La discografía de Pata Negra no fue solo resultado de la pareja Rafael-Raimundo. Coincidieron otros factores, humanos, históricos, la intuición vital de todos los que lo hicieron posible… “Blues de la frontera” trasciende los márgenes musicales y se convierte en un documento que habla de libertad, creatividad pegada a la tierra, de una tradición mestiza desbordante, “echá palante” que no está dispuesta a limitarse sino a explorar territorios en todas direcciones sin más equipaje que un hatillo de pasión. Marcos Gendre pone sobre la mesa “Blues de la frontera. Anarquía y libertad de los Amador”, la historia de una obra mítica y a sus artífices, creada en los albores de una sociedad que, tras la autocracia franquista, se abre al mundo de mano de dos hermanos incapaces de distinguir arte y vida.
¿Qué te llevó a escribir un libro sobre los hermanos Amador y en particular sobre el “Blues de la Frontera”? ¿Qué tiene de significativo este disco que no posean “Rock Gitano”, “Guitarras Callejeras” o, salvando las distancias, “Veneno”?
Entre todas las razones que me convencieron de escribir este libro, la que más me motivó fue la de ayudar a cubrir el vacío editorial que existe en relación a la cultura de la comunidad gitana. Se escribe sobre ésta, pero pocas veces se le da voz a sus protagonistas. El mero hecho del topicazo implícito al hablar de lo gitano ha significado que, por ejemplo, Lole y Manuel aún no tengan un libro centrado en su carrera musical. Y eso creo que es tremendamente representativo de lo que apunto.
Sobre lo que tiene el “Blues de la Frontera” que no tengan sus otras obras cumbre, es básicamente una cosa: estamos ante la radiografía más veraz de la mezcolanza estilística que Raimundo y Rafael han mamado desde pequeños, y ha quedado grabada en su subconsciente. Sólo así es posible que entre los surcos del disco emerja el fantasma de Django Reinhardt, Bob Marley se pegue un paseo por el Guadalquivir o las sevillanas muten en jazz.
¿Cómo fue el proceso de creación de un libro centrado en entrevistas a autores relevantes y relacionados directamente con Rafael y Raimundo Amador?
El proceso fue empujado por Cathy Claret, que me abrió la puerta a la familia Amador. Esto fue básico a la hora de ampliar el enfoque que tenía en mente: realizar un documental donde mi aportación fuera la voz en off, que va cosiendo la ensalada de testimonios. Bajo esta voluntad, la naturalidad, gracia y lo profundo de las voces reclutadas ayudaron mucho a que lo planeado cuajara de forma sobresaliente. Eso sí, no fue tarea fácil hacer que se notara el acento personalizado de cada uno de los participantes sin cambiar nada de la transcripción.
El elenco de artistas y autores es impresionante. ¿Cómo llevaste a cabo la selección de entrevistados y la criba de información que aporta cada uno?
Como decía antes, fue Cathy Claret quien más hizo en esta misión. Para esta clase de libros si no encuentras la persona que te introduzca, estás perdido. Por suerte, no sólo fue ella de gran ayuda en este sentido, sino también Miquel Botella, que me contactó con la propia Cathy, Silvia Cruz Lapeña y Lolo Ortega.
En cuanto a la criba, la verdad es que no hubo. Todos los que fueron creciendo en mi lista de posibles fueron contactados en algún momento. Muchos dijeron que sí, aunque también me quedó la pena de no haber podido hablar finalmente con genios de la guitarra flamenca como Caracafé.
Tras la lectura del libro, tengo la impresión de que en el periodo en que se lleva a cabo el “Blues de la frontera”, ese momento histórico de tímida apertura cargada de ansia y libertad, espontaneidad e inocencia vital, propició una obra “única”. ¿Piensas que es posible un disco con las características del “Blues de la Frontera” y lo que este significa en el flamenco?
Hoy en día es muy difícil que un disco reúna estas características, porque éstas provienen de la naturalidad más absoluta. No hay mezclas de laboratorio, ni nada impostado. Todo surge de más de un año de trabajo previo, ensayos y una dedicación que, ya surgiera de la anarquía de la fiesta o de sus sesiones en los locales “El Calambrazo”, reluce en lo que es: algo que nunca surge de la casualidad, sino de un tiempo, genio y subconsciente que sería harto complicado de reunir en un disco de hoy en día. De todos modos, sí rompo una lanza a favor de Cathy Claret y Raúl Rodríguez, que ya sea desde el cromatismo pop o la mirada transoceánica, respectivamente, son quienes hoy en día están más cerca de recuperar ese espíritu.
Pero sobre todo “Blues de la frontera” parece resultado de la confluencia de gente con una pasión vital desbordante que hace arte de una vida sin restricciones. Desde Pachón a Pacheco, pasando por Antonio Carmona o Cathy Claret, todos parecen vivir una relación pasional con el flamenco, como si no pudiese hacer distinción entre ambas. Tras tu experiencia en la realización del libro. ¿Qué piensas que confluye en este disco que lo hace especial respecto de obras anteriores como “Guitarras Callejeras”?
Es que ellos lo vivían sin ninguna clase de pretensión. No eran conscientes de estar inventando nuevos palos a través de la electrificación del flamenco. No sabría decirte si “Guitarras Callejeras” es menos o más importante que “Blues de la frontera”, lo que sí tengo clarísimo es que en este último se arriman a un caudal de maridajes estilísticos que no tiene “Guitarras Callejeras”; por otro lado, la pureza de la blueslería.
¿Es todo el contenido del libro resultado de las entrevistas o recabaste información de otras fuentes?
Ante la imposibilidad de conseguir ciertas entrevistas y lo interesante de algunas ya publicadas, también ha habido un importante trabajo de investigación en este sentido. Lo más relevante era sumar textos ya conocidos que no chocaran con el tono gitano del conjunto.
¿Hay algún tipo de anécdota que te sucediera en las entrevistas o en la redacción del libro y quieras hacer pública?
Más que anécdota, lo que nunca podré olvidar fue subir al despacho de Ricardo Pachón y, de repente, toparme ante una colección de cientos de grabaciones inéditas de Camarón, Tomatito, Pata Negra, Manuel Molina, por apuntar unas pocas. Pensar que todo este material está virgen para la mayoría de la gente me provocó un gran desasosiego interior, y más cuando el propio Pachón me confesó que nadie quería darle una salida digna. Inconcebible.
Me resulta curioso la sutileza con la que se aplican protocolos racistas a la cultura flamenca que los entrevistados en el libro desmontan con una sencillez pasmosa. Parece que el flamenco solo avance en periodos en los que el producto es ya un sucedáneo en manos de una institución y sobre todo desposeído del contenido original que lo mantiene en contacto con su raíz. ¿A qué piensas que se debe este hecho?
Totalmente de acuerdo, sobre todo ahora que, institucionalmente, lo que están haciendo los gitanos es apartado, nos encontramos ante un panorama desolador: de las últimas diez grandes figuras surgidas del flamenco, ninguna es gitana. Y esto creo que es un dato lo suficientemente elocuente para entender de que se está soterrando una generación de gitanos que, ahora mismo, están haciendo hip-hop flamenco y músicas urbanas, pero nadie se interesa en grabar lo que podría ser una revolución cultural.
Con la música de raíz (desde el jazz al hip-hop) tengo la sensación de que los artistas que la mantienen traen al presente el significado de lo que esta representó. Quizás resulte prejuicioso, pero, ¿por qué tengo la impresión de que Raúl Rodriguez sí lo trae y El niño de Elche o los Planetas, no tanto? ¿Por qué la Mala Rodríguez parece tenerlo y Rosalía, aunque también, no convence del todo? ¿Es posible que sea cosa del abismo generacional? ¿A qué es necesario atender o no perder de vista para seguir manteniendo una tradición profunda como la flamenca?
Es que la renovación sólo es posible desde el conocimiento de la tradición. A diferencia de Rosalía y El Niño de Elche, Raúl Rodríguez y La Mala Rodríguez entienden que el flamenco es una cultura secular donde la transmisión siempre ha sido más oral que en cualquier otra manifestación musical. La transmisión de ese contacto es parte intrínseca del flamenco, ya sea desde el hip hop o los ritmo cubanos. Y eso es lo que no entienden o no les interesa a los otros dos: artistas que, más allá de ciertos momentos verdaderamente interesantes, su heterodoxia no predica con la tradición, sino con la revolución del artificiero. Con todo ello, no me parece mal ni me molesta lo que hacen; incluso, me atrae por momentos. Sin embargo, lo que no tolero es la inmunidad orquestada desde muchos medios, que los arropan desde una rendición total a la supuesto “renovación” de su obra. Y eso sí me parece grave: hablar tan a la ligera de “renovación”, cuando, en realidad, no han hecho nada nuevo que no hubieran hecho antes Morente, La Mala Rodríguez o Pony Bravo.
Parece que, aunque el “Blues de la Frontera” fue una piedra angular del mestizaje, no es percibido con el desdén o desaire con el que se trató a otros discos y artistas herederos de Pata Negra. ¿Cuál puede ser la causa de que se definieran como impostados trabajos publicados poco tiempo después de este? ¿Realmente son todos ejercicios de mestizaje desustancializados o quizás fuese la maquinaria del racismo que empezaba a trabajar definiéndolos como “flamenquito”?
Es que el flamenquito provino de una mezcla que suma la ausencia de testigos en la electrificación del flamenco, llevada a cabo por Pata Negra, junto a la falta de respeto que tiene una industria que, subconscientemente o no, sigue siendo racista. Ya sea para terminar hablando de “flamenquito” o “rock latino”, esta clase de términos me parecen igualmente ofensivos, aunque también en su deriva musical.
En cuanto a lo de instaurar la definición de “flamenquito”, fue como echar por la borda la dignificación vivida por el flamenco desde mediados de los setenta hasta finales de los ochenta. Una pena, porque fue como volver a la España casposa de taconeo para el guiri, alimentada por la separación de los Amador y la muerte de Ray Heredia.
Una parte del libro se centra en realizar un análisis más o menos minucioso de las canciones que componen el disco. De todas ellas, ¿con cuál te quedas y por qué?
Me quedo con “Bodas de sangre”. Me parece revolucionario abordar el imaginario lorquiano desde un punto de vista que intercambia los roles masculinos y femeninos de sus protagonistas. Si es que rompían tabúes, aunque no fuera hecho ni aposta. Pero, sobre todo, por ese arranque vocal de Charo Manzano: el secreto mejor guardado de todo el disco, que, como bien me decía el periodista Carlos Fuentes, define todo lo que es el sonido del nuevo flamenco.
Has descubierto en el proceso de elaboración del libro a algún artista o banda que te haya resultado interesante? ¿Algo con lo que podamos disfrutar?
Más que descubrir, he redescubierto los discos de Cathy Claret, el paradigma del flamenco pop. También me he vuelto a sumergir totalmente en la obra de Lole y Manuel, además de recuperar a Raúl Rodríguez y al Lebrijano, con quien me emocioné verdaderamente con ese maridaje musical tan bien zurcido llamado “Encuentros”.
Se te quedó algo por escribir o algún resquicio del disco al que no pudieras acceder y te hubiese gustado presentar o todo lo que crees interesante está contenido en las casi 250 páginas de este “Blues de la frontera. Anarquía y libertad de los Amador”?
Pues la verdad es me hubiera gustado profundizar más en los conciertos de aquella gira. Aun así, creo que pude extraer información y anécdotas tremendamente descriptivas de lo que era todo aquello
Sabemos que eres un escritor prolífico y que desde hace años publicas en distintas revistas, tanto artículos como libro relacionados en su mayoría con la música. Para terminar ¿No puedes adelantar algo sobre lo que estés trabajando a día de hoy o algún proyecto que esté por ver la
luz?
Mucha gracias y un saludo.
Pues como soy incapaz de repetir jugada, lo próximo será otro libro con Efe Eme, aunque en esta ocasión sobre “Deseo Carnal” de Alaska y Dinarama y su impacto en la sociedad española de los ochenta hasta el día de hoy. También quiero dejar claro que, en un futuro, me encantaría poder retomar la senda de la comunidad gitana, que tan bien me ha tratado y con tanto aún por contar. Quién sabe, quizá escribir ese libro sobre Lole y Manuel, tan necesario. Y gracias a vosotros por el interés.
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