Una calle de Lebrija presume de su nombre. Bailaora de flamenco única en su especie y amante de su profesión por encima de muchas cosas, Concha Vargas, hija de Quintín Vargas Fernández, natural de Lebrija, y de Francisca Torres Moreno, natural de Osuna – por los que siente adoración -, es una leyenda en vida. En vísperas de celebrar el 50 Aniversario, la bailaora relata su viaje con el cariño que merece. La pequeña de trece hermanos siempre tuvo claro que la unión de su baile y su familia es lo primero, hoy también. Después de décadas dedicadas al baile y a la enseñanza, la lebrijana sigue colmando de sentimiento y emoción todo lo que baila. Decir Concha Vargas es llamar al baile en todos los idiomas y pronunciarlo en todos sus acentos. Sus comienzos son bonitos y privilegiados, nos cuenta la artista. Mucho antes de imaginar una profesión centrada en la pureza flamenca, esa mujer de pelo negro y mirada penetrante ya sabe por qué palpita su pecho. “Recuerdo que mis inicios en el flamenco fueron bonitos. Mi vida en mí ha sido mi padre porque él, por ser quien era (un gran conocedor del flamenco), siempre trajo muy buenos artistas a casa. Yo por entonces era pequeñita, tendría unos seis, siete, ocho años, pero el recuerdo lo llevo en el corazón. Yo ver en mi casa a Antonio Mairena, Juan Talega, Chocolate, Fernanda y Bernarda, Camarón, Rancapino, etc, era de lo más normal y eso, pues lo he llevado siempre en la memoria. Sinceramente, yo creo que eso lo ha tenido muy poca gente o, mejor dicho, muy pocos artistas… Muy pocos han tenido ese flamenco tan maravilloso en casa, y yo lo he tenido gracias a mi padre”.
Concha Vargas baila por bulerías
Su aprendizaje lo mama y lo asimila desde bien temprano. Concha, esa niña que decide quien ser en la vida con sólo escuchar a su corazón. Antes de comenzar su formación en la academia de Pepe Ríos (Sevilla), ya tiene un nexo con el mundillo, su hermana Carmen, quien comienza antes que ella con el baile, doctrina que después llevaría a nuestra protagonista a levantar sus brazos sobre grandes cimas. “La que empezó de artista, bailando en la academia, fue mi hermana Carmen, que se me murió con treinta y cuatro años. Ella fue la que empezó, pero recuerdo perfectamente cómo yo también quería ir a la academia. A nosotros nos enseñó un gitano, Pepe Ríos, que era además tío de Diego del Gastor, el gran guitarrista Diego del Gastor, pero mi hermana no me quería llevar a la academia con ella porque tenía novio y su novio era gachó (mi padre era muy raro para eso) y ella no quería que yo me chivara. Un día vino mi otra hermana, Esperanza, y me vio llorando porque quería ir a la academia y no me llevaban. Terminó llevándome y allí, Pepe Ríos, me dijo: “Amo a ve, ¿a ti te gusta bailá?”, le dije que mucho, y después me hizo poner los brazos para arriba; no sé de qué forma puse los brazos, que Pepe Ríos le dijo a mi hermana Esperanza que me dejase allí, que si él veía que yo no valía para el baile se lo decía enseguida para que ella no se gastara dinero sin sentido (la academia me la pagaba mi hermana Esperanza)”.
Poco tiempo bastó para que la joven Vargas cautivara a todo el que ponía sus sentidos sobre ella. “Salí una semana y Pepe Ríos telefoneó a mi hermana para decirle que yo, su hermana chica, valía más que Carmen (nuestra otra hermana), que me dejara seguir aprendiendo. Por entonces, nosotros vivíamos en Dos Hermanas (eso es otra historia) porque, aunque somos todos de Lebrija, a mi padre le tocó una lotería y decidió irse de Lebrija debido a que aquí sólo había campo para sus hijos, nada más. Y como trabajar el campo es muy duro, se compró un piso en Dos Hermanas para darnos otro futuro. El caso es que yo iba sola de Dos Hermanas a Sevilla – por entonces tenía unos diez u once años -, cogía el autobús y me iba a las clases. Tuve que luchar mucho porque, antiguamente, un artista estaba muy mal visto tan sólo por ser artista. Tuve que luchar incluso contra mi padre, él le preguntaba a mi madre “dónde está la niña” y ella le respondía que estaba con una vecina… ¡Mentira! (risas), ¡la niña estaba en Sevilla en la academia de Pepe Ríos!”.
Sube a un escenario por primera vez en el Festival de Morón y, desde esa noche, ya no quiso dejar las tablas, porque el flamenco -reconoce- siempre ha sido uno de los pilares que sostienen su vida. “Te cuento esto porque actúa el Gazpacho de Morón y yo voy con mi padre y con mi madre a ver bailar a mi profesor. Allí, en el Festival de Morón (importante donde los haya), había una serie de monstruos que quitaban el sentío: Antonio Mairena, Manuel Agujetas, Chocolate, Fernanda y Bernarda, Diego del Gastor… Los fin de fiesta eran muy largos, entonces mi maestro (yo sentada entre mi padre y mi madre) se dirigió a los presentes y dijo que entre todos los que estábamos allí se encontraba la hija de Quintín Vargas (mi padre era muy conocido), Concha Vargas, que era alumna suya. Pepe Ríos me invitó a que, si me apetecía, me diera una güertesita por Bulerías. Esa fue la primera vez que yo pisé un escenario. Qué experiencia tan bonita, la recuerdo como si fuera ayer: todos cantándome, todos alargando el baile para que yo no me fuera para dentro tan pronto, de lo bien que yo estaba bailando. Antes, los periodistas, en vez de irse para casa, se iban desde los festivales directamente para las redacciones de los periódicos para redactar la crítica de lo que habían vivido. Ese día era Sábado y al día siguiente salía el periódico. Mi padre fue a comprar tabaco y se encontró en una pinza colgada, en la portada del ABC, a su hija bailando rodeada de todos esos fenómenos. Tardó un suspiro en enseñarle el periódico a su Curra, mi madre, gritando: “¡Mira Curra tu hija en medio de todos estos fenómenos!”. De ahí me salieron todos los festivales. Hice Lebrija, Utrera, Mairena, Marchena… Tuve unos comienzos maravillosos. Es más, yo quité a mi padre de trabajar siendo la más chica de trece hermanos, aunque mi padre ganaba mucho dinero como tratante. Allá donde fuera siempre me acompañaba mi padre. Me hice todos los festivales de Andalucía y mis compañeros eran los artistas de la época, por eso digo que mis principios en el baile fueron increíbles, muy bonitos”.
Y así, con el tiempo por delante y buenas cualidades para el baile – destacaba allá donde se plantara – llega la época de actuar en La Cuadra de Paco Lira. “Luego vino la época en que estuve trabajando en La Cuadra de Paco Lira. Allí trabajábamos Farruquito, Los Montoya, yo… También éramos menores de edad, yo tendría unos catorce o quince años. Un buen día llegó un representante muy bueno (ya fallecido) y me vio bailar, y me contrató para bailar en La Cochera (tablao flamenco, Menéndez Pelayo, Sevilla). Ese fue mi primer contrato como bailaora fija en un tablao. Me daba trescientas pesetas todos los días, ¡un dineral por aquel entonces! En La Cochera me llevé dos años bailando. Después llegó Manolo Caracol, un artista impresionante, quien habló con mi padre y le dijo: “tío Quintín, a la niña me la quiero llevar a Madrid a mi tablao, Los Canasteros“. Mi padre le dijo que sí, pero que tenía que ser con él y con mi madre. Manolo Caracol no puso problema, cerquita del tablao – aseguraba – había una pensión (Pensión Infanta, todavía me acuerdo) donde nos podíamos quedar. Nos fuimos a Madrid. Resulta que yo voy para el cuadro y El Güito, un bailaor también de mucho prestigio, entra de figura y, entre catorce o quince niñas que éramos, dijo que quería trabajar conmigo. Salí del cuadro para hacer solamente atracción con El Güito”.
CAMELAMOS NAQUERAR
“Se vigilará escrupulosamente a los gitanos, cuidando mucho de reconocer todos los documentos que tengan, confrontar sus señas particulares, observar sus trajes, averiguar su modo de vivir y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus movimientos y ocupaciones, indagando el punto a que se dirigen en sus viajes y el objeto de ellos”. Artículo cuarto del reglamento de servicio de la Guardia Civil vigente en 1976. “Como esta clase de gente no tiene por lo general residencia fija… conviene tomar de ellos todas las noticias necesarias para impedir que cometan robos de caballerías o de otras especie”. Artículo quinto, sin pasar por alto el sexto, el cual autorizaba a detener y encarcelar a los “gitanos y chalanes” que no llevaran la “patente de Hacienda” que les permitiera “ejercer la industria de tratantes en caballería”.
Hablamos de todas las injusticias que han atravesado los gitanos. Una situación desastrosa para la comunidad gitana e imperdonable para todos los que la mantuvieron. En este contexto, el primer gitano profesor de universidad en España, José Heredia Maya, licenciado en Filología Románica y docente en la Universidad de Granada, puso la voz en alto y llevó a cabo una rebelión con su grito flamenco, Camelamos Naquerar (Queremos hablar), obra teatral flamenca de reivindicación gitana en busca de sostener la cultura y la dignidad de esta comunidad. “Llegó el momento de vivir en primera persona ‘Camelamos Naquerar’. Mario Maya era compadre de El Güito. Este fue a Los Canasteros y El Güito le dice “qué pasa tú por aquí” (porque Mario Maya en aquel entonces vivía en Granada, pero estaba buscando como loco una niña que le diera la talla). Se ven en un bar de Madrid, donde paraban todos los artistas, y le dice Mario Maya: “Compare, estoy loco buscando a una niña para una obra teatral flamenca que voy a hacer, que se va a llamar Camelamos naquerar, pero no doy con ella” – y El Güito callado -. “Compare, esa niña la tengo”, le dijo entonces, “verás, vete esta noche para Los Canasteros, que esa niña está allí y, además, baila de pareja conmigo”. Y así fue, Mario Maya acudió al tablao esa noche y me vio bailar. Literalmente le dijo a El Güito: “Compare, perdóname, pero yo te la tengo que quitar” (risas).
Camelamos Naquerar, Concha Vargas y Mario Maya
Me fui con Mario y en Granada nos pusimos a ensayar la obra. Éramos dos guitarras, dos cantaores, Mario y yo. Fíjate, ensayamos la obra quince días solamente y la estrenamos en la Universidad de Granada porque, además, el autor de la obra era licenciado en Filosofía y Letras y trabajaba allí. El estreno fue un exitazo grandísimo. Pero antes de ese estreno todo se torció. Mi padre en aquella época se me murió. Se me murió mi padre y yo ya no quería bailar por nada del mundo. La obra iba a estrenarse, pero mi padre estaba recién fallecido. Yo con mi padre tenía adoración, él era para mí mi todo. Mario y Pepe Heredia fueron muy inteligentes y me dijeron: “Mira, Conchita, te vamos a respetar y vamos a guardar tres días de luto por tu padre”. Pero mi madre fue la que me convenció, me dijo que mi vida era esta, aunque mi padre hubiera muerto. Al final, me fui a trabajar con Mario Maya. De ese estreno salieron muchos contratos. Yo me conozco casi medio mundo a través de Camelamos naquerar: Colombia la conozco toda, Alemania era, Italia entera, Francia entera. Hemos trabajado en los grandes teatros de muchos países, como en el Teatro Montparnasse (París), o en la Unesco de París (La Casa de la Unesco), o en La Ópera de París. He trabajado en teatros fabulosos, otro fue la Olympia de París. Una obra necesaria que recorrió mundo, fue un auténtico placer para mí formar parte de ella”.
Sin embargo, más allá de Camelamos naquerar, su vida siguió y el mundo se le iba quedando pequeño. “He actuado ante el Papa Juan Pablo II en el Vaticano. Luego, Juan de Dios Ramírez Heredia (Diputado que había en Los Gitanos) fue a la India a dar unos coloquios allí y me llevó a mí como bailaora; estuvimos en el palacete de Indira Gandhi y le bailamos. Le encantó, aunque el cante no le gustó mucho porque ella el texto del cante no lo entendía, pero el baile le encantó. Sí, he hecho cosas muy importantes en mi vida, como bailar en el Vaticano, bailar en la India… He hecho cosas – para mí y para mi carrera artística – muy relevantes”.
El pasado 26 de enero se cumplieron veinte años sin Pedro Bacán, guitarrista lebrijano aclamado y valorado por el ancho del público. Él amaba a Lebrija como en la vida se ama de verdad. El hijo de Bastián Bacán también vive momentos memorables con nuestra anfitriona y ella lo recuerda con nostalgia. “Luego también he estado con Pedro Bacán, aunque con él solamente he ido a Francia. He viajado a Francia con Pedro como el que va de aquí a Trebujena. Allí trabajamos en muy bueno teatros. También hemos trabajado con el Clan de los Pinini (Pedro Bacán era bisnieto de Pinini). Pinini fue quien inventó Las Cantiñas, por eso se llaman las cantiñas de Pinini. Era un gran conocedor del mundo del flamenco y fue el creador de estas cantiñas. El espectáculo se llamó El Clan de los Pinini”.
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EL CLAN DE LOS PININI
De mucho peso es la vinculación que la lebrijana tiene con Japón, sitio al que sigue viajando año tras año y al que tiene un respeto incuestionable, tanto como el que el país le tiene a ella. “Sí, a Japón todavía estoy yendo. Este año es el vigésimo primero que voy. No he faltado en todo este tiempo. Lo de Japón a mí me da un poco de cosa contártelo, porque si tú no lo ves y no lo vives a mi lado no tiene creera. Le doy clase en una semana a 527 alumnas, ¿sabes lo que es eso? Me adoran. Japón para mí s mi segunda patria: primeramente española, después gitana y después japonesa (risas)”.
ANDRÉS MARÍN – ROMANCE
Los retos para ella no tienen límites. Nada ni nadie ha conseguido frenar su forma de expresión, que ejerce con ese baile acentuado de cintura para arriba, sacando a la mujer que lleva en el cuerpo. Cuando ya lo vive todo dentro de lo más puro, llega una etapa de experimentación atípica si hablamos de una bailaora reconocida y admirada en la parcela flamenca. Su experiencia junto a Andrés Marín no dejó a nadie indiferente. “He estado en dos espectáculos con Andrés Marín, ‘La pasión según se mire’, con el que ganamos el Giraldillo ‘Momento Mágico’ en La Bienal (Giraldillo a la interpretación musical). Experimenté con mi baile la revolución del flamenco que Marín quiso plasmar en su espectáculo, y luego, años más tarde, el segundo, ‘Tuétano’, donde aparecí radicalmente alejada del protocolo que sigue el Flamenco, tal y como lo obra lo exigía”.
Concha Vargas y Andrés Marín
Sin miedo a nada y respetando siempre la forma que otros tienen de expresarse, Concha también forma parte – desde hace algunos años – del espectáculo que su primogénito Quintín Vargas tiene dentro de su proyecto actual, Quentin Gas & Los Zíngaros, donde la familia Vargas ( Carmen Vargas, Curro Vargas y Concha Vargas), junto a los Zíngaros de Quentin Gas (Quentin Gas, Jorge Mesa, José Vaquerizo y Terabada), fusionan psicodelia, rock y flamenco en un pasaje que rompe con los esquemas de la tradición. “Mis hijos son mi vida. Han sido mi vida y lo siguen siendo. Yo qué te voy a decir de ellos. Quintín tiene treinta y cuatro años y él no se dedica a este mundo mío, trabaja otro estilo, es buenísimo, ese es el artista de mi casa. Mira, yo no estoy aferrada solamente al flamenco, lo que ocurre es que esa es mi vida y mis hijos han comido de eso. Pero yo estoy abierta a todos los estilos. Si es una buena música, como por ejemplo, una música india, una música israelita, una música árabe, si es buena, yo estoy abierta a todo. Mi hijo es un enamorado de los Beatles y de los Rolling (imagínate). A todo lo que hace mi hijo estoy dispuesta. En su día me propuso que llevásemos esta fusión a los escenarios y acepté con ilusión. Me suena raro decir “he ido con mi hijo”, pero es la verdad (risas), he ido con mi hijo y hemos gozado en el escenario, aún tratándose de una música tan distinta. Tenemos una unión especial que aporta al espectáculo una identidad sonante. Lo último que hemos hecho juntos ha sido San Isidro, en Madrid, y fue un éxito”.
TUÉTANO, ANDRÉS MARÍN
“También tengo a Curro a la guitarra flamenca, esa guitarra le suena estupendamente, ahora está yendo con buena gente. Y luego mi chica, mi Carmen, esa antes de hablar cantaba. Tiene un falsete divino, flamenquísimo y muy bonito. Los tres artistas de mi casa”.
Con Quentín Gas. Foto: Ángel Bernabéu Fotografía
Dicen que las ganas, si son de verdad, no cesan nunca. Que cuando funcionas por vocación es imposible que tengas tiempo para parar. El baile es otro de los órganos vitales que mantienen con vida a esa niña que quiere ser bailora flamenca y nuestra Concha, la de hoy, aún sigue siendo la misma Concha Vargas de antaño, la bailora que sólo quiere bailar y enseñar su baile al resto del globo.
“Eso no se va a terminar nunca. Mira, Nuria, yo ya no tengo treinta años – ya tengo una edad respetable – y a veces me duele la cabeza, las rodillas y, sin embargo, me pongo a dar clases y se me quita el dolor. El baile para mí es mi vida, lo es todo, el flamenco lo es todo, una auténtica terapia. En mi trabajo, gracias a Dios, no me manda nadie, y eso es lo mejor del mundo: no tener jefes, no tener límites y ganar dinero haciendo lo que te apasiona. A mí alguien, ahora, con la edad que tengo, me quita del baile y yo creo que me muero. No podría pasar sin esta música.
Subirme al escenario me gusta y todavía a mis años me da pavor hacerlo, sigo sintiendo mucho respeto (antes de subirme a escenario me fumo tres cigarros seguidos), pero tú pones en una balanza qué es lo que me gusta más, si enseñar o bailar, y la balanza no se mueve. Enseñar a una persona de cero a bailar y que ese arbolito vaya creciendo y yo lo vaya regando todos los días, me encanta. De hecho, alumnas mías han ganado premios muy importantes, incluso han terminado siendo profesoras. Eso para mí es como si me tocara la lotería, que una niña aprenda conmigo desde cero y que ahora sea profesora y haya ganado premios tan importantes – como el premio de Japón-, Nuria, eso para mí es como si me tocara el cupón o la lotería, qué quieres que te diga”.