Paco Cumpián

1 December 2023 Texto: Francisco Daniel Medina. Fotografía: Archivo Paco Cumpián.


Un poeta en tránsito constante

Paco Cumpián es un hombre polifacético que ha exprimido la vida, teniendo como norte su curiosidad insaciable y pasión por los libros. Ha sido poeta, impresor, librero, organizador maratoniano de recitales de poesía y, a día de hoy, sigue haciendo lo que más le gusta que es leer, escribir, y vivir una vida tranquila apegado a lo que él considera las cosas importantes, que poco tienen que ver con las noticias de la tele, las redes sociales, ni nada de eso, sino con habitar un pueblo pequeño en el que la gente se saluda y habla, se conoce, se ayuda, y está tan ocupada en resolver los problemas del día a día (la compra, reparar la fachada, visitar a algún familiar o algún enfermo), que no tiene tiempo para pensar en actualizaciones de estado, mundiales de fútbol u otro tipo de cuestiones más mediáticas. Paco sigue escribiendo cada día como quien emprende un camino sin un destino premeditado, sino que durante el trayecto se va parando aquí, bifurcándose allá, y así urde una obra y una biografía en la que queda cabida para la improvisación, para el cambio de postura. Cumpián escribe libros que empiezan siendo una cosa para terminar siendo otra porque, como ha hecho siempre, él va por libre y no atiende al dictado de ningún mercado ni moda. Él mismo (su manera de ser y estar) se nos antoja su gran obra maestra.

(Me cito con Paco Cumpián en los jardines próximos al Ayuntamiento de Málaga. Él viene en compañía de Maribel que, en todo momento, está a su lado. En algún punto, Paco la mira para que ella corrobore alguna fecha o nombre de persona o lugar. Ha pasado una vida al lado del poeta y conoce bien todas sus anécdotas. Yo la conozco también a ella a través del visionado del documental ‘A plomo’ que saldrá a colación en algún punto de la charla. Registro toda la conversación con la grabadora y, por consiguiente, a lo que van a asistir a continuación es a una transcripción lo más fidedigna posible de la misma.

 

 

Estimado Paco, yo me recuerdo siendo muy joven, a finales de los noventa, saltándome clases en la facultad para irme a tu librería Árbol de Poe. Recuerdo una mañana, corría el año 1998, en la que te dije que Huerga & Fierro iba a editar mi primera novela, y tú me comentaste que estabas pendiente de sacar un libro con ellos. Luego, antes de marcharme, me diste un consejo que se me quedó grabado. Me dijiste Cuatro ojos ven más que dos. ¿Qué pasó con ese libro? ¿Eres muy meticuloso con las correcciones?
Para mí es muy importante la corrección del manuscrito, pero si te digo la verdad siempre se me escapa alguna errata. Uno está muy acostumbrado a leer su propio texto y la mente se adelanta a la vista. Por eso siempre procuro dárselo a algún amigo lector al que no se le escapa ni una. Pero ten en cuenta que casi todos mis libros los he publicado yo, excepto dos o tres que he dado a otros editores, y entonces al componerlos yo con la imprenta tipográfica es normal que surja algún fallo porque tengo que armarlo letra a letra. Con relación al libro que comentas, no llegó a publicarse. Como anécdota te diré que hace poco me encontré a los editores y me dijeron que era el único autor que tenía el ISBN de la editorial, pero luego el libro nunca llegó a publicarse.

¿Tuviste intención desde muy joven de dedicarte a la poesía o vivir de la literatura?
Nunca he considerado mi labor como poeta una manera de ganarme la vida. Como decía hace poco en una entrevista La poesía no es una puta ni yo el chulo que pretenda vivir de ella. La poesía, para mí, son otras muchas cosas. Ni lo he querido ni lo he pretendido, aunque en realidad sí he vivido de alguna manera de la poesía; no de mi poesía, sino porque he hecho libros, he tenido una imprenta, una librería, he organizado muchísimos recitales en Málaga y en casi todos los sitios donde he vivido. He organizado centenares hasta el punto de que mi amigo Jesús Aguado, el poeta, dice que debería aparecer en El libro Ginness de los ecords como la persona que ha organizado más recitales de poesía en el mundo.

 

 

Para un joven de mi generación, habiendo cambiado todo tanto y habiéndose sustituido las librerías de autor por espacios franquiciados, Árbol de Poe posee un aura romántica y legendaria. ¿Podrías contarnos cómo surgió y por qué acabó su ciclo?
Me tengo que remontar a mi etapa en Madrid para llegar hasta Árbol de Poe. Verás, yo fui a Madrid para pasar una semana y me quedé diez años. Llegué cuando llegaron los socialistas al poder, cuando empezó la movida madrileña. Además, tuvimos la suerte de conectar con los círculos apropiados, tanto desde el punto de vista poético como político-anarquista. Vivimos toda la efervescencia política y cultural de primera mano, alternando con los poetas, los músicos, los pintores. Y eso explica que nos quedáramos allí viviendo tanto tiempo. Todos los días era una fiesta. Pasados los años, coincidió el nacimiento de mi hija con la llegada del PP, y todo empezó a ponerse feo, ya no había movida madrileña; ten en cuenta que yo daba muchos recitales con Chicho Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo, Carmen Martín Gaite en el Café Manuela y empezaron a poner dificultades. Madrid ya no era el mismo. Nosotros éramos once hermanos, y mi madre había comprado una casa grande en Málaga, con dos pisos y una planta baja, por si alguno de nosotros tenía la necesidad de vivir allí. Justo en ese momento, se me puso delante la posibilidad de comprarme una imprenta tipográfica cuando ya nadie las usaba. Yo era un enamorado de los libros que hacían Manuel Altolaguirre y Emilio Prados en la Imprenta Sur. Cuando decidí comprar la imprenta, en Madrid quedaban tres o cuatro, y no hacían libros de poesía, la usaban para tarjetas de visita y cosas así. Y cuando yo compré la mía todavía quedaban dos casas que hacían letras en plomo, una en Madrid y otra en Barcelona, y aproveché para comprar varias familias que me han durado todo el tiempo que he estado trabajando. Entonces, como te decía, habiendo vivido la movida en Madrid y estando todo decayendo un poco, me encuentro con la posibilidad de volverme a Málaga, vivir en un piso y tener un local abajo lo suficientemente espacioso como para montar la imprenta que era lo que más me motivaba, y una librería. Yo nunca me he sentido librero, pero la librería me permitía unos ingresos y, al ser pequeña y tan especializada, tampoco iba tanta gente ni me daba tanto trabajo. Y leía lo que luego vendía.

 

 

Ya que ha salido el tema de la imprenta tipográfica, cuéntanos algo de la experiencia del rodaje del documental A plomo que se centra, ya desde el título, en esa importante faceta tuya.
Con relación al documental, eso me lo propusieron Sole y Pablo (La Trinchera). Me decían de quedar tal día y yo me limitaba a sentarme con ellos a charlar. Ellos sí tendrían una especie de guion o estructura en su cabeza, pero a mí me lo pusieron muy fácil en todo momento. Quedábamos, hablábamos y ya está, y la verdad es que estoy muy contento con resultado. Me ha permitido contar unas vivencias que para mí son muy especiales.

Centrándonos ahora más en tu faceta de escritor, ¿qué autores o literaturas fueron cruciales en tu etapa de formación?
En Málaga, cuando yo empecé a meterme en la poesía, éramos muy pocos. Estábamos en plena época franquista. Tendríamos diecisiete o dieciocho años, y lo primero que nos sedujo fue la poesía de Blas de Otero; es decir, una poesía más social y reivindicativa, que entendíamos como un arma para denunciar lo que no nos gustaba. Pero eso duró poco y ya llegaron la antología de los Nueve novísimos del crítico Castellet, los libros de Pere Gimferrer, Molina Moix, y ahí empezó ya otra historia, otras influencias. Yo luego conecté con la poesía beat y, realmente, he leído tanto y de procedencia tan diversa, que no sería justo decirte un autor. De hecho, a pesar de contarte que empecé a leer a muchos autores beat, no me considero a mí mismo un autor que se pueda incluir dentro de ese saco, pero se me mete con frecuencia y creo que es más por mi estilo de vida y mi manera de ser.

 

 

Y, en ese sentido, el haberte ido a vivir a Marruecos, concretamente a Chauen, no creo que haya contribuido a deshacer esa imagen que se tiene de ti como un poeta afín a la generación beat.
Estoy de acuerdo contigo, pero insisto en que es más bien cierto talante o manera de entender o afrontar la existencia, más que similitudes literarias. De hecho, como suele suceder con los movimientos, los propios autores de la generación beat son muy distintos entre ellos.

También has publicado el poema Aullido de Allen Ginsberg.
Exacto, ése fue de los últimos libros que publiqué antes de dejar la imprenta. Fue un libro muy bonito y muy costoso. Lo tradujo Ignacio Pariente.

No sé bien cómo, pero hemos vuelto a la imprenta tipográfica. ¿Y por qué la dejas?
Por una imposibilidad de seguir, principalmente. Siempre me ha apasionado la posibilidad de componer los libros letra a letra, pero, con el tiempo y por razones diversas, ya no era posible. Las letras se gastan y se vuelven romas y ya no dan la calidad debida. No hay letras ni tampoco tinta, porque la tinta que usaban para la imprenta tipográfica ya no hay, ahora hacen una que se seca en un día; entonces imagínate que yo tengo que limpiar los catorce rodillos de la máquina todos los días, es insostenible.

 

 

Según he leído también en alguna entrevista, tu marcha a Chauen tiene que ver con el hecho de buscar un sitio en el que nadie te conociera ni tú conocieras a nadie. ¿Tiene esa decisión algo de huida de un mundo del que te sientes desencantado?
De eso que comentas, me estoy dando más cuenta ahora, dos años y medio después de mi llegada. Cuando me marché, la razón era más bien que me apetecía cambiar lo cual, a lo largo de mi vida, ha sido una constante. Había que dejar la imprenta, la casa, y lo vi como la oportunidad para conocer otro sitio que, además, me atraía. No era un destino premeditado a pesar de que siempre me ha tirado mucho Marruecos. Me he dado cuenta ahora cuando vengo, ya que tengo que salir de allí periódicamente porque no soy residente, de que me cuesta estar aquí. Por ponerte un ejemplo, yo allí no leo el periódico ni tengo televisión. Entonces cuando llego aquí y veo la televisión y veo los temas que protagonizan las conversaciones de la gente, me quedo alucinado. Es como si aterrizase en otro planeta. En Chauen, que es un pueblo muy tradicional y tranquilo, no es Casablanca ni Rabat, la gente se preocupa por vivir el día a día, por ir a comprar, por visitar o cuidar a algún familiar enfermo, pero no está pendiente de las redes sociales ni de las noticias de la tele. Yo lo veo una vida más natural y libre. Por eso cada vez me cuesta más sintonizar, por así decir, con el tipo de vida en España. Cuando llego aquí y todo el mundo está hablando de la selección española o del famoso de turno, me siento desubicado. Allí se vive a otro ritmo, y las urgencias de la vida cotidiana no dan para pensar en otras cosas.

 

 

¿Y culturalmente hablando te ha costado adaptarte?
Hay cosas que cuestan más y otras que son sencillas. La gente, por ejemplo, es muy religiosa, reza cuatro veces al día donde le pille. Todo está en base a lo que Alá quiera y yo me meto mucho con ellos por eso. Yo cuando me despido de alguien en el bar al atardecer y le digo Nos vemos mañana a las ocho y me responde Si dios quiere, me enfado. Y digo No, mañana a las ocho. Porque ellos pueden decidir no aparecer, y como es porque Alá no lo ha dispuesto tienen la excusa perfecta. Por eso te insisto en que es una vida muy diferente. Allí si no matas ni robas, que eso se considera pecado mayor, todo te lo perdona Alá, con lo cual puedes hacer lo que quieras un día que al siguiente empiezas con la lista de pecados impoluta. Eso podríamos entenderlo como una irresponsabilidad moral, pero es parte de su filosofía. Pero luego tienen cosas que son infinitamente más coherentes y mejores que las nuestras como sociedad, y lo triste es que no haya más vasos comunicantes para que podamos ser más permeables y beneficiarnos todos de las cosas buenas del otro. Yo me llevo muy bien con los marroquíes porque escucho, pero no juzgo ni discuto. Y a mí ellos me respetan muchísimo.

 

 

¿Y crees que tiene solución la distancia tan aparentemente insalvable entre pueblos vecinos?
Creo que hay una brecha enorme a pesar de estar a media hora de avión y la relación entre ambos países y sus gentes está construida a base de estereotipos. Y, cuando vives allí, y te mezclas con la gente, te das cuenta de que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan. Hay estereotipos dañinos en ambas direcciones y creo que tiene poco arreglo. La idea generalizada que nosotros tenemos del marroquí es muy injusta y tiene que ver con el modo que tenemos y hemos tenido históricamente de relacionarnos con ellos, y con la información contaminada en ambas direcciones. Y, como te decía, la solución es complicada porque hablamos de un problema de fondo que tiene que ver con la natalidad, la cultura, la geopolítica y otros factores. No hablo ya de Marruecos, sino de África en general. Es un continente que no para de crecer demográficamente, que tiene muchos problemas que nosotros no entendemos. Ellos no van a parar de intentar venir y nosotros de retenerlos. Si partimos de la base de que la relación que tenemos se basa en esa tensión constante a la cual no se da solución correcta ni se explica adecuadamente, apaga y vámonos. Y cuando tú te sitúas, como es mi caso, a caballo entre los dos mundos, lo que sientes es tristeza porque empiezas a conocer a todas las partes y a empatizar con todos. En Marruecos no hay hambre, pero si ahondamos en la África más profunda, la situación es muy distinta a la nuestra y, aunque ellos luego aquí encuentren hostilidad, ponte en el pellejo de alguien que viene huyendo de guerras, o masacres y hambrunas. Para ellos, pensar en venir aquí es lo más parecido a un paraíso. Pero volviendo a Chauen que es lo que yo conozco, yo me quedaba pasmado porque, por ejemplo, en la pandemia no había turistas, pero ellos abrían sus negocios cada día, aunque no fuese nadie. Yo me preguntaba, Pero esta gente de qué vive. Y luego te das cuenta de que allí sigue desempeñando un papel fundamental, en ese sentido, la familia y la comunidad de modo que a nadie le va a faltar lo mínimo.

 

 

Te imagino en ese contexto y no puedo evitar forjarme una imagen romántica de ti, como ese artista que se retira a un sitio exótico, tranquilo, ese autor casi maldito que se aísla del mundanal ruido para entregarse a crear, alejado de los círculos literarios, los medios de comunicación, etc. ¿Hay algo de eso en tu marcha?
A mí los sitios no me hacen escribir más o menos ya que he escrito en todos los lugares y en todas las circunstancias; por tanto, no me he ido a un pueblo perdido de Marruecos porque considerase que eso iba a tener un efecto positivo en mi literatura.

¿Tienes algunas rutinas, rituales o manías a la hora de abordar el proceso de escritura?
Siempre he escrito a diario, lo puedes llamar rutina, pero yo ni tan siquiera lo veo así. Yo siempre he escrito un libro detrás de otro, cuando acababa uno ya estaba empezando el siguiente. No tengo horarios ni manías, lo mío más bien ha sido la costumbre de sentarme a trabajar todos los días, pero a la hora en la que he podido encontrar el hueco. Escribo lo que me surge sin plantearme ni siquiera escribir cierto tipo de género o tener un guion previo. En mi caso siempre ha sido así, avanzo y el propio libro va adoptando la forma que le corresponde de manera que el principal sorprendido del resultado soy yo.

Cuando tienes tiempo, ¿te debates a veces entre dedicarlo a leer o escribir?
Siempre he leído al igual que siempre he escrito. De hecho, una de las cosas buenas de la librería, como te comenté al principio, era que tenía los libros que me gustaban y todo lo que entraba lo terminaba leyendo. Era como si yo comprara los libros para mí y luego los vendía. Eso era lo mejor de ser librero que, como te dije antes, para mí nunca fue vocacional. Para mí leer y escribir forman parte de una misma actividad, no distingo. Ambas cosas las he hecho toda mi vida de forma natural.

 

 

Otra cosa que me parece destacable de ti, es que yo te veo y veo a una persona joven tanto por la actitud como por la forma de vestir y hablar, por tu manera de vivir la vida. Creo que eso es algo que se puede ver también porque sigues estando en contacto con las nuevas generaciones que vemos en ti un referente. Recientemente publicaste un poemario ‘Confín’ con Letraversal, editorial detrás de la cual están los amigos comunes Ángelo y Violeta. Cómo surge esta propuesta.
Yo tampoco me siento viejo, lo que pasa es que ya están todos los achaques encima. Como  sabes, casi todos mis libros me los publicaba yo salvo excepciones. Es verdad que tampoco me gustaba a veces ser yo mi propio editor. En el momento en que dejo de tener la imprenta, tengo que buscar a alguien que me publique porque la posibilidad de auto-editarme como a mí me gustaba desaparece. He editado algún libro gracias a mi muy buena relación con Ferrán Fernández que tiene la editorial Luces de Gáliboque edita de maravilla. Mi relación con Ángelo y Violeta viene ya de lejos y tiene que ver precisamente con la poesía y con el Festival Irreconciliables. Lo empezó María Eloy García y luego yo me apunté para ayudarla. Era un trabajo que requería muchas horas de ordenador y Juanma Villalba y yo, que fuimos los que estuvimos la última etapa, nos sentamos y decidimos que esto había que dejárselo ya a gente más joven, con más energía y otro talante, y también un mayor conocimiento de cómo funcionaban las nuevas tecnologías, etc. También para no caer en el error de tener nosotros el monopolio del festival y que otra gente más joven pudiera tomar el testigo. El relevo del festival lo tomaron Violeta y a Ángelo, y de esa relación surgió la posibilidad de publicar mucho más tarde el libro que comentas.

 

 

Paco, ya para finalizar, y conectando con lo que has dicho de que siempre enlazas un proyecto con otro, ¿en qué andas trabajando en estos momentos?
Estoy escribiendo un libro nuevo como siempre y, siguiendo la costumbre, no tengo ni idea de lo que va a salir. Tengo un desconocimiento absoluto de mi obra hasta tal punto de que, a veces, vuelvo sobre poemas o textos antiguos y me sorprendo de haberlos pergeñado yo. Escribo una frase con la confianza de que le seguirá otra. Y a veces soy más rápido y otras más lento. Y la única certidumbre es que esto ha sido así durante años y al final el libro siempre sale. Como te decía, estoy escribiendo otro libro y a lo más que alcanzo es a saber que creo que tendrá tres capítulos, voy por el segundo, y creo que se va a llamar ‘Y entonces qué’ que es una frase del poeta Yeats que dice: Y entonces qué, cantaba el fantasma de Platón. Pero todo es muy espontáneo, sin planificar mucho. Luego es cierto que tengo que hacer algunos arreglos ya que al final éste es un oficio y uno tiene sus herramientas, pero tampoco suelo alterar demasiado el texto original, más allá de lo estrictamente necesario. Hay que trabajar las cosas porque hay repeticiones, pero pura técnica.

 

 

Decido acabar la conversación con Paco en este punto. Podríamos haberla prolongado durante horas, al menos en lo que a mí respecta. Pero me parece apropiado acabarla después de que mencionara el que posiblemente sea el título de su próxima obra: Y entonces qué… Pues estaremos atentos al próximo libro de Paco el cual él olvidará tan pronto como lo acabe para ponerse a escribir otro y es que así podríamos resumir su vida, como la historia de un hombre que enlaza libros sin parar del mismo modo que los latidos del corazón se suceden de manera irrefrenable. Caminamos un rato más juntos, él, Maribel y yo, y luego nos despedimos. La conversación que mantenemos durante el breve trayecto desde el Ayuntamiento hasta el Museo de la Aduana tiene que ver con la vida en Marruecos y la vida en España. Ojalá hubiese más Pacos que tuviesen esa lucidez e inteligencia, esa mirada más justa y atemperada, fruto de haber vivido aquí y allá y haber visto la vida y sus consecuencias desde muchos ángulos. Le veo alejarse con esa delgadez que confiere a su caminar un aire ingrávido, con sus pantalones holgados y su camisa estampada, luciendo un sombrero que redunda en el punto bohemio del conjunto, y pienso que yo con setenta y pico quisiera parecerme a Paco Cumpián.  

 

 

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