A mediados de los años ochenta, películas como Thrashin’ y Al Filo del Abismo causan furor. Los antiguos y ñoños patinetes, con sus cítricos colores, similares a los envoltorios de los empalagosos sugus, son arrojados a las llamas y sustituidos por el brutal y áspero, como la lija que lo recubre, skate. En medio de esta confusión de coderas, rodilleras y cascos fluorescentes y de este delirio colectivo, en el que los jóvenes de cada municipio y aldea se arrojan por la cuesta más empinada como si participasen en La masacre de Los Ángeles, en el municipio vizcaíno de Getxo, surge un grupúsculo de jóvenes dispuesto a poner algo de cordura y sentar las bases, para que el skateboard sea algo más que un deporte de moda pasajero, y se convierta en lo que es hoy en día: una manera de entender la vida, el más auténtico de los deportes extremos y por qué no, un arte. En un principio, los neófitos skaters experimentan con lo que tienen más a mano, cuestas, parques, rampas de madera e incluso alguna piscina vacía, pero pronto se topan con la cruda realidad de que, para poder desarrollarse al cien por cien, van a necesitar un sitio específico en el que dar rienda suelta a su creatividad y a su imperiosa necesidad de adrenalina. Es ahí cuando en la mente de estos pioneros aparece La Kantera. Casi treinta años después, la Kantera es más que un skatepark, es un santuario, es una historia, es un libro.
Los inicios de todo deporte no son fáciles, y los del skateboard menos. Con este apasionante libro titulado ‘La Kantera 1987-2015’, realizado por Jon Amiano, Fernando Elvira y Javier Mendizábal, descubrimos que estos locos a base de sudor, sangre y de colapsar los servicios de traumatología del Osakidetza (Servicio Vasco de Salud), al que dejaron sin un solo rollo de escayola y sin láminas de radiografías, escribieron cada línea, cada párrafo, cada página de una historia única, irrepetible y por supuesto digna de ser contada y leída por la generación que la vivió en primera persona y por las próximas generaciones.
Fernando Elvira, uno de los responsables del proyecto gráfico, y su hermano, Alfonso, que vivió en primera persona aquellos años dorados del skateboard en el País Vasco, nos hablan del Skate, de La Kantera y de la vida en definitiva
Txus Dominguez. Foto: Sergio Martín
¿Por qué hacer un libro sobre La Kantera? ¿A quién se le ocurrió?
Fernando Elvira: La historia era demasiado buena como para no revisarla y hacer un libro sobre ella. La idea fue de Javier Mendizábal y Jon Amiano, yo me uní al equipo más tarde.
¿Qué ha resultado más difícil, encontrar documentos fotográficos del pasado o decidir qué entraba en el libro y qué se quedaba fuera, porque había numeroso material gráfico?
F.E.: Recopilar el material fue laborioso, pero todo el mundo se mostró muy cooperativo y generoso. Más difícil fue descartar fotografías que eran muy buenas, pero por razones de espacio no podían entrar.
Speed freaks 96. Foto: Carlos Terreros
¿La Kantera más que un skatepark fue un movimiento social?
F.E.: Creo que, en los primeros años, La Kantera fue más bien un movimiento marginal, un oasis de creatividad al margen de todo.
Alfonso Elvira: Más que un movimiento social La Kantera fue un lugar de encuentro de inadaptados sociales para la adoración y exaltación del skateboarding y ningún estrato de la sociedad Getxotarra vio su aportación cultural o social … Nunca traspasó el skate a un nivel social…
Realizar libros de este tipo, que abarcan un periodo histórico, resulta complicado y puede llegar a ser polémico, pues es difícil contentar a todos los protagonistas. En otros libros similares, pero de temática surfera, hubo gente que se quejaba porque no salía o porque salían poco. ¿Esto era algo que os preocupaba? ¿Cómo lo habéis solventado?
F.E.: Eso era algo que teníamos presente desde el principio y al final nos ha ocurrido… Hemos pecado en sacar a determinada gente demasiadas veces y otros no han salido ni una vez.
La Kantera
La Kantera tenía y tiene proyección nacional e internacional. ¿Estáis notando este renombre a la hora de vender libros fuera de Vizcaya?
F.E.: Sí, claro, el skate es global y La Kantera es un destino muy apreciado internacionalmente.
Este libro, a parte de recoger reflexiones, anécdotas…, es un testimonio de primer nivel de la evolución de los materiales, de la ropa, del estilo, pero también de la fotografía, por el paso de lo analógico a lo digital…
F.E.: Eso ha sido lo bonito de contar esta historia, ver cómo han cambiado las cosas externamente y ver también cómo el afán por divertirse patinando sigue inmutable.
El libro abarca un periodo de tiempo muy amplio 1987-2015. ¿Cuáles son estos cambios más significativos que habéis detectado, a parte de que os habéis hecho mayores?
F.E.: Mucha más gente practica el skate ahora, es algo que está aceptado socialmente. El skatepark ya no es un sitio donde sólo van cuatro locos a patinar, ahora es un lugar de encuentro y de vida social. Personalmente, me alegro enormemente de haber vivido la época underground, pre-internet, minoritaria y rebelde de los inicios de La Kantera.
A.E.: El mayor cambio sin duda es la aceptación social. Hoy en día, el skateboarding ya tiene su sitio en la sociedad. El skate es una actividad extra escolar como el judo, el inglés o la gimnasia…
Joseba Cortazar. Foto: Jaime Marcos
De las pistas de La Kantera salieron skaters de primer nivel internacional, pero ¿qué fue más importante, las figuras de renombre o los miles de jóvenes anónimos que encontraron en el skate una filosofía, una afición, un sentido a su vida?
F.E.: Ambas cosas son importantes y una no excluye a la otra. Que salgan skaters de renombre ha ayudado a que más gente se anime a patinar. De todas maneras, el skate no es una actividad para adquirir renombre o fama, sino para divertirse…Y si en ese proceso de diversión resulta que tienes talento y consigues fama, sponsors, viajes, etc. pues mejor para ti… Pero eso es lo inusual. Creo que ahora se patina con mucha más ambición por ser reconocido y se pierde un poco el espíritu de patinar por patinar, por la sensación que produce, por las amistades que desarrolla.
A.E.: Lo más importante fue el crear un espacio donde la pasión por el skate era lo más importante, donde nos realimentábamos los unos a los otros. Que haya miles de niños que patinan no aporta nada más que multitud a la pista… Que uno o una minoría patinen muy bien tampoco aporta a la escena… Pero si pones a 5-10 engorilados… MMMMM… Te van a contagiar las ganas de patinar, de ir más rápido, de ir más alto, de que sea más largo… ¡De puro skateboarding!
Joni. Foto: Carlos Terreros
Una de las señas de identidad de La Kantera era el radicalismo, dotasteis al skate de velocidad, de potencia, pero lo hacíais desde la naturalidad, como si fuera parte de vuestro ADN, y no una pose. ¿De dónde sacabais la inspiración para tener unas señas de identidad propia, una forma de patinar que hacía que el skater de La Kantera fuese identificado cuando salía fuera?
F.E.: Creo que es porque crecimos influenciados por el surf, pero también porque Algorta es un pueblo lleno de cuestas. Trasladamos la velocidad de las cuestas al skatepark. Y sí es cierto que las otras escenas skaters de Euskadi y España, en general, no tenían la misma dinamita que la nuestra. Producían skaters más técnicos, más pulcros, pero con menos poderío, menos salvajes.
De la Kantera a parte de skaters, salieron graffiteros, fotógrafos, redactores especializados en el skate, grupos de hardcore…
F.E.: Sí, hubo una etapa muy productiva, muy creativa, todo estaba por explorar, por experimentar.
A.E.: En todas partes cuecen habas… De todas maneras la relación entre el skateboarding y el arte parece que es algo tangible.
Javi Mendizabal. Foto: Brian Gaberman
Habéis hablado de la influencia del surf. Getxo, tradicionalmente, estaba ligado a la práctica del surfing… ¿El mundo del skate y del surf eran paralelos? ¿Había surfers que iban a La Kantera, o el pavor de sufrir una lesión, que les impidiese surfear durante semanas, era demasiado fuerte?
A.E.: Me atrevería a decir que todos los surfers de Getxo, en algún momento, han bajado o bajaron a carvear, pero sí, el skate en transición de cemento es una actividad para gente dura… Para mí no tienen nada que ver el mundo del skate y el del surf, y menos en aquellos tiempos que el skate estaba mal visto e incluso prohibido…
F. E.: Al principio sí que bajaban surfers a carvear, luego cuando vieron que aquello no era broma fueron desapareciendo. En La Kantera hay muchos skaters que siguen pillando olas. Casi ninguno al revés.
En los noventa recuerdo bajadas salvajes como la de Agirrunaga. ¿Erais una generación que no conocía el miedo?
F.E.: ¡Aparentemente no!
Barrakafane. Foto: Gonzalo Azumendi
La creación de La Kantera está inspirada en el ‘made yourself’, un puñado de chavales que con imaginación cubrían sus necesidades, fabricando rampas con las maderas que cogían de las obras, que se construían sus propios skates. Hoy en día, parece que, cuando hay una carencia, se espera a que la cubran las administraciones públicas… El Ayuntamiento, la Concejalía de Juventud y Deportes… ¿Estamos ante generaciones menos imaginativas y acomodadas?
F.E.: Claro, ahora en ese sentido es más fácil. El camino ya está abierto.
¿Qué ha supuesto La Kantera en tu vida?
F.E.: ¡Un gran patio de recreo!
¿Os veis escribiendo un segundo libro, La Kantera Vol. II (2015-2043), o eso lo tendrán que escribir las próximas generaciones?
F.E.: Por mi parte no tengo el más mínimo interés en esa posibilidad, pero si alguien quiere hacerlo… ¡Adelante!
Alain Goikoetxea. Foto: Carlos Terreros
Este libro recuerda al Gran Miércoles, más que hablar del skate o del surf, habla de la vida, de un grupo de amigos que se hace mayor en torno a la pasión por un deporte. ¿Se puede patinar siempre o, como decía Bear en El Gran Miércoles, nadie surfea siempre?
F.E.: Se puede patinar hasta una avanzada edad… Pero no deberíamos ser tan limitados de pensar que el skate, o el surf, es lo único interesante que hay en la vida. Cualquier actividad puede ser tan increíble y satisfactoria como el surf o el skate, si de verdad ponemos el corazón en ella. Eso sí, uno que de verdad ha sido skater, siempre será skater…Aunque ya no patine.
En este país, ha habido una triste crisis del cemento con las consecuencias que todos sabemos… Entre 1987 y 2015, ¿El skate de pista, de cemento, ha sufrido también crisis, momentos en los que digamos La Kantera no tenía tanta gente, o que el número de practicantes disminuía peligrosamente?
F.E.: Sí que hubo un gran bajón en los 90s; cerraron las revistas de skate, algunos skaters de gran talento abandonaron La Kantera y los chavalillos apenas se animaban a patinar, pero el núcleo duro siguió patinando y tras unos años el skate remontó.
El tristemente desaparecido productor cinematográfico Elías Querejeta acostumbraba a decir que su patria era su infancia. Ese lugar en el que fuimos un tiempo felices y al que nos gustaría volver siempre. La Kantera 1987-2015, con sus 360 páginas, repletas de fotografías del pasado, es el mejor salvoconducto para volver a esa patria que de forma gradual e imperceptible abandonamos, al hacernos mayores, y convertirnos, aunque sea por unos minutos, en sus felices ciudadanos. ¡Preparaos para volver de vuestro exilio!
Alain Goikoetxea. 1989
Alfonso LUTE Fernandez
Alfonso LUTE Fernandez
Borja PALO Saez. Foto: Carlos Terreros
Chloé Bernard. Foto: Guillaume Mocquin
Eduardo RAT Saenz. Foto: Willy Uribe
Escayolos_. Foto: Juan Lopez Gomez
Fernando Elvira: Foto: Gonzalo Azumendi
Gaizko Fanarraga. Foto: Jaime Marcos
Gorka GUANTEZ. Foto: Guantez
Jaime Ruiz de Gopegi. Foto: Borja Casas
Javier Mendizabal. Foto: Roberto Alegria
Jon Ander Ariño TXUFO. Foto: Jaime Marcos
Seth Keil. Foto: Carlos Terreros
Txus
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