercanos a la cuarentena que se reúnen en Berlín para darse cuenta de que ni su amistad ni su vida son lo que habían soñado de jóvenes. Esto tiene mucho que ver con tu libro.
Efectivamente, creo que Diego encarna bastante bien esa idea: choque contra la realidad. Pero creo que eso ha ocurrido en todas las generaciones: el tiempo pasa y para bien o para mal cambian las cosas, y aunque podamos intentar predecir lo que va a pasar en el futuro no podemos hacerlo de manera científica. Nadie tiene una bola de cristal que le permita saber, sin margen de error, cuáles van a ser las decisiones acertadas que te permitan garantizar un futuro idílico. Además, hay ciertos momentos históricos en los que dichos cambios son más notables y a mi generación le ha tocado vivir una revolución tecnológica que lo ha cambiado todo, haciendo surgir nuevas posibilidades pero cambiando radicalmente el mercado laboral, las relaciones interpersonales, etcétera. ¿Quién iba a pensar que podría llegar a ser más rentable entregarte en cuerpo y alma a gestionar tu cuenta de Instagram que a estudiar arquitectura? O que para ligar iba a ser mucho mejor quedarte encerrado en tu casa con un dispositivo móvil que ir a los bares. Evidentemente todas las generaciones cometen errores pero no podemos culpar a nuestros padres de que no hayamos tenido el futuro prometido. Pasando ahora al terreno político, creo que somos una generación bisagra que no puede evitar ver lo que pasó, me refiero a la dictadura, como un relato cercano pero ficticio. Por eso creo que están pasando políticamente ciertas cosas, porque tenemos poca memoria histórica y, en el fondo, desconocemos lo que es vivir bajo el paraguas de cierto tipo de políticas o de regímenes. Por otra parte, y ya que has mencionado lo de los hijos, tampoco creo que fuese ideal tener hijos con veinte años. Quizá lo que tenemos no sea tan malo pero es cierto que, nuevos cambios sociales, van generando problemáticas nuevas a las que debemos hacer frente. Lo que me suele pasar (y a mis personajes también) es que no acostumbro a ser derrotista ni adoptar una postura victimista.
A pesar de eso, Diego y Gala, los principales protagonistas, digamos, no viven mal. Diego incluso se arriesga a dejar un trabajo estable pero aburrido en una inmobiliaria para montar una galería de arte. Esta pugna entre la vida laboral como algo impuesto y la vida artística como la deseada está presente también en otros libros tuyos, como La extravagancia. Si no me equivoco, tú trabajas en el Patronato de Recaudación Provincial de Málaga. ¿Es Diego un trasunto tuyo?
Esa dicotomía está presente en mis dos novelas más recientes porque, la mayoría de las conversaciones que mantengo con mis amigos desde hace algunos años, giran en torno a eso: cómo compaginar lo que te apasiona con lo que te da de comer, y eso conecta con el trabajo de funcionario, que te garantiza pagar las facturas y tiempo. Y rizando el rizo ya que nada es perfecto, hablamos mucho de lo peligroso que podría llegar a ser convertir en realidad nuestros sueños. Houellebecq daba en el clavo hace poco en una entrevista al afirmar que el arte le debía mucho en los últimos tiempos al estado, que podría ser visto como una especie de mecenas: tienes las necesidades básicas cubiertas y tiempo para crear y, además, tu obra no es deudora de nada por lo cual no estás obligado a hacer concesiones. El guiño en La extravagancia al Patronato es explícito porque además quería retratar dos mundos: antes de que Leo y Ana se conocieran y, más tarde, cuando deciden convertir sus vidas en una proyección de sus mentes creativas. Primero todo es más realista, costumbrista, un poco más monótono, y luego todo más surreal, mágico o extravagante. Todos los protagonistas masculinos de mis novelas han heredado algo de mí.
La vida de funcionario ha sido muy criticada por culpa de esta idea de trabajo y sacrificio que hemos heredado en España y hoy, que vivimos tiempos inciertos, acelerados y líquidos, emerge como el sueño de muchos. En tu novela hay un punto de crítica social, sobre todo cuando Valentina, de una generación más joven, alza la voz.
Todo joven, como se dice en mi novela, tiene los valores a flor de piel y así debe ser porque, de lo contrario, el mundo se habría ido ya desde hace mucho tiempo a pique, como mínimo, por una cuestión de aburrimiento. Pero como le dice su padre a Valentina, el problema que plantea esa enfermedad es que se cura con los años. La gente joven quiere hacer sus sueños realidad por encima de todo y, al no tener una visión lo suficientemente realista o de conjunto, piensa que conseguirlo es mucho más fácil de lo que finalmente termina siendo. E incluso pasa muchas veces que, como le pasa a Diego en un momento de la novela cuando está frente al mar en Maro a comienzos de la década de los 90, sobreestima tanto sus posibilidades y su suerte que llega a pensar que no tiene que mover ni un dedo para que sus sueños se cumplan porque él ha nacido, por así decirlo, con una estrella. Pero, de repente, llega un día en el que te ves colocado frente a frente ante la vida con la sensación de haber estado jugando todo este tiempo atrás una mala partida y que ya no tienes tiempo de evitar el jaque mate.
En lo formal, se nota tu gusto por las estructuras-puzzle, y también por cierto tono explicativo a la hora de relatar. Me da la impresión de que el narrador omnisciente deja poco a la imaginación, como si al escribirla hubieses puesto mucho énfasis en dejar ciertas sensaciones meridianamente claras. Te pregunto: ¿le tenías muchas ganas a esta novela? ¿cuál ha sido el leitmotiv que te llevó a ella?
La estructura puzzle, como bien aprecias, está en todas mis novelas y esto sí que tiene que ver directamente con mi forma de entender el género. Acostumbro a decir que tengo una visión escenográfica de la novela y que entiendo el cambio de escenario como un revulsivo y un ingrediente estético: coloco a los personajes en un escenario que a mí me resulte atractivo y, como si fuesen marionetas, les muevo. El leitmotiv de esta novela fue preguntarme ‘quién tenía el monopolio para decidir qué era y no arte’. Hace algunos años, me tropecé dentro de la sección de cultura de El País con un artículo de Álex Vicente que, bajo el titular La galería compite con el museo, ponía ejemplos de cómo los museos de toda la vida estaban perdiendo terreno o, en cualquier caso, ya no eran los únicos encargados de custodiar y velar por el arte sino que el sector privado había irrumpido con fuerza. Entre otras muchas cosas, Álex Vicente explicaba que en Nueva York había quien se preguntaba de qué servía hacer cola en el MoMA cuando se podían ver decenas de galerías sin aglomeración alguna en las calles de Chelsea. ¿Dónde tenía que ir si quería disfrutar de arte en estado puro, al British Museum o a la galería parisina Itinerrance, un edificio intervenido por grafiteros siendo conscientes de que sería destruido con todas las obras que contenía dentro? ¿Cuál es el lienzo lícito, el de toda la vida? ¿O pueden también servir como medios para expresarse una zapatilla o una tabla de monopatín?
Otro tema importante del libro es la nostalgia, que aquí nos da pie a hablar de otra Málaga, la de los noventa. Tu novela es esencialmente urbana. Si hiciésemos una lista de los lugares que aparecen en ella nos saldrían unos cuantos: desde La casa del guardia, aquí enfrente, hasta el antiguo Sonic o incluso la Velvet, que sigue existiendo pero en una versión más reducida, digamos. También hay paisajes de playas y litronas. ¿Qué extrañas más, la Málaga del pasado o a ti mismo en esos años?
La nostalgia va cobrando fuerza en mi obra como un hecho natural al echar la vista atrás y que cada vez quede casi todo más lejos. En Un mundo sin cuentos no había nostalgia, no podía haberla. Era una novela escrita con veinte años y casi todo era iniciático: primera novia, primer trabajo remunerado, primer coche, primer viaje, primera experiencia viviendo fuera de casa. Echo de menos escenarios, personas y también, a ratos, un estilo de vida que quizá ahora no me apetecería ni tan siquiera llevar pero del que conservo recuerdos épicos.
Las referencias a la música son una constante en tu bibliografía. Sonic Youth, en concreto, es el grupo de referencia de esta novela. ¿A eso sonaron los noventa en Málaga?
Los noventa sonaron a Grunge y a Hardcore. La música, como bien apuntas, es importante en mis libros en la medida en que lo es en mi vida pero las referencias las incluyo con cuentagotas. Creo que en Un mundo sin cuentos se mencionan tres grupos, en Cuando las luces de la ciudad se apaguen otros tres o cuatro, y en La extravagancia igual. Con esto quiero decir que una novela no debe ser el lugar en el que uno alardee de cuánta música oye, para eso ya están redes sociales como Spotify y, sobre todo, se debe a que el grupo que menciono o aparece en ese momento es esencial. Sonic Youth, a través de temas como Teenage riot, representa muy bien ese espíritu nostálgico de la novela al que aludes.
Tu libro contrapone el pasado de un tiempo si no mejor, más amable, al menos en lo musical, y el presente de una ciudad orientada a los museos. Diego tiene su galería en El Soho. Ayer miré cuánto cuesta un piso de una sola habitación allí y no bajaba de los 900 euros. En la vida real, ¿podría Diego alquilar un local allí?
En la novela creo que se deja caer que Diego tenía algo de dinero ahorrado y que podía contar con el apoyo de unos padres que luego, si no me equivoco, no vuelven a mencionarse. Con esto te quiero decir que, entre los recursos de un novelista, está el de justificar ciertas cosas a veces de manera incluso débil, porque no es lo que importa: te tomas ciertas licencias en beneficio de la historia como conjunto. Yo quería que Diego montase una galería ahí, y no me preocupaba ser excesivamente riguroso en ese sentido. Intento en la medida de lo posible que las piezas encajen pero a veces hasta me puede parecer interesante que se produzcan ese tipo de desajustes o inconsistencias. Con respecto a los museos, Soho, etc., acostumbro a formular una pregunta: ¿Cómo se hace más cultura, abriendo museos u ofreciendo espacios a los jóvenes donde puedan aprender a pintar, ensayar con sus grupos, etcétera? Opino que de las dos formas pero parece ser que a las autoridades solamente les preocupa o interesa una.
Precisamente Málaga no puede presumir de tener muchas galerías o incluso de poseer una verdadera industria cultural. Tú, como músico, sabes del mal momento que pasa la música en directo en la ciudad. Es verdad que entre los diálogos se cuela cierta crítica, pero, tratando la novela tan frontalmente el tema del arte, ¿no has tenido ganas de mojarte un poco más, ahora que es evidente que todo se está yendo de madre?
No quería escribir una novela acerca de Málaga o por lo menos no acerca de la situación actual que atraviesa la cultura. Lo importante no era tanto que se tratase de una galería de arte como de enfrentar dos modelos de negocio distintos, podría haber puesto frente a frente una librería como Luces y Fnac o una editorial como Siníndice y el grupo Random House Mondadori. Al final lo poco que ha salido al respecto es lo poco que supongo que no he podido evitar contener, porque el tema como tú bien sabes está en el aire. Más bien, ha podido pasar que a través de algunos hechos o conversaciones se haya podido vislumbrar esa problemática e incluso confundirla con una intención. Son muchos los temas que trato en esta novela y creo que, la situación particular por la que atraviesa Málaga culturalmente hablando, daría para un libro entero. Lo de la música me parece de una hipocresía punible. El tema de las licencias café-teatro es muy paradigmático ya que lo que consiguen es impedir ofertar música en directo a los que realmente tienen interés en hacerlo con conocimiento de causa, enmascarando la intención verdadera que hay detrás de la licencia que es la de tener el monopolio de la venta de alcohol a partir de las cuatro de la mañana.
No obstante, tu conexión con la cultura alternativa como redactor de Staf Magazine se siente en Exposición, por ejemplo a través del panorama skater que esbozas y de un personaje, Fabián.
Sí, la cultura del patín está en mi vida para siempre y condicionó toda mi percepción de la realidad. A mí me socializaron mis padres, el colegio y muchísimo la calle a través del patín. Cuando has patinado no puedes volver a mirar la ciudad de la misma manera. Una barandilla es para hacer hand-rail y una escalera es un lugar para hacer un truco potencial. El skate se adelantó a muchas cosas. En mi libro, uno de los personajes dice que ahora todo el mundo lleva camisetas Thrasher sin saber lo que esa compañía representa y que eso ha sido propiciado porque se las han visto a Justin Bieber y Rianha, y eso le ha sentado mal al dueño de Thrasher pero esa es otra historia. Ahora también todo el mundo lleva zapatillas Vans (yo ahora mismo llevo unas) sin saber que esas zapatillas, al igual que unas botas de fútbol, nacen para practicar un deporte concreto. Pero esto lo que demuestra es que el patín y los skaters han ido siempre un promedio de veinte años por delante. De ahí que yo no entienda la persecución a la que suelen verse sometidos cuando lo que abría que hacer es prestarles atención y escucharles.
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EXPOSICIÓN
Editorial Siníndice / Novela
236 páginas 20,00 euros
ISBN: 978-84-17235-32-1
Isabel Bellido (1992) es periodista cultural con especialización en Literaturas Hispánicas por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha colaborado con Jot Down Magazine, Yorokobu y Diario SUR. Actualmente escribe en The Objective y es responsable de prensa de las editoriales Fulgencio Pimentel, Barrett y Dos Bigotes.