Ciertos personajes tienen la capacidad de reescribir las normas de la cultura popular y acaban convirtiéndose en leyenda. Este es el caso de Danny Clinch, un amante de la música y de los coches clásicos que en las últimas dos décadas se ha consagrado como el fotógrafo de rock más influyente del mundo. Sus exposiciones son eventos multitudinarios que congregan a celebridades del espectáculo, sus libros han recibido críticas entusiastas por parte de revistas de tendencias y las grandes estrellas del rock sueñan con sus retratos en la ceremonia de los premios Grammy. No en vano, es el fotógrafo oficial de la gala. Pero lejos de acomodarse en esa burbuja de glamour y de fantasía en tecnicolor, el protagonista de esta entrevista también se ha plantado nuevos retos profesionales. Recientemente ha dirigido videoclips para Pearl Jam y documentales de culto como “A Tuba To Cuba” sobre la Preservation Hall Jazz Band y “All I Can Say” sobre el malogrado cantante Shannon Hoon (Blind Melon). Además, cuando no está recorriendo el mundo con su cámara colgando del hombro, es habitual que toque la armónica en diversos festivales con su banda: The Tangiers Blues Band. A continuación os presentaos una historia personal e intransferible que no puede entenderse sin su banda sonora ni sus imágenes con destellos analógicos. Bienvenidos al apasionante universo de Danny Clinch.
Te propongo remontarnos a los inicios de esta aventura como fotógrafo. ¿Recuerdas cómo fue tu juventud en los años 60 y cuándo descubriste la pasión por las cámaras?
Nací en Nueva Jersey en 1964 y recuerdo que mi madre se pasaba el día haciendo fotos mientras yo dibujaba. Entonces ya me atraían el arte y la pintura, así que sólo era cuestión de tiempo que empezara a pedirle prestada su cámara para colarme en conciertos de rock, en una época en la que aún nadie llevaba teléfonos móviles. Después me matriculé en la universidad y decidí estudiar la carrera de fotografía, aunque también me inscribí a muchos talleres y uno fue en The Ansel Adams Gallery Workshop en el Parque Nacional de Yosemite en California, donde conocí a Annie Leibovitz. Primero hice prácticas con ella y luego acabé trabajando como su asistente. Evidentemente, eso me abrió muchas puertas y me permitió hacer fotos para revistas de música como Spin y Rolling Stone, además de colaborar con sellos discográficos como Def Jam Recordings, que era uno de los pioneros del hip-hop.
¿Colaborar con Annie Leibovitz fue el punto de inflexión que te animó a emprender una carrera como fotógrafo musical?
Supongo que sí porque pude ver que ella se había consolidado en el mundo de la fotografía y yo quería lograr lo mismo. Aunque, al principio, no tenía demasiado claro cómo iría esa aventura y si ganaría dinero con mis fotos. Lo único que sabía era que adoraba la fotografía, que amaba la música y que me encantaba ese tipo de arte que se desarrollaba en Nueva York, además de mi pasión por viajar. Después de colaborar con Annie y otros fotógrafos empecé a darme cuenta de que había espacio para mi visión de las cosas. Cuando eres joven piensas que esas fotos tan hermosas desprenden magia y la reacción de la gente al verlas es lo que sigue inspirándome en mi trabajo.
A finales de la década de los 80 fotografiaste a los artistas del sello Def Jam y formaste parte de la escena del hip-hop de Nueva York. ¿Cómo era trabajar con Rick Rubin?
Fue una gran experiencia, aunque no me relacionaba demasiado con Rick Rubin ni Russell Simmons. Pasaba la mayor parte del tiempo con la gente del departamento de arte, que recibía el apodo de The Drawing Board, y pude fotografiar a artistas como LL Cool J, Public Enemy, 3rd Bass y los Beastie Boys. Esos trabajos me abrieron muchas puertas y entonces pude dar el salto al mundo del rock, colaborando con bandas como Jane’s Addiction, Red Hot Chili Peppers y Smashing Pumpkins.
La fotografía de rock n’ roll fue muy icónica en la década de los 60, pero tú has logrado mezclarla con el género documental y la publicidad. ¿Cómo ha evolucionado tu mirada con la cámara?
Me encantaban las primeras fotos de Annie Leibovitz, de Robert Frank y de Danny Lyon porque tenían un marcado estilo documental. Por ese motivo yo empecé buscando esa estética y terminé trabajando con músicos, que también tienen una gran faceta artística. Ten en cuenta que los músicos viven sin normas establecidas y eso me permitió desarrollar mi carrera como fotógrafo del mismo modo que ellos, además de aportar cierta dosis artística a lo que hacía. Podía llegar a una sesión y retratarlos mientras trabajaban en el estudio, mientras grababan una canción o cuando estaban en el backstage como si se tratara de un documental. Aunque también podía experimentar con el movimiento, jugar con las dobles exposiciones o hacer fotos con mis cámaras de plástico o la Polaroid. En un mundo perfecto, mi intención era combinar una visión realista con una estética artística.
¿Crees que tu carrera se benefició de que muchas bandas alternativas de los años 80 dieran el salto al estrellato a principios de la década de lo 90 gracias a la MTV?
Las cosas cambian mucho, pero en el fondo siguen siendo las mismas. Lo que acostumbro a decir es que el hip-hop no era demasiado comercial cuando empecé a retratarlo y la gente pensaba que sería una moda pasajera. Por ese motivo los fotógrafos famosos me pasaban sus encargos y los jóvenes como yo teníamos una oportunidad de publicar. Hasta que grupos que adoraban el hip-hop, como Smashing Pumpkins y Jane’s Addiction, vieron mis fotos y me pidieron que colaborara con ellos… y resulta que se hicieron muy famosos. Yo aproveché ese momento de cambio en la escena musical y pude demostrar a la gente que no sólo trabajaba con artistas de rap, sino también con bandas de rock alternativo que estaban en las listas de éxitos. Estoy muy orgulloso de haber retratado a Tupac Shakur, pero también a Tony Bennett, Willie Nelson, Metallica, Neil Young y Bruce Springsteen porque no me gusta centrarme en un único género.
En tu libro “Still Moving” el lugar tiene casi tanta importancia como el artista retratado. ¿Afrontas de manera distinta el trabajo en los escenarios y en la intimidad de los estudios de grabación?
Creo que todas mis fotos comparten el mismo espíritu. Amo la fotografía, siempre llevo una cámara encima, salgo mucho con músicos y la gracia de algunas de las fotos de este libro es que no eran un encargo. Simplemente estaba con Eddie Vedder o Dave Grohl de los Foo Fighters, saqué la cámara, hice algunas fotos y se han convertido en mis favoritas. Cuando estoy en medio de una sesión, intento crear un ambiente muy relajado de trabajo y no entrometerme en nada de lo que sucede. Me gusta que sea como una reunión de amigos en la que ellos también colaboran conmigo. Esto significa que si estoy en el backstage con un artista, lo único que hago es mantener la boca cerrada, observar qué sucede y hacer fotos. Pero si estoy en un estudio de grabación puedo pedirles que se muevan para aprovechar una luz bonita y entonces me siento como un director de teatro. Es el mismo espíritu para mantener las buenas vibraciones. Piensa que a otros fotógrafos les gusta crear tensión, ser ruidosos y gritar a la gente. No los critico, aunque ese no es mi estilo.
Otra de tus colaboraciones destacadas ha sido con Ben Harper, no solamente gracias a las fotos de sus discos, sino también con el documental que rodaste sobre los inicios de su carrera…
Conocí a Ben Harper cuando estaba preparando una portada para la revista Time. Resulta que la foto en color que aparece en el libro “Still Moving” donde él está aguantando dos guitarras la hice en esa sesión. Nos llevamos bien en seguida y me encanta su música, así que pensé: “Estoy convencido de que este tío tendrá una carrera muy larga”. Poco después le propuse hacer un documental sobre su trayectoria porque me atraía mucho la idea de contar una historia en formato de película. Además, Ben era un gran protagonista. Desde entonces hemos colaborado en muchos proyectos, desde las portadas de sus discos, hasta un documental sobre su trabajo junto al bluesman Charlie Musselwhite que fue nominado a un Grammy. ¡Ésa fue mi tercera nominación a esos premios! Nos hemos hecho buenos amigos e incluso quedamos después de los conciertos.
¿Podrías contarnos alguna anécdota de tu trabajo con Ben Harper que no haya quedado plasmada en ninguna fotografía o documental?
Cuando estábamos rodando el documental fuimos a varias fiestas muy locas en discotecas y, con el paso del tiempo, hemos salido mucho con nuestras familias, sobre todo cuando los niños eran más pequeños. Además, ambos adoramos los coches antiguos y él también aparece en mi libro titulado “Motor Drive”, una edición limitada, firmada y numerada de 340 ejemplares. Está formado por retratos de músicos conocidos con sus coches o sus motos. Y Ben Harper aparece en su Chevy Impala de 1962. Además, yo toco la armónica en una banda de blues que se llama Tangiers Blues Band y acostumbro a subir al escenario con los artistas que conozco. Resulta que Ben Harper me invitó a tocar con él y con Charlie Musselwhite, una auténtica leyenda de ese instrumento. Fue asombroso. Cuando alguien te invita a tocar la armónica junto a Charlie Musselwhite es un sueño hecho realidad.
Tengo entendido que tú también eres un gran apasionado de los automóviles. Supongo que el libro “Motor Drive” fue una apuesta personal para unir esta afición con la música…
Mi padre adoraba los coches y las motos. Desde que tengo memoria lo recuerdo construyendo, reformando y reparando todo tipo de vehículos con motor. Yo empecé a conducir cuando cumplí seis años. Además, los automóviles y el rock n’ roll han tenido una conexión muy evidente a lo largo de las décadas y deberíamos remontarnos a la época de Elvis, Chuck Berry y Johnny Cash con sus Cadillac. La premisa para el libro “Motor Drive” surgió a partir de una conversación con mi amigo Alex Nowak porque teníamos ganas de colaborar en un proyecto. Él se encargó de maquetar el libro una vez nos dimos cuenta de la enorme cantidad de fotos que yo había hecho de músicos en sus coches, en sus motos y en los autobuses de gira. Nos llevó siete meses terminar el trabajo, tanto de selección de imágenes como de diseño. Alex se encargó de la mayor parte del trabajo porque confío mucho en su criterio. Es una edición limitada de 340 libros firmados y numerados, en honor al Dodge Demon de 1971 propiedad de Tom Morello que tiene un motor de 340 pulgadas cúbicas.
Últimamente te has adentrado en el mundo del documental. ¿Crees que tu experiencia en el terreno fotográfico ha influido en tu manera de narrar historias para la gran pantalla?
Ambos mundos están basados en contar historias, ya sea con imágenes estáticas o en movimiento. Sinceramente, creo que mi aproximación a la fotografía ha ayudado mucho a mi manera de dirigir documentales… y puede que también suceda a la inversa. Cuando haces una foto estás narrando una pequeña historia en un único encuadre y resulta complicado, por eso es más sencillo contar una historia con personajes en movimiento y diálogos. Pero ambas disciplinas están estrechamente relacionadas.
En el Festival de Cine de Nueva Orleans de 2018 estrenaste el documental “A Tuba To Cuba” protagonizado por la Preservation Hall Jazz Band. ¿Qué se esconde detrás de esta obra?
Se dieron muchas coincidencias. Ben Jaffe y yo somos buenos amigos. Sus padres fundaron el Preservation Hall en 1961 y ahora él es el líder de la banda. Resulta que mi esposa nació en Cuba, así que yo siempre he sentido debilidad hacia ese país y los coches clásicos norteamericanos. También me encanta el jazz de Nueva Orleans y la música cubana. Cuando la Preservation Hall Jazz Band tuvo la oportunidad de viajar allí para actuar en el festival de jazz de la Habana, yo y el codirector T.G. Herrington decidimos unirnos a la aventura para hacer un documental sobre ese momento tan especial. Nos dimos cuenta de que existen muchas conexiones entre Nueva Orleans y La Habana que se remontan al siglo XIX y principios del XX debido a la esclavitud. Todo lo que sucedió entonces unió las culturas de esas dos ciudades.
Supongo que ha sido un sueño hecho realidad conseguir que el documental “All I Can Say” sobre el malogrado cantante Shannon Hoon se haya presentado en el Tribeca Film Festival 2019…
Para nosotros fue una celebración de la vida de Shannon, de la carrera de Blind Melon y de la música que han hecho. La banda sigue tocando y componiendo nuevas canciones. Organizan conciertos y mucha gente va a verlos en directo porque son muy buenos. Entonces te das cuenta de su enorme talento. Además, se encargan de mantener vivo el legado de Shannon. Después de la proyección en el Tribeca Film Festival montamos un concierto en un pequeño bar de Nueva York e invitamos a un par de amigos (el músico Joseph Arthur y el cantante de The Gaslight Anthem Brian Fallon) para que interpretaran temas de Blind Melon con el grupo. Fue asombroso y lo pasamos genial. También vino Nico, la hija de Shannon, para cerrar el show. Ten en cuenta que los miembros de Blind Melon y yo somos viejos amigos porque nos conocemos desde hace más de 25 años. Parece que fue ayer mismo cuando estábamos en Woodstock 94 viviendo el mejor momento de nuestras vidas y planeando la siguiente gira. Pero, de repente, Shannon murió. El tiempo y la vida son demasiado cortos. Esto es una parte muy importante de la historia que cuenta “All I Can Say”.
Este documental ha sido posible gracias a que el líder de Blind Melon dejó cientos de cintas de video con grabaciones personales. ¿Cuál fue el mayor reto que afrontaste como director?
Yo he sido el director y el responsable del proyecto, pero he contado con la ayuda de las codirectoras Taryn Gould y Colleen Hennessy. Sin olvidar la cuarta persona del equipo, el propio Shannon Hoon. El mayor reto fue visionar y poner orden a esa ingente cantidad de material grabado. Taryn y Colleen se encargaron de visionarlo todo y de montar una historia que funcionara sin tener que recurrir a imágenes adicionales. Realmente hicieron un trabajo de edición asombroso. Y Shannon hizo un gran trabajo dejándonos esa historia para la posteridad porque documentó todo lo que hacía. Grababa el reloj de la pared, preguntaba la hora a la gente con la que se cruzaba, grababa los horarios de la gira en los que se indicaban los encuentros con la prensa… todo estaba muy completo.
No es habitual que un artista tan famoso se dedique a llevar una cámara de video a todas partes para grabarse a si mismo. ¿Cómo describirías a un personaje tan icónico como Shannon Hoon?
Es importante mencionar que Shannon fue un pionero de la autodocumentación antes de que existieran Instagram o Youtube. Era un tipo que se preocupaba por llevar una cámara a todas partes, que controlaba que las baterías estuvieran cargadas, que se aseguraba de tener cintas de video, que almacenaba las grabaciones y vigilaba que no les pasara nada. Sin embargo, no tuvo tiempo de hacer nada con el material que acumuló y tampoco pudo compartirlo con nadie. Creo que se anticipó a todo lo que sucedió después con las redes sociales y eso, desde mi punto de vista, es muy interesante.
Para terminar la entrevista me gustaría hacerte una pregunta de ciencia ficción. ¿A qué época histórica viajarías si tuvieras una máquina del tiempo y a quién te gustaría conocer?
Pasaría una temporada con Bob Marley, saldría con él a cenar y estaría con su banda en el estudio de grabación. También soy un apasionado del blues, así que no me importaría ver en directo a algunos de los grandes artistas de este género, como Muddy Waters, Little Walter y Sonny Boy Williamson. Sin embargo, tuve la oportunidad de conocer a B.B. King y me dejó aguantar su guitarra, la famosa Lucille, para una foto que nos hicimos juntos y que está en mi Instagram. Así que puedo decir que ya he cumplido alguno de mis sueños. Aunque lo primero sería conocer a Bob Marley porque me gusta su mensaje de paz, amor y buen rollo. Puede sonar un poco hippie, pero me parece muy interesante.
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